Los integrantes de ocho familias de Oviedo, alrededor de treinta personas, permanecen desde las nueve de la mañana de ayer sin poder entrar en sus viviendas. Se trata de los vecinos del número 24 de la calle Padre Buenaventura Paredes, en Pumarín, que tuvieron que ser desalojados con urgencia por los bomberos tras determinar que existía riesgo de derrumbe del edificio. Los afectados se vieron obligados a salir a la calle "con lo puesto" después de que los vecinos del primero derecha dieran la voz de alarma al encontrarse con "grandes grietas" en el pasillo y en otras partes de su casa. El hundimiento del forjado de la viviendaaunque en ningún caso hubo daños personales. "Yo estaba todavía en la cama y entró un bombero para decirnos que teníamos que salir a toda prisa. Fue un susto de muerte", asegura María del Socorro González, que vive en el cuarto izquierda.

Con la calle aún cortada al tráfico y los vecinos reunidos en un parque situado frente al edificio, muchos en bata y zapatillas, comenzaron las labores de apuntalamiento de la estructura del edificio, aunque esa celeridad no impidió que los vecinos tuviesen que pasar la noche fuera de sus viviendas. La mayoría de los afectados pudo alojarse en casa de amigos o familiares, pero hubo tres familias que se vieron obligadas a buscar alternativas. Para estas personas el Ayuntamiento hizo de mediador y les consiguió habitación en el hotel Ibis de Ciudad Naranco, que no iba a abrir hasta el lunes y aceptó alojarlos atendiendo a la petición de los servicios sociales. "Lo más probable es que puedan volver mañana, cuando se hayan tomado las medidas necesarias", explicaban ayer fuentes municipales.

Y lo más probable es que hoy puedan regresar la mayoría, pero en el caso de José Armando Norniella no será posible. Su casa, comprada hace menos de un año, es la más afectada. Él la escuchó crujir mientras dormía junto a su mujer y su bebé de seis meses. "Me despertó un ruido fuerte a las tres de la mañana y cuando miré había una pequeña grieta en el pasillo, pero volví a la cama con la idea de mirarlo al día siguiente. Cuando me levanté a las ocho la grieta ya recorría todo el pasillo y se había hundido el suelo", explica Norniella. Su familia es una de las que ayer pasaron la noche en el Ibis. "Hemos quedado en que esta noche la paga la comunidad de vecinos, pero no sabemos qué es lo que va a pasar a partir de ahora, porque parece que se necesita hacer una gran obra", afirma el hombre.

Ludi Argüelles, que vive en el tercero izquierda y es propietaria desde hace mucho tiempo, calcula que el edificio dañado tiene "al menos sesenta años". La administradora de la comunidad de vecinos, Carmen Plaza, hizo de mediadora entre los técnicos municipales y los afectados y les dijo a sus representados, a eso de la una, que "el forjado cedió por las filtraciones y por la humedad" y que "el edificio no está para caer pero sí necesitará una inversión muy importante para ponerse a punto". Plaza tuvo que presentarse ante muchos de los vecinos en el propio parque en el que estaban porque acaba de empezar a trabajar para la comunidad y ni siquiera le había dado tiempo a convocar una reunión de vecinos.

Fuera de su casa también se quedaron ayer Malick Dieng, su esposa, sus dos hijos y dos de sus hermanos. "Tuvimos que despertar a los niños porque estaban durmiendo. Se llevaron un susto de muerte, pero los vestimos rápido y nos bajamos a la calle cuanto antes", explica. Jesús Fidalgo, otro vecino del edificio de Pumarín, no paraba de repetir que dentro del edificio había varios pisos hundidos "porque algunas puertas no encajan por más de un centímetro". Fidalgo resume de una manera muy expresiva lo que hizo al enterarse de que había peligro: "Salí como un tiro", dice.