La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

VISIONES DE CIUDAD

El fútbol como receta para la integración

La familia recién llegada encuentra su hogar en el Carlos Tartiere

Aficionados a la salida de un partido en el Carlos Tartiere. L. MURIAS

Pisé Asturias por primera vez el 13 de agosto de 1977, con 17 años. Llegué en un vuelo desde Madrid para pasar unos días de vacaciones. El trayecto desde el aeropuerto hasta mi destino, Gijón, me maravilló. Nunca había estado en el norte de España, nunca había estado en Asturias y no podía creer que en España existiera algo así, tan verde y agreste, tan diferente del resto y tan bonito, acostumbrada como estaba a los veraneos en el Levante seco y caluroso. Tampoco sabía cómo era el Real Oviedo, ni que me iba a enganchar tanto.

Desde aquel momento mi vida ha estado estrechamente vinculada a Asturias por diversas circunstancias. Pero a pesar de ello, lo que nunca pude imaginar en aquel entonces, y ni siquiera 7 u 8 años atrás, es que iba a vivir en Oviedo y a descubrir la ciudad de mis amores y a unas personas tan abiertas, francas y entrañables, algunas de los cuales se han convertido en queridísimos amigos.

En 2015 mi marido y yo decidimos que queríamos cambiar de vida. Madrid nos abrumaba y teníamos la libertad de instalarnos donde quisiéramos. Después de mucho pensar, valorar y analizar distintas opciones, nos decidimos por Asturias. Tenemos un maravilloso prao en Somao, con vistas a la desembocadura del Nalón, y pensamos en construir una casa allí. Así que, con esa idea, para allá nos fuimos un 29 de septiembre a instalarnos en la casa de veraneo familiar cerca de Pravia, mientras construíamos nuestra nueva casa. Sin embargo, ahí sigue el prao y nunca llegamos a construir esa casa porque, aunque nos encantaba la zona y la vida allí, nos dimos cuenta de que necesitábamos algo más de movimiento alrededor. Afortunadamente seguimos el consejo de mi cuñada María, ovetense de nacimiento, criada en Madrid y asturiana por los cuatro costados, de no empezar a construir hasta haber vivido en el sitio unos cuantos meses.

Nada más llegar a Asturias mi marido, que es inglés, seguidor del Manchester United y ha viajado mucho, me dio su receta para la integración en un sitio nuevo: "Tenemos que hacernos de un equipo de fútbol local" dijo, así que, después de hacer un estudio "de mercado" nos decidimos por el Real Oviedo. Yo, que en pocas ocasiones había ido a un partido de fútbol, me encontré yendo de Pravia a Oviedo cada día que jugábamos en casa. El ambiente del Tartiere me entusiasmó: montones de familias con niños, padres mayores con sus hijos ya adultos, muchas mujeres. Y lo que más me emocionaba: cuando ponían el himno, salía el equipo, y todos, yo la primera, aplaudiendo para transmitir a los jugadores todo nuestro apoyo. Luego, cuando ya empezamos a vivir en Oviedo fue mucho más fácil llegar al campo, en medio de la habitual riada de aficionados.

Empezamos a buscar piso en Oviedo ayudados por mi amiga del alma, Diana, quien, con la cabeza sobre los hombros, nos desaconsejaba las ideas absurdas que a veces se nos ocurrían. Vimos unos 45 pisos, de lo más variopintos y en muy diferentes estados de conservación y presentación. Vimos tantos pisos en tantos sitios que, después, en ocasiones nos referíamos a tal o cual piso para identificar una calle. Recorrimos el centro de Oviedo andando, de arriba abajo y finalmente acabamos optando por un piso en la calle Campomanes, cerca de la Plaza de San Miguel. ¡Qué maravilla de barrio! Tenías todo lo que necesitabas y más, como mi tienda favorita, Fermín de Pas, donde te sumerges en un mundo lleno de olores y posibilidades, y todo a tiro de piedra.

