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Juan Falcón: testamento y homenaje

El artista desaparece con el pleno reconocimiento privado, que a la postre es público, pero pendiente del tributo institucional

Juan Falcón en su juventud, en una imagen cedida por la familia. LNE

Bien sea por su quehacer infatigable, bien por su constante presencia en las calles de Oviedo, preferentemente de noche, Juan Falcón, o Juanín, como era conocido por tantos, falleció ayer dejando un legado que ya es inmortal, con más de dos mil obras según cálculo que él mismo conjeturaba en ocasiones.

De ellas, unas mil creaciones obran en manos de ovetenses, de coleccionistas, de amigas protectoras y confidentes, de algunos mecenas temporales y de tantos que admiraron su arte con pleno conocimiento del asunto o que sencillamente quedaron atrapados al ver una de sus obras.

Juan Manuel Falcón Fernández (Bárzana, Quirós, 29 de marzo de 1959-Oviedo, 26 de marzo de 2020), falleció a las cinco de la madrugada de ayer a la intolerable edad de 61 años. Estaba ingresado, a causa de un cáncer terminal, en el Hospital Monte Naranco, y en el momento del óbito le acompañaban sus hermanos, Alberto y José. La noticia de su muerte corrió con la rapidez de un contagio benéfico y las redes sociales se llenaron de recuerdos y homenajes.

Tanto reconocimiento privado, ahora y a lo largo de su vida, alcanzaría por sí mismo y por adición el valor de un verdadero homenaje público, pero aún permanece pendiente el tributo oficial y público por parte de las instituciones. Como si se tratara de un auténtico testamento, Juanín Falcón habló de ello con LA NUEVA ESPAÑA el pasado 31 de enero, cuando ya llevaba dos semanas ingresado en el HUCA y su dolencia iba deteriorando su cuerpo, que no su espíritu. Sus palabras fueron estas: "Mientras viva, no creo que suceda, pero después sí, cuando muera; podría haber una exposición en el palacio del Conde Toreno, lleno de arriba abajo con mis obras, de todo, escultura y pintura, y con las que Oviedo se quedaría boquiabierto de las dimensiones que yo pude alcanzar".

El genio de Juan Falcón asomó muy pronto. Su dominio del dibujo, desde niño, y su aptitud para utilizar numerosas técnicas fueron la base de un artista genial que manejó a placer un expresionismo figurativo al modo "de la escuela de París y del constructivismo postcubista", según le describió otro destacado pintor ovetense, Carlos Sierra.

La familia del pintor difundió ayer mismo un obituario en el que destacaba ese "surrealismo figurativo, muy expresionista, con gran velocidad y protagonismo de ambientes musicales y nocturnos" (fruto de su formación parisina), y "siempre en el terreno ardiente de las primeras vanguardias del siglo XX como motivo: cubismo, surrealismo, pintura onírica, y rechazo de cualquier concepción meramente realista o plana".

También Falcón hizo compatibles en su vida dos extremos realmente opuestos: trabajar de modo infatigable y, a la vez, llevar una vida agitada, bohemia, noctívaga y libre, con todas sus consecuencias y numerosos quebraderos de cabeza. Su familia le definía ayer como "bohemio irredento que jamás se sujetó a un techo fijo ni a un orden que él mismo no eligiera, en el que el hambre de pintura y calle fueron a la par".

"Abrí los ojos al arte en París", indicó a LA NUEVA ESPAÑA, pero antes de ello ya había ganado varías metas volantes. Huérfano de padre minero a los 5 años, Falcón ingresó en el Orfanato Minero de Oviedo junto a sus dos hermanos y hermana. Sus profesores reconocieron sus dotes artísticas y le dirigieron hacia la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, donde docentes como los artistas Bernardo Sanjurjo, Fernando Alba o Adolfo Folgueras le orientaron después hacia Cataluña.

