Juan Falcón (1959-2020) desarrolló su carrera artística en torno a la pintura, la escultura y la escenografía teatral. Nacido en Bárzana (Quirós) pronto destaca en el ejercicio del dibujo y modelado. Con el traslado de su familia a Oviedo y los primeros años escolares en el Orfanato Minero de la ciudad, los profesores ven en él una luz, bajo su amparo y aliento no tarda en presentarse al Premio Corberó de Artes Plásticas, que gana en Barcelona por unanimidad. Es el espaldarazo para que su carrera se torne internacional: primeros viajes a París, bajo el meritoriaje y amparo de pintor Eduardo Arroyo, en unos primeros años, y del italiano Valerio Adami, casi por la misma época. Habita una diminuta "chambre de bonne" en la vivienda y estudio del primero y se convierte en una esponja de los ambientes intelectuales y artísticos de la ciudad.

Su pintura pronto adquiere el eco de un surrealismo figurativo, muy expresionista, con gran velocidad y protagonismo de ambientes musicales y nocturnos. Mediados los ochenta es fecha decisiva, trata a la familia Joan Miró quienes le sufragan un viaje crucial a Roma y cuya amistad con la hija del pintor, Maria Dolors Miró Juncosa, duraría hasta el fallecimiento de esta. Oviedo es siempre en el tiempo punto de partida, estancia o llegada. Nuevos proyectos laborales le llevan a El Ejido (Almería), Granada, Madrid y localidades españolas se suceden en el tiempo. Expone en Oviedo de la mano de Josefina Cimentada y Marta Llames, esta última le presenta a José Agustín Goytisolo, quien queda muy sorprendido por su mundo propio, heterodoxia manifiesta y rebeldía sin posible doma a la que dedica intensas páginas. La venta directa o en la calle, sin intermediarios manifiestos, constituye su modo de vida por décadas enteras.

La obra pública (especialmente escultórica: Senda del Oso asturiana, trabajos sucesivos para la Consejería de Cultura y Sanidad del Principado de Asturias, otros trabajos para El Ejido bajo el mecenazgo de la familia Escobar y numerosos arquitectos) se trenza con la obra pictórica, jamás abandonada, que llega a copar las paredes de numerosos hoteles (Clarín, Ciudad de Oviedo, etc) y con escaso pero fiel nómina de coleccionistas. Bohemio irredento, jamás se sujetó a techo fijo ni orden que él mismo no eligiera, donde el hambre de pintura y calle fueron a la par, siempre en el terreno ardiente de las primeras vanguardias del siglo XX como motivo: cubismo, surrealismo, pintura onírica, rechazo de cualquier concepción meramente realista o plana. Pintor asturiano por encima de todo, fue amigo del folclore con motivos sobre gallos, sidras o aldeanos en fiestas populares, sin la menor colisión con todo lo anterior. Escasas pero no menos decisivas fueron sus incursiones en revistas poéticas (la italiana "Alta Forte" o la alemana "Park zeitschrift"), escenografias teatrales (gracias al pianista y compositor francés Alain Planes o el escenógrafo rumano Ilie Valea) y noches poéticas parisinas en diversos cafés cantantes (con Fabrice Gravo).