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Turistas caídos del cielo

Las nubes de ayer animaron a cambiar la playa por el casco antiguo de la ciudad, con gran presencia de visitantes foráneos durante la mañana

Dos turistas, haciendo fotos en la plaza de la Catedral.

La predicción meteorológica para ayer alertaba de un noventa por ciento de posibilidad de lluvia en la costa asturiana. Amaneció nublado y, ante esa perspectiva, el mejor refugio para numerosos visitantes fue Oviedo. A falta de playa, turismo de ciudad.

Pese al coronavirus, el primer domingo de agosto en la capital asturiana fue muy animado, aunque sin llegar al lleno. Familias, grupos de amigos de todas las edades e, incluso, peregrinos se pudieron ver por las calles. Todos tenían algo en común. Y es que el accesorio del día fue el paraguas. Por prevención. Había quienes lo tenían guardado en el coche, sin alejarse demasiado, no fuera ser que llegase el agua. Otros, más precavidos, lo cargaban en sus mochilas, listos para desenfundar en cualquier momento. Y también había quien lo llevaba en la mano, aprovechando los más pequeños los descuidos de sus padres para empezar con ellos una lucha de imaginarias espadas. Al final, el tiempo aguantó y hasta lució el sol en algún momento.

Patricia Espeso llevaba el paraguas en la mochila. Ella y su familia afrontaban una aventura urbana. Con un folleto de la oficina de turismo buscaban doce estatuas diferentes por las calles de la ciudad. Ya llevaban cuatro: Mafalda, la Maternidad de Botero (conocida como "la gorda"), los asturcones de la Escandalera y Josefa Carril, la Torera del Campo San Francisco. La quinta escultura estaba a la vuelta de la esquina, "El regreso de Williams B. Arrensberg" de la plaza Porlier, a la que los autóctonos llaman "el viajero". Después, un café en la plaza de la Catedral, una visita al casco histórico y vuelta a la base de Llanes para partir, en unos días, a su lugar de origen: Valladolid. "Siempre viajamos al sur y este año nos apetecía hacer algo distinto", cuenta Patricia Espeso, que reconoce que sus dos hijas pequeñas, Clara y Carlota Martín, no conocían el norte. "El agua del mar está fría, pero también es divertido, porque hay más olas", confiesa Clara, la mayor. "Nosotros sí que habíamos venido y sabíamos que les gustaría", comenta el padre, Gustavo Martín.

El grupo de amigos de Adrián Gil, todos procedentes de Úbeda, era de los que paseaban sin chaqueta ni paraguas en la mano. Lo tenían guardado, aunque por la mañana habían mirado la predicción y creían que iba a llover. Con esa advertencia aprovecharon para dar una vuelta por la capital asturiana, llegando a esta conclusión: "Oviedo es una ciudad señorial y elegante" Lo afirma Carlos García, que acaba de hablar con la guía buscando un sitio para comer fabada porque aún no la había probado. Lo que sí que había hecho era "aprender" a beber sidra. "El camarero la escancia y te la bebes del trago, como un zumo, para que no pierda las vitaminas", explica Gil, que todavía no se ha acostumbrado al rito. "Tendremos que tomar más", añade su pareja, Mari Carmen Cruz. El plan del grupo, en principio, era viajar al extranjero, pero la pandemia truncó sus planes. Por eso decidieron hacer turismo nacional y Asturias les llamó en especial la atención. El virus también estropeó los planes de boda de Patricia Checa y Carlos García, integrantes del grupo. La celebrarán el año que viene.

Un respiro para las tiendas de recuerdos, con la mitad de ventas que otros años

A mediodía, Juan García, junto a su mujer y su hija, reposaba tranquilo, sentado ante la fuente de la plaza de la Catedral. Ellos sí que tenían planeado visitar Oviedo antes de la cuarentena, porque “es un lugar con mucha historia”. El único gran cambio en el que se vieron inmersos a causa de la pandemia fue la improvisación para los preparativos. No llegaron a planear nada. Vieron que se podía viajar, cogieron el coche y se plantaron en una ciudad que les está gustando mucho.

A menos de quinientos metros de ellos, en la calle la Rúa, hay una pequeña tienda de recuerdos regentada por Fran Areces. Su apertura se retrasó este año por el coronavirus. De hecho, hubo momentos que no tuvo claro si quitaría el cerrojo de sus puertas. “Este verano hay menos que otros años, como es lógico, pero la verdad es esperaba que no hubiera absolutamente nada”, reconoce el comerciante. Sus ventas se han visto mermadas por la pandemia, pero los productos más solicitados siguen siendo los mismos:_vasos de chupito, imanes, camisetas y platos. “La gente que viene me cuenta que elige Asturias porque es un lugar seguro”, afirma con incertidumbre por lo que pueda venir ante los rebrotes en la región.

En la misma línea se encuentra Guillermo Bernardo, un artesano que tienen un local en la plaza del Ayuntamiento y otro frente a la muralla, en la calle Jovellanos. Para él, este verano está siendo “una montaña rusa”. Hay días que parece la segunda quincena de julio del año pasado y otros que no entra nadie a la tienda. “Me mantengo optimista. La temporada estival la salvamos y ya veremos después”, indica. Las ventas se han reducido más de la mitad que cualquier otro año,_visita menos gente los establecimientos y quienes entran se muestran más reacios a comprar. Pero la preocupación de Guillermo Bernardo no es por el verano, sino por el invierno. Su negocio es totalmente estacional y aproximadamente el 90 por ciento de sus ventas depende de los que vienen de fuera. “No sé como pasaremos del otoño, pero nos mantenemos al pie del cañón”, se resigna.

Además, existe una preocupación añadida:_el miedo al contagio. Por los locales de recuerdos pasa gente de todas partes y los dueños se sienten más expuestos. Un bote de hidroalcohol corona el mostrador y Guillermo Bernardo, con su mascarilla, vigila para que se mantenga la distancia. “A veces pido que esperen fuera. Esos son los días buenos”, bromea.

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