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Casa Estrella, hogar del barrio

Ventanielles se despide del legendario local de alimentación, que cierra después de sesenta años en activo

Estrella Cobreros y su hermano Alonso, despachando.

Estrella Cobreros y Fabriciano Huerga llegaron de Zamora a Oviedo a finales de los años cincuenta con hambre y ganas de trabajar. Aquí criaron una familia, encontraron otra en el barrio de Ventanielles y acabaron convirtiendo su negocio, Casa Estrella, en un hogar. El popular colmado de Ventanielles acaba de cerrar ahora para siempre sus puertas después de seis décadas, con su hija Florentina Huerga "Tini", al frente.

"Fue la necesidad lo que les movió a mudarse", cuenta. "Llegaron con una mano delante y otra detrás a una barriada sin calles asfaltadas, muy húmeda pero sin agua corriente. Entonces, tenían que ir al río de Colloto a lavar la ropa y no tenían casi ni para comer".

La familia Huerga-Cobreros procedía de Zamora, de trabajar la tierra. El barrio al que llegaron no era ni parecido a lo que es ahora. Había 2.010 viviendas, construidas entre 1955 y 1958. Nada más. Movidos por las oportunidades de la industria de una región en auge, los Huerga-Cobreros encontraron en Oviedo lo que buscaban: un hogar. "Según llegaban las familias, se integraban muy pronto. Compartíamos penas y alegrías, ayudándonos en nuestras carencias. Cuidábamos unos de otros, nos queríamos", relata Tini acerca de su infancia "correteando" por las calles de Ventanielles.

Poco después de su llegada, Fabriciano abrió, junto a su hermano Pepe, su primer negocio: una carbonería "a domicilio", "Carbones Huerga". Desde el Palais, pasando por Colloto, hasta el centro de Oviedo, los dos Huerga repartían con un carro y una mula por los hogares asturianos. "Las cocinas del barrio eran de carbón y cumplía muchas funciones: cocinar, calentar la casa, secar la ropa, y sobre todo, reunir a la familia para contarse las cuitas del día", evoca Tini. Y el calor atrajo el cariño de la población, especialmente de la del barrio en el que vivían. "Tengo 65 años y de pequeña fui muy feliz en sus calles y continúo sintiéndome parte de la gran familia que formamos".

Años después de este primer comercio, vino Casa Estrella, regentado por la que le da nombre al establecimiento, Estrella Cobreros. "Ya había otras tiendas de alimentación cuando la abrimos, pero había trabajo para todos. Tuvimos la suerte de ser conocidos por la venta de carbón a domicilio", rememora Tini. En este local, además de vender todo tipo de productos, también se podían realizar los pedidos de carbón. Entonces, los dos negocios funcionaban como una asociación. Estrella atendía la tienda y Fabriciano, el reparto del mineral. La fecha de apertura de la tienda fue de finales de los 50 o principios de los 60, en un barrio que se encontraba creciendo: "Le pregunté a mi padre, pero no se acuerda. Quiere buscar en los papeles, y yo le digo '¿a dónde vas, papá, que tienes 91 años!'". Estuvieron 59 años en activo, desde 1.961 a 2020. "Mis padres, después de todas las penurias, consiguieron llevar a cabo la apertura, construyendo con sus propias manos el escaparate, las vitrinas y el mostrador, pieza que aún se conserva", recuerda Tini, que tenía siete años por aquel entonces.

En los comienzos, eran ellos quienes se encargaban de envasar los productos: desde unos fideos y sal hasta licores, cafés y perfumes. Los clientes llevaban sus propias bolsas y recipientes para que se los rellenasen. "En este barrio la gente pasaba mucha hambre. En esta tienda hemos visto y hecho de todo: hemos fiado, hemos regalado comida? Hemos hecho favores y nos los han devuelto. Jamás hemos tenido un problema con nadie", narra la última regente de Casa Estrella. Su recuerdo favorito es de las Navidades a la puerta de la tienda. Las mujeres guardaban cola, esperando a que sus maridos recibieran la paga extraordinaria para luego hacer la compra más grande del año. "Se llevaban cajas llenas de comida. Venían, cogían todas las que podían y luego volvían a por más". Son momentos para ella cargados de felicidad, porque compartía con sus clientas la ilusión de los festejos, las conocía de "toda la vida".

En el almacén de la tienda, también se celebraban cumpleaños. Se reunían en la parte trasera del establecimiento, después de doce o trece horas trabajando , "o las que hiciera falta". Toda la gratitud y el cariño expresado por Florentina y sus padres, después se lo devolvieron. El último día, la escena volvía a ser parecida a la de las Navidades. Gente con cajas y bolsas preguntando qué se llevaban para que las estanterías se quedasen vacías, antes de que el portón cayese definitivamente. "La gente me mandaba mensajes preguntándome si era verdad que cerrábamos, y el último día aparecieron muchísimos clientes, algunos que llevaba sin ver años porque se habían hecho mayores y ya no bajaban a la compra", cuenta Tini. Fue "un dolor" para ella echar el cierre de un lugar que había sido su infancia, su adolescencia y su madurez entre las cuatro paredes de la tienda. Tini creció con Casa Estrella, sin embargo, el negocio nunca cambió. De hecho, solo sufrió una reforma en toda su vida. Pero el tiempo hizo mella en el negocio de la carbonera, que se fue adaptando a los tiempos nuevos: del carbón pasaron al butano, repartiendo bombonas de gas. Después llegaron las cocinas eléctricas; entonces el servicio de Fabriciano se hizo prescindible y pasó a atender en la tienda junto a su mujer; un negocio que les proporcionó lo suficiente para seguir viviendo.

Y de Casa Estrella no se movió Fabriciano hasta que echaron el cerrojo y bajaron el portón. Primero de dependiente, después, una vez jubilado, se convirtió en una pieza clave del local. Colocó su silla cerca de la puerta, y todas las mañanas bajaba a sentarse, daba igual que nevase o tronase, mientras le hacía compañía a su Tini, la heredera del negocio familiar. "Bajaba a hablar con los clientes", explica.

Estrella, por su parte, empezó muy joven a atender en la tienda, donde estuvo toda su vida. Primero, despachando y recogiendo pedidos, después se jubiló e iba a hacerle compañía a su marido. En la última época del negocio, con 84 años, caminaba con mucha dificultad. Las visitas a su hija y sus clientes se hicieron menos frecuentes. Pero el último día, sábado, Estrella volvió a su casa. "Se sentó junto a su marido para despedirse. Todo eran abrazos, besos y lágrimas". Tini heredó de su madre la pasión por ese sitio. "Los domingos hacíamos la gran compra para abrir al día siguiente, el único día que descansábamos. Yo deseaba que llegara el lunes para volver a abrir de nuevo", dice nostálgica.

Casa Estrella tuvo una prórroga inesperada. Con la llegada del estado de alarma y el confinamiento, las tiendas de alimentación podían seguir abiertas, pero Tini ya había tomado la decisión de cerrar el establecimiento. A sus 65 años, le había llegado la edad de jubilarse y no tenía herederos que pudieran hacerse cargo de la tienda. "Mis hijos tienen otros trabajos y no había nadie que pudiera quedarse con el negocio". Tini se debía a sus clientes, que la habían acompañado y ayudado durante todas las crisis, y decidió posponer el cierre.

-¿Algo más?

-Sí, gracias, muchas gracias a todos los que nos han acompañado en este viaje.

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