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CARLOS ÁLVAREZ | Coordinador de la restauración de las reliquias de la Cámara Santa

"Para un paisano de Oviedo era inasumible perder la Cruz de los Ángeles por un chorizo"

"Algunos tesoros de la Cámara Santa están mejor ahora que cuando los robaron en 1977 porque los restauramos sin artificios, siendo fieles al origen"

Carlos Álvarez, en su casa de Llanes. JUAN PLAZA

El joyero y restaurador Carlos Álvarez de Benito (Oviedo, 1945) suma a la angustia del obligado confinamiento por el coronavirus el dolor de haber perdido hace unos días a su hermano mayor, Pedro. La causa del fallecimiento no fue el COVID-19, sino un párkinson degenerativo muy avanzado. Debido al estado de alarma, no pudo despedirle como le hubiera gustado, rodeado de familia y amigos en una cálida ceremonia. Esta entrevista para LA NUEVA ESPAÑA es una forma de rendirle homenaje a su hermano, uno de los joyeros más respetados de España e hijo y nieto de la saga de los Pedro Álvarez, conocida por regentar una joyería con el mismo nombre en el número 4 de la calle Uría, cerrada hace años. Carlos, que también siguió la estela familiar, fue un pilar fundamental en la restauración de las reliquias robadas de la Cámara Santa hace casi 43 años, cuando un ladrón se llevó las piedras y metales preciosos de la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria y la Caja de las Ágatas.

- Estaba usted muy unido a su hermano Pedro Álvarez, fallecido recientemente. ¿Cómo lo está sobrellevando la familia?

-Mal. Y más en estos tiempos tan difíciles en los que no se puede hacer funeral ni recibir a nadie en el tanatorio. Con esta entrevista me gustaría rendirle homenaje a Pedro, al menos hasta que podamos despedirle como se merece. Para mí es especialmente duro porque solo era un año mayor que yo y estábamos muy unidos. Fuimos al colegio juntos, hicimos a la vez la Primera Comunión? A la vez, cuando faltaron mis padres, se convirtió en el referente familiar para los siete hermanos, éramos ocho en total.

- ¿Solo usted y Pedro siguieron la tradición joyera de su padre y de su abuelo?

-No. Hay más. Mis hermanos Guadalupe y José también se dedicaron a ello. Ahora hay una cuarta generación. Los hijos de mi hermana Alejandra, que a la vez tiene una joyería.

- ¿Por qué siguió la tradición familiar de joyería?

-Lo que verdaderamente me gustaba era la electrónica. Estudié Industriales y al acabar fui a hacer Telecomunicaciones a Madrid. Cuando estaba en mitad de carrera, a mi padre le dio de un infarto y me resultó difícil mantenerme en la capital española, así que volví para tratar de estudiar a distancia, pero me fue imposible porque es una enseñanza básicamente presencial. Entonces me dediqué a ayudar a mi padre en el negocio y luego continué en la joyería de la calle Uría. Me dedicaba al área de la fabricación, no al diseño ni a la atención al público.

- ¿Fue entonces cuando robaron las reliquias de la Cámara Santa?

-Sí, yo trabajaba en la joyería en 1977. Digamos que estabas en el sitio justo en el momento justo. Tenía conocimientos y ganas.

- ¿Por qué le pidieron a usted participar en la reparación de los objetos?

-Después del robo, el obispo de Oviedo nombró una comisión para encargarse de la restauración de las joyas cuando se recuperasen. Mi padre era uno de los asesores y la primera decisión que se tomó fue que las reliquias no saliesen de Asturias. Es decir, que se reparasen aquí para llevar un mejor control. Luego acordaron que fuese el Instituto Nacional de Restauración y Conservación de Obras de Arte de Madrid el que se hiciese cargo de los arreglos. Mi padre ofreció entonces los talleres de su joyería de la calle Uría para hacerlo. Habilitamos entonces un piso que estaba vacío en la misma casa en la que estaba la joyería y se empezó a trabajar allí. Luego, con el tiempo, hubo rifirrafes.

- ¿Qué pasó?

Unos decían que había que hacerlo de una manera y nosotros de otra. El arzobispo solicitó la presencia en Oviedo del director general del Instituto de Restauración para aclarar las cosas y finalmente el Instituto se retiró del trabajo. Entonces, la comisión creada al principio marcó los criterios arqueológicos de la restauración.

- ¿Cuántas personas participaron en la restauración?

