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VISIONES DE CIUDAD

Me gusta Oviedo, aunque me duela

Un retrato realista de la ciudad, que vestía gris y puerco y andaba plagada de charcos, que tenía quinquis, canódromo, apuestas, gigantes, cabezudos y hordas comiendo pipas

Me gusta Oviedo, aunque me duela

Mientras que en Oviedo diluvia un 11 de agosto de 2020 y hay más turistas que estrellas tiene el firmamento, haré inventario y contaré una versión de mi ciudad desde mi despacho en Mendizábal. Mañana, podría ser otra.

Ciertamente, te nacen en cualquier sitio y, algún día, te mueren, pero mientras llega ese instante, ojalá que transcurra lo mejor de nuestras vidas. A mí me nacieron en casa, matrona mediante, que me sacó de las entrañas de Esther (amor eterno), en una calle un tanto militar de Oviedo que ahora, afortunadamente, porta nombre de mujer pedagoga y ovetense, Matilde García del Real. Esta calle dista poco de La Vega, y yo, que miro la cosa local con más ironía que tristeza, con más desgana que pasión y con más escepticismo que esperanza, pienso si seremos capaces por una vez de alcanzar entre todos el futuro y la perspectiva para aunar una visión global que haga de esa singular finca un lugar febril para la instrucción, para la creación, para el esparcimiento, para el conocimiento, para el talento. ¡Ojalá!

Si me preguntan: ¿de dónde? Pues de la Tenderina, de donde también es oriundo Tenderino Bajo, célebre detective privado. Se trata de una barriada sur de origen obrero y campesino porque ya saben que las clases pudientes se acomodan en el Norte, mientras que los pobres aspiramos a que nos dejen vivir con dignidad en algún lugar con dignidad.

Hay muchas más cosas de Oviedo que me realizan: cosas y lugares, personas, locales, amigos, y claro, bares, librerías, etcétera.

Miro atrás, cuando las noches quemaban, el presente era un frenesí y el futuro un brochazo, cuando la ciudad adquirió maneras que emanaban del mismo afluente que pudiera hacerlo Madrid, Nueva York o Berlín, y un ramillete de recuerdos me asaltan en tromba como agua que desborda las calles. Años de pop loco, rock radical, punk irreverente, cultura alternativa, los primeros amores y alguna insumisión. Años de arramblar con la caspa y de iluminarse con la contracultura que llegaba de Londres y de la calle directamente a casa merced a la avanzadilla de mis hermanos en vanguardia. ¡Qué lujo!

Antes de La Moviduni y de los chiringuitos de San Mateo, había mucho quinqui, pila de salas de recreativos y de fiestas, el canódromo, apuestas, night clubs, soldados, prostitutas, grises, gigantes, cabezudos, barquilleros, hordas comiendo pipas, la osa "Petra", la Herradura, la Ascensión y la Ópera, que entonces odiaba tanto como adoro ahora.

En aquellos tiempos, Oviedo vestía gris y puerco y andaba plagado de charcos porque llovía mucho; en la actualidad casi destaca más por sus colorines y por sus adoquines sueltos.

Gozamos hogaño de mucho más mestizaje, ¡cuánto color! Cuando crío habría una o dos personas de color negro y unas pocas parejas de mormones que no es que fueran exóticos, qué va, pero sí que distintos a nosotros lo mismo que iguales entre sí. Te paraban a dar la plasta, a mormonear.

A comienzos de 1991 llegó a esta ciudad Gabino de Lorenzo y se puso a embaldosar, a peatonalizar, a hacer procesiones, charlotadas, a construir cosas horribles y a tirar la plaza del Fontán para, en su lugar, erigir un decorado. Ese año trabajé en el equipo que organizó las fiestas de San Mateo, presumo -lo justo- de haber sido el muñidor de que Camarón, "Oysterband"? y decenas de grupos asturianos actuasen ese año en Oviedo. Y claro está, como funcionó todo tan bien y el Ayuntamiento recaudó un montón de dinero, pues fulminaron el modelo y lo permutaron por el del dúo "Pili y Mili", de infausto recuerdo.

No quiero ni puedo, en aras a la transparencia que me caracteriza (risas), obviar que con anterioridad hubo otros alcaldes que tiraron lo suyo. Sin ir más lejos Masip derribó la Estación del Vasco (lágrimas), un lugar que frecuenté mucho de guaje. ¡Qué escalinata! ¿Y la cantina? ¿Y los andenes con la publicidad de azulejo? Guau, Masip, ¡tú sí que hiciste Historia!

Toda esa zona de Alfonso III el Magno, de Foncalada y de Gascona, antes de ser un Bulevar fue mi segunda casa, por no decir mi hogar porque, en realidad, vivíamos en un obrador de confitería, el de Beatriz: a la Tenderina íbamos básicamente a dormir. Anduve mucho por entre los raíles del Vasco y las humaredas del Carbonero gastando las horas en compañía de una pandilla de todas las edades, normalmente mayores, con los que jugué a todo lo que se jugaba analógicamente por aquel entonces: cascayu, fútbol, chapas, casetas, el pañuelo?

La otra pata de mi tayuelu ovetense de mocedad está sito en la plaza del Fresno y aledaños, una zona en la que fui muy feliz y muy triste y muy llambión; donde amé, lloré y donde me divertí una barbaridad.

También estudié, aunque ciertamente poco. Cursé EGB en el colegio San Juan y en muchos centros de Secundaria. Me salté la Universidad porque un atribulado moderno ateo no militaba en un santuario para creyentes antiguos. Poco después caí muy rendido en el amor, dejé los libros de estudio, a Carbayonia, y me exilé. Desde entonces vengo en tren a trabajar y a maquinar cosas bonitas, actuaciones como las que ofrecieron en esta ciudad Van Morrison, Salif Keita, Cachao, o sin ir tan lejos, como hace dos años cuando diseñamos junto a EP la programación de conciertos de la plaza de la Catedral con motivo de San Mateo; una de las más exitosas campañas en cuanto a convocatoria, calidad técnica y artística en la que Neneh Cherry, Jose James, Mariza, "Desakato", "León Benavente", "Celtas Cortos", La Mala Rodríguez, "Natos & Waor" o "Camela" hicieron las delicias contra todo el pronóstico. Y cuando digo todo, quiero decir todo.

Me gusta Oviedo, aunque me duela. Porque en cuanto salgo del Oviedo redondo, como que me caigo en el cerco. Me nacieron aquí, pero me fui a sabiendas. Y así voy, como un poeta más, sin lustre, mirando las azoteas y esquivando las baldosas rotas porque Oviedo, ya saben, es ciudad de vates.

Mi Oviedo es la patria de Ángel González y la casa de Jaime Herrero (que en paz descanse), la capital de los encantos tristes, con sus cicatrices escondidas, su aroma decimonónico y su desmemoria. La ciudad que atesora una arquitectura modernista estupenda, unas cuantas ovejas descarriadas de la burguesía, enorme retranca, buenas dosis de chovinismo, un casco histórico que renquea, y un monte que merece una elegía, un plan de choque y todo lo que queramos darle.

Escucho ahora el agua caer con menor virulencia mientras me subyugan los efluvios de una memoria que vive lo que quiere y que canta lo que le place.

¡Puxa Uviéu, parroquia!

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