Nos entusiasmaba vivir allí. Era tan diferente a Madrid, tan lejano del ruido atronador de los coches, de los cientos de personas haciendo cola para salir del metro o de las prisas constantes. En Madrid, que es mi ciudad y a la que quiero con toda el alma, la vida se acaba reduciendo a un pequeño pedazo de ciudad. Normalmente tardas más de una hora diaria en ir y volver del trabajo, hacer la comprar o las tareas cotidianas también te lleva un buen rato, todo lo cual te impide tener tiempo para hacer otras cosas. En cambio, en Oviedo la vida fluía en una especie de sencillez inesperada y desconocida para nosotros. Cualquier gestión era fácil, desde un trámite en el Ayuntamiento hasta acudir al centro de salud o hacer la compra. Lo único que tuvimos que hacer fue acostumbrarnos a los horarios de cierre de las tiendas y oficinas. Llegaba a casa sorprendida de que en un ratín había hecho un sinfín de cosas; era tan diferente a mi vida en Madrid, donde tardaba una eternidad en hacer un solo recado y tenía que coger el coche para todo. De hecho, cuando llevábamos más de 3 semanas viviendo en Oviedo, nos dimos cuenta de que no habíamos sacado el coche para nada e incluso llegamos a bajar al garaje a comprobar que seguía allí.

Nos adaptamos con gran facilidad a una vida mucho más humana que la que habíamos tenido en otros sitios. Para nosotros era una novedad, por ejemplo, salir a pasear por el centro de la ciudad, bajando Campomanes para llegar a la plaza del Ayuntamiento y luego a la Catedral y sentarnos en un banco en la plaza Porlier a ver pasar la gente. Cruzar el Campo San Francisco para ir a la calle Uría, tranquilamente, sin prisa, como el resto de los viandantes. Salir a cenar con amigos andando era algo increíble. O ir andando a comprar al Mercado del Fontán, una experiencia que afortunadamente podía repetir todas las semanas para que en casa no faltara queso o cecina de Paulino.

Otra de las grandes sorpresas para mí fue la cercanía de la gente, la facilidad para conectar, para hacerte sentir parte de su grupo. Cuando, por primera vez, llamé a una persona para que me recibiera para contarle un proyecto y me dijo que sí, me dejó estupefacta. Empecé a conocer a algunas personas a nivel profesional a través de los encuentros de Cruzando Caminos y a partir de ahí, como cuando coges una cereza y te salen dos o tres enganchadas, fui conociendo otras organizaciones o grupos de personas estupendos, como Equilibra Corresponsabilidad Social. Lo mismo nos ocurrió en el plano personal. De los madrileños se dice que somos acogedores, pero no hay nada comparable a lo que hemos sentido en Oviedo, en Asturias, donde nos han integrado en grupos de amigos de toda la vida y hemos hecho muchos y buenos amigos.

Desafortunadamente, a pesar de que nos habíamos mudado a Oviedo para siempre, el trabajo y las dificultades del transporte, tanto nacional como internacional, nos forzaron a dejar nuestro sueño y volver a Madrid. He llorado por muchas calles de la ciudad, mientras me despedía de tantos sitios especiales. Nos ha costado mucho dejar Oviedo, mucho, y cada día lo echamos de menos. Incluso a pesar de la lluvia y el clima, que no te deja ponerte sandalias hasta bien entrado el verano.

Espero que a través de estas palabras pueda llegar a transmitir cuánto me gusta y quiero a Oviedo. Y precisamente por eso, se entienda la tristeza que he sentido al ver, día a día, cómo iba cambiando, al cerrarse locales y negocios. La mayoría de las personas con quienes hablaba me contaban de hijos o sobrinos jóvenes que se habían ido a trabajar fuera. Oviedo se merece otra cosa, tiene todo lo necesario para ser una gran ciudad económicamente hablando, en la que se mezcle una actividad económica vibrante con un estilo de vida humano que facilita las relaciones personales y las actividades extra laborales. ¡Ojalá que así sea!

Compartir el artículo

stats