-Unas veinte. La Cruz de la Victoria fue la primera que se hizo y luego, en paralelo, la Cruz de los Ángeles y la Caja de las Ágatas. Unos expertos estaban en la sección de metal y otros en pedrería, cerámica, esmaltes, madera? Buscábamos al mejor para cada trabajo en concreto y no se escatimaba absolutamente nada. Al final, logramos hacer una restauración de sobresaliente cum laude. La Cruz de la Victoria está mejor ahora que cuando la robaron en 1977 porque la restauramos sin artificios, siendo fieles al origen. Es una reliquia del año 908 que a lo largo de la historia tuvo muchas reparaciones y pasó por muchas vicisitudes. Por ejemplo, robos, terremotos, incendios en la Catedral o percances ocurridos durante el culto y las procesiones. Los engastes y las garras de la cruz eran muy altos y se le caían las piedras con facilidad. Además, tenía piedras que no eran originales, se las habían puesto sobre todo en 1942 después de la voladura de la Cámara Santa.

- ¿Qué función desempeñó usted en aquel tiempo?

-En cuanto el Instituto Nacional de Restauración desapareció de la ecuación fui yo el que dirigí el trabajo. Coordiné a los profesionales y, entre otras cosas, hice todos los estudios de la pedrería junto a Dámaso Moreiras, el entonces catedrático de Cristalografía de la Universidad de Oviedo, estuve en Silos con un monje especialista en esmaltes medievales. En fin, un trabajo muy laborioso.

- Pero las piezas estaban destrozadas. ¿Cómo lo lograron?

-La Cruz de los Ángeles fue declarada imposible de restaurar. Hay un informe oficial. Nos recomendaron que metiéramos los trozos que se habían recuperado en una especia de alma de metacrilato para que quedaran allí e hiciésemos una réplica, pero eso no podía ser. Para un paisano de Oviedo era inasumible perder la Cruz de los Ángeles por un chorizo. Le pedí al deán de la Catedral, que entonces era Demetrio Cabo, uno de los trozos de la Cruz de los Ángeles a ver qué posibilidades había de restaurar. Lleve el rosetón central del anverso al taller y empezamos a trabajar sobre la parte metálica. Tuvimos muchísima suerte porque era un oro muy puro, casi de 24 quilates, muy maleable y dúctil. Por eso pudimos desdoblar los trozos que estaban arrancados del alma de madera, doblados, machacados y quemados. El ladrón hizo una especie de ensañamiento.

- ¿Cuándo finalizó la restauración?

-La Cruz de la Victoria se entregó el 14 de septiembre de 1982, la Cruz de los Ángeles y la Caja de la Ágatas en 1986. Se hizo una exposición en la Catedral con unas fotografías de 1,20 x 80 sobre cómo había sido todo el proceso. No hubo ni una sola crítica. La verdad es que no se escatimó ni tiempo, ni dinero, ni trabajo.

- ¿Qué hizo después de la restauración de las reliquias?

-Cuando mi padre dejó la dirección de la joyería hubo problemas con el nuevo gerente y la cosa fue mal. Me trató fatal. Yo aguanté hasta que se terminó la restauración de las joyas. Luego llamé a un inspector de Trabajo para que levantase acta de las condiciones de trabajo que allí había, puse una demanda laboral, la gané y me fui de la empresa en 1988. Me puse por mi cuenta. Monté una empresa de fabricación de joyería que está activa y en la que todavía hago mis cosas de vez en cuando.

- ¿Cómo lleva el confinamiento por el coronavirus?

-A mi familia y a mí nos cogió en Pancar (Llanes) y ya no nos atrevimos a volver a Oviedo. Tampoco lo vemos conveniente. Es una época espantosa en la que encima me ha tocado vivir el palo de la muerte de mi hermano sin poder ir al tanatorio, ni recibir a nadie, ni hacer un funeral en condiciones.

- ¿Organizarán un funeral por Pedro más tarde?

-Sí, esa es la intención, pero serán sus hijas, Alejandra y Patricia, las que lo decidan. Lo incineramos el jueves y cuando esto vuelva a la normalidad, que puede que sea tarde, haremos algo bonito. Mi hermano se lo merecía. Era muy buena persona y un gran profesional. Destacó siempre por su creatividad y su arte. Siempre me acuerdo de las esculturas que hacía con tiza cuando estudiábamos en el instituto. Dibujaba y esculpía estupendamente. Mucha gente tiene en su casa alguna creación artística de Pedro Álvarez de Benito.

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