La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Visiones De Ciudad

Verde sin aspersores

El impacto de la naturaleza ovetense en una nueva vecina

Operarios de Parques y Jardines trabajan en el Campo San Francisco. FERNANDO RODRÍGUEZ

Nací en Salamanca. Llegué a Asturias en el 89, y tras un invierno en Gijón, del que tengo un precioso recuerdo, me fui por motivos laborales ocho años a vivir a Sotrondio. A mí las Cuencas me marcaron, y me marcaron para bien. Nunca había vivido en un pueblo y reconozco que iba a la expectativa. Era entonces cuando se accedía a San Martín del Rey Aurelio por la carretera que atravesaba La Felquera, Sama y El Entrego. Mi primer viaje lo recuerdo sobre todo gris, muy gris, quizá por la nube baja que nos acompañaba o por el polvo de carbón, pero poco a poco, me fui integrando y tengo que decir, debo decir, que la lección de solidaridad que me dieron, especialmente sus mujeres, nunca la olvidaré.

Realmente, mis primeros contactos con Oviedo fueron en un ida y vuelta desde Sotrondio. Me encantaba ir con mis hijos al Campo de San Francisco o al parque de Purificación Tomás. Para las que no somos de aquí este sempiterno verde que los alfombra de manera natural, sin necesidad de aspersión, siempre sorprende.

Nunca pude desligarme en aquellos paseos, de la figura de Ana Ozores. Creo que la Regenta es el único libro que he leído tres veces y la última fue en aquellos días. Sentada en el paseo del Bombé, con un ojo puesto en las letras y el otro en mis hijos; quizá porque no tenia ninguna gana de entablar relación con las otras madres, empecinadas en contarme sus experiencias sobre la calidad de las botas Kickers, el mal resultado de los leotardos de las niñas, o las actividades extraescolares que se ofrecían en los colegios. Siempre me han aburrido soberanamente esos temas.

Así pues, imaginaba los clérigos vestidos de negro, paseando encorvados sus conversaciones por el paseo de los curas y el ambiente del Bombé en el Oviedo decimonónico, mejor aún, en Vetusta. Cuánta paz he encontrado siempre en ese bosque del antiguo convento franciscano, antes y ahora, porque, a pesar de llevar más de veinte años en la ciudad, siempre que paso alguna temporada fuera de ella, al regresar es lo primero que hago, ir al Campo y sentarme en un banco a respirarlo, a escucharlo, a llenar mis ojos de verde. En estos días de confinamiento, como vivo cerca, es una tentación que he tenido que superar diariamente para no ir hasta allí pertrechada con un carrito de la compra, a ver cómo le ha sentado la primavera.

En aquellos años, ya de camino a la casa familiar, caminando por el paseo de los Álamos hacia la calle Uría, intentaba imaginar la zona de la Colonia, cómo tuvo que ser esa calle llena de casas de indianos. Sus vecinos con dinero fresco y abundante ganado en América con mucho esfuerzo e ingenio. Es una lástima lo mal gestionado que ha estado siempre el patrimonio urbanístico en Oviedo y en casi todas las ciudades españolas. Me refiero a denostar y despreciar lo creado en el tiempo inmediatamente anterior. A no saber preservarlo de la moda del momento. Me da igual en este tipo de patrimonios o en otros como las hace poco derribadas lonjas de pescado o escabecharías del litoral vasco, o las casas adosadas a la muralla romana de Salamanca, en cuyo derribo cayeron muchos años de historia de la ciudad. Bien es verdad que si tenemos en cuenta la opinión de Clarín sobre "La Colonia", no sale muy bien parada.

Aprovecho para decir que creo que Oviedo y Asturias le deben mucho a aquel puñado de valientes, los indianos. Se fueron por necesidad y tuvieron la generosidad de volver a su tierra, invirtiendo en ella parte de sus ganancias y dinamizando la maltrecha economía de la época. Al igual que hicieron las familias de las Cuencas, las familias mineras que nunca fueron a gastar ni a Madrid, ni a Santander ni a ningún otro sitio que no fueran Oviedo o Gijón en aquellos años de bonanza del carbón.

Y volviendo a mis paseos por la ciudad, confieso que también, tomando como tomaba a la Regenta como mi Trotamundos ovetense, algún día lluvioso fuimos mis hijos y yo a la Catedral a intentar pasar un rato bajo techo. Había leído que lo hacían las damas de Clarín para no mojarse los vestidos, pensando, ilusa de mi, que la solemnidad catedralicia contagiaría de paz y asombro a los míos. No fue así. Sí es verdad que encontraron entretenidísimos en un entrar y salir de los confesionarios, que tantas confidencias literarias albergaban entre Ana Ozores y su confesor D. Fermín. Después de esta alborotada experiencia, no volvimos a ir. Nos mojábamos sin más o íbamos a casa de unos maravillosos abuelos siempre encantados de ver a sus nietos.

En 1998 vine definitivamente a vivir a Oviedo y fue a partir de esta fecha, cuando realmente me fui involucrando con la gente de la ciudad. Conocí a la que hoy en día es una gran amiga, Carmen del Rio; de su mano empecé a descubrir a personas muy comprometidas con la cultura ovetense como Enrique Pinín en la pintura, Pepe Monteserín en la literatura o Mateo Luces en la música. Oviedo para mí se empezó a llenar de contenido, de conciertos, exposiciones y debates literarios. Años después, tuve la suerte de conocer, en una noche negra de La Noche Blanca, a Yolanda Lobo que para mí es "una activista" cultural de la ciudad y por la que también me empecé a vincular a otros movimientos culturales que hoy forman una parte importante de mi vida.

Compartir el artículo

stats