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En el búnker del Naranco: "Echo de menos mover un poco todo el cotarro"

El Canteli del confinamiento se levanta más tarde, controla su peso, hace bici y cuida más el jardín

La casa de Alfredo Canteli al inicio del Naranco se ha convertido en el búnker del alcalde. Allí está encerrado con su mujer casi desde el primer día y de ahí no sale. Ni para hacer la compra. No niega que preferiría estar en el edificio consistorial, pero acepta su destino: "Fui un día y me echaron, ya soy un poco mayoruco y me tengo que quedar encerrado en casa". Tampoco suena resignado. La vida de alcalde desde casa se le hace rara a Alfredo Canteli porque toda su vida profesional la hizo fuera de casa, salvo los fines de semana, que son para la familia, y ni en eso han cambiado las cosas con la crisis sanitaria.

Así que Canteli en estado de confinamiento se levanta media hora más tarde de lo habitual. Si antes del virus estaba siempre a las nueve en el Ayuntamiento, ahora hay días que a las nueve le pillas en la ducha. Se levanta con la radio, lee los periódicos y ya se pone inmediatamente con el ordenador y las videoconferencias. La Administración va ajustando sus velocidades a estos nuevos sistemas y ahora mismo ya son dos o tres las reuniones telemáticas que tiene todo el equipo de gobierno. También hay juntas de portavoces y el día 28 celebrarán el primer Pleno.

El trabajo en el despacho se interrumpe al poco cuando escucha una voz que le llama desde las escaleras. Es Marta Suárez, su mujer, que le avisa de que ya está puesto el desayuno. A tomar el zumo de naranja y a estar un poco con ella. Luego vuelta al despacho, comida, trabajo y cena. Hay días en que tiene casi más trabajo que cuando estaba en el Ayuntamiento. Pero no es lo mismo. "Echo de menos salir, ver a los concejales, mover un poco todo el cotarro".

No todos los días son iguales. Inevitablemente, admite, hay baches y días en que se pregunta por qué pasa esto y por qué no se tomaron medidas a tiempo.

También hay algunas distracciones nuevas. Controlar el peso y hacer algo de bici, la que sacó del garaje hace un año y ahora le acompaña en el despacho mientras hace algunas llamadas. Al parar más en casa también sale a cuidar más el jardín. Nunca lo tuvo tan curioso como ahora. Los días son más largos y eso le permite también volcarse un poco más en la jardinería, podar aquí, sembrar grana allá, el césped, o salir a espantar a los gorriones que le vienen a comer lo plantado. Y a las ocho salen los dos a aplaudir a los sanitarios. Por la noche, alguna película o algún programa de televisión en el que está descubriendo nuevos pueblos de Asturias. El contacto con sus hijos, uno en Madrid, otro en Dubai, es constante. Están bien, en casa y sin viajar, resume. "Aparte de mis hijos, son mis amigos, la relación es constante y nos preocupamos todos".

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