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El arsenal turístico del Naranco

Carlos Fernández Llaneza, de la asociación protectora del monte, avala la idea municipal de organizar rutas por los vestigios de la Guerra Civil

Los vestigios de la Guerra Civil siguen presentes en la ladera del Naranco. Y revirtiendo el uso con el que surgieron, Oviedo quiere recuperar los búnkeres de la contienda para que se conviertan ahora en un arma que permita captar turismo a través de rutas por la zona. "Hay que aprender de los errores que se cometieron en el pasado", recalca Carlos Fernández Llaneza, presidente de la asociación "Manos por el Naranco", que ayer hizo de guía para LA NUEVA ESPAÑA por esas históricas construcciones y que avala la idea municipal.

"Más que búnkeres creo que es más correcto llamarlos nidos de fusilería o casamatas. El búnker es otro tipo de edificación". Así comienza Llaneza la explicación sobre las dos edificaciones que se sitúan en la ladera norte del Naranco, con el nombre de "La cama del moro" y "Les ancineres". Se accede a ellas desde la senda que une la pequeña aldea de Pevidal y Ladines, donde solo queda un habitante, después de haber dejado atrás los monumentos prerrománicos. Cubiertos casi por la vegetación, se abren paso dos pequeños caminos de tierra y se distinguen las construcciones de hormigón, mezclado con otras piedras autóctonas, que contrastan con el verde de la maleza. Están separadas una de otra por una distancia aproximada de 150 metros. Justo enfrente, el visitante se queda de espaldas a La Rasa, donde el bando republicano tenía sus trincheras.

Las construcciones se realizaron entre julio de 1936 y octubre de 1937, con el objetivo de frenar a las tropas que avanzaban desde Galicia e impedir su paso a las localidades costeras. "Es probable que desde aquí, pese a todo, no se haya pegado ni un tiro", reconoce Llaneza. Después del asedio de 1937 las instalaciones cayeron en desuso. No obstante, se conservan en perfecto estado y permiten situarse a quien las visita en el contexto de la Guerra Civil española.

La puerta de "La cama del moro" está orientada hacia el Norte, de espaldas a la senda. Después de rodearla, a una altura de un metro aproximadamente sobre el suelo, un pequeño pasillo conduce al habitáculo principal. Apenas entra luz por las dos pequeñas ventanas, situadas a ras de suelo y divididas por un pequeño bloque de hormigón. Según explica Llaneza, el pasillo de entrada hace un ángulo interior para que, en el caso de que entrasen las balas, rebotaran contra las paredes y no dieran a los que guardaban el Naranco. En el interior, un círculo de menos de tres metros de diámetro. "Aquí colocaban los fusiles para estar prevenidos contra el enemigo", cuenta el ovetense, señalando los dos rectángulos de la pared. Su lugar privilegiado permitía ver a quien se acercase y un paisaje impresionante.

Carlos Fernández Llaneza nació en 1963 en Vallobín. Para él, la cima del Naranco era como una extensión más de su barrio. De ahí nace la pasión por el emblemático monte. "No se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama", afirma con contundencia. Cuando era pequeño, con sus amigos, además de jugar a los exploradores, buscaban casquillos de balas de la Guerra Civil del campo contiguo de la ladera del monte. "Las vendíamos en el chatarrero y nos daba para unos chicles y unas pipas", rememora. Frecuentes eran las noticias de una mina olvidada por el monte donde tenían que intervenir la Policía o los Bomberos para evitar peligros. Son unos vestigios que siguen presentes y que se quieren recuperar ahora como aliciente turístico.

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