"En Barcelona viví en el Barrio Chino y estuve en el Centro Artístico de San Lluc, adonde íbamos a dibujar modelo vivo, y allí gane una beca en el Concurso de Artes Plásticas Corberó para ir a París". En la Ciudad de la Luz será asistente de los pintores Eduardo Arroyo y, especialmente, Valerio Adami.

"Los Corberó eran una familia muy potente y eran muy amigos de la mujer de Adami, Camila Adami", evocaba Falcón. "Me cultivé en París porque vivía en la misma casa y taller del pintor, como residente. Allí vivíamos la cocinera, el chófer y yo, y tenía una llave para entrar por la cocina".

Aquellos años significarán para Falcón un extraordinario enriquecimiento cultural. "Adami pasaba casi todo el tiempo en América y yo vivía con su mujer, Camila, que era un cielo, una gran mujer y una pintora excelente, mejor que él".

"Ellos no podían tener hijos y ella me cogió mucho cariño, aunque podía ser mi madre por edad". Por aquella noble relación, el artista consideraba que "se lo debo todo a ella; fue amiga y confidente, me enseñó mucho y viajamos juntos por Europa, norte de África, Egipto? En una ocasión fuimos a Milán, a su palacio, ya que ella pertenecía a la nobleza milanesa. Luego fuimos a ver a Titina Maselli, amiga suya y romana, y junto a otros pintores acudimos a la casa que Maselli tenía en Sicilia".

En París, "conocí a los mejores músicos del mundo y estuve en contacto también todo el tiempo con un gran pianista, Alain Planes, que me llevó a escenografía operística". Al mismo tiempo, "conocí a Miró, y a su mujer y a su hija, Dolores, porque yo tenía la obligación como asistente de cambiarme de ropa a las ocho de la noche y acompañar al matrimonio en numerosos actos sociales". "Trabajé mucho y viajé muchísimo; en Praga crucé el muro con la galería Adrian Magg, y estuve en Alemania, donde publiqué libros de poesía pura".

En 1983, Falcón vuele a Asturias y pasa una larga temporada en Bárzana. En aquello años, "conocí al presidente Rodríguez-Vigil, muy majo, que un día me preguntó si podría levantar cien kilos". Aquellos fueron los prolegómenos del encargo del Principado para marcar la Senda del Oso con una escultura en Santo Adriano.

En Bárzana "estaba con mi madre, que siempre me dejó libertad para todo; fue glorioso vivir con ella porque intimamos mucho; fue la etapa más feliz de mi vida". Desde Quirós, Juanín "cogía la línea o hacía autostop para venir a Oviedo, a vender". Falcón fue siempre vendedor de su propia obra, e incluso malvendedor. Salvo en periodos limitados nunca tuvo galería, marchante ni taller propio. "Y no fui realmente bohemio, sino que por cuestiones económicas tuve que estar en la calle, pero no me considero bohemio, ni soñador; yo soy más real, más realista, más de la tierra, de verlas venir antes".

"Pasé noches en hoteles, si tenía dinero, y otras veces en clubes y tugurios, allí donde había calor. Y el día siguiente era otro día. Iba a desayunar a sitios donde me apreciaban, y muchas mañanas que estaba lloviendo, como en la Biblioteca del Fontán no me dejaban dormir, me iba al Bellas Artes, donde conocía gente y había sofás muy cómodos".

En la conversación con LA NUEVA ESPAÑA sale a flote la lucha en la mente de Juan Falcón. Por una parte, "hasta hace dos meses siempre estuve activo, pero ahora estoy en estado crítico". Sin embargo, por otro lado, su fuerza creativa se rebelaba: "Pero cuando me trasladen al Monte Naranco, donde hay terrazas, saldré en silla de ruedas y hay personas que me van a llevar materiales para dibujar con un carboncillo y después, poco a poco, ir echando color".

También dejó dicho un posible epitafio: "Soy una persona normal, trabajadora, y que siempre está pensado en crear". Juan Falcón decía de sí mismo ser católico. Descanse en paz.

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