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Rosa García, última página del Fontán

La histórica kiosquera del mercado, pixueta de nacimiento y ovetense de adopción, cierra su puesto tras 66 años vendiendo periódicos y revistas a pie de calle

Rosa García instalando su puesto en abril de 1991. LNE

"El Fontán no ye lo que era". Y sin ella, menos aún. La frase es de Rosa García Busto, Rosina, y tal vez la mujer no sabe cuánto tiene de verdad su afirmación. Rosa es pixueta, "de Cudillero, de abajo, los de arriba son de El Pitu", pero hay pocas personas más ovetenses que ella.

Con 18 años compró "un kiosco por 1.000 pesetas a un chaval, se abrían las puertas y lo podías poner donde quisieras". Se instaló a la puerta del mercado cubierto del Fontán. Más tarde se hizo con una furgoneta DKW que adaptó para su negocio. Empezó a vender periódicos y ya no lo dejó hasta el pasado 14 de marzo, con el decreto del estado de alarma. Tiene 84 años y ha pasado su vida en el Fontán, por eso sabe que ha cambiado mucho, porque nadie como ella para valorar la evolución de uno de los rincones más característicos de Oviedo.

Ahora ha cerrado su puesto, de concesión municipal, en el que estaba desde hace 25 años, junto a la puerta de las escuelas del Fontán. Todos esos años, desde 1954, ha estado al pie del cañón, y no es metáfora. "Empezaba a las cinco de la mañana y estaba hasta las cuatro o cinco de la tarde, siempre de pie". Está en forma, "nunca me cansaba". A la hora de comer pedía algo a algún establecimiento cercano y allí comía, de pie, en su kiosco.

Durante esos 66 años ha estado casi siempre sola al frente del negocio. Tiene tres hijos, uno de ellos regenta un bar frente al kiosco, otra hija suele ir a echar una mano y la tercera es maestra, relata la Rosa.

En realidad, no siempre ha estado en el mismo sitio, fue cambiando debido a las obras en la zona. Empezó unos metros más arriba del lugar que ocupó en los últimos años, pero luego se instaló en la plaza de Daoíz y Velarde, junto al palacio del Marqués de San Feliz. Cuando hace un cuarto de siglo se remodeló el mercado cubierto, se habilitó un kiosco de prensa en la fachada sur y ahí se fue Rosa, que todas los días, de muy buena mañana, colocaba prensa y revistas y comenzaba la venta. Recuerda los tiempos en los que no todo era vender. Era habitual en los establecimientos de este tipo el intercambio de novelas, principalmente las de Corín Tellado, que atraían a las lectoras, y las de Marcial Lafuente Estefanía, dos superventas de hace varias décadas.

Rosa García es uno de los personajes más conocidos y respetados del Fontán, pero eso no quita que tuviese algún problema, no con los comerciantes, con los que siempre se ha llevado a las mil maravillas, sino con delincuentes y ladronzuelos de la zona. Cuando estaba en Daoíz y Velarde le robaron "el cesto con todas las monedas", pero la vez que más le dolió fue cuando le llevaron la cartera. "La tenía detrás del mostrador y alguien se la llevó, había 3.000 pesetas, que de aquella era mucho dinero", se lamenta todavía hoy al recordarlo.

El kiosco de Rosa ha sido lugar de peregrinación de propios y extraños, de ovetenses y gentes llegadas de otros lugares. Los domingos eran el día fuerte, la fila de clientes llegaba hasta la calle Fierro. "Vendíamos más de quinientos ejemplares de LA NUEVA ESPAÑA", recuerda la mujer, en referencia a esta cabecera, sin duda la que más se ha vendido durante décadas en su establecimiento del Fontán.

Ahora el coronavirus y los años se han llevado por delante el kiosco. En los últimos años, Rosa estaba jubilada y el titular era su hijo. Él era el que trabajaba allí, pero ella no podía quedarse en casa, así que todos los días se plantaba allí a las seis de la mañana y acompañaba a su hijo durante toda la jornada.

Rosa confiesa que no puede vivir sin el Fontán. Tanto, que pese a que ahora el kiosco está cerrado desde hace algo más de un mes, sigue acudiendo todos los días al barín de su hijo. Echa una mano o simplemente se sienta a charlar con los clientes, muchos de ellos viejos conocidos de la zona. Rosa se queda en el Fontán.

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