No han accedido a un cargo vitalicio tras "ganar unas oposiciones" ni han adquirido algún tipo de privilegio, sino que se han comprometido para siempre a "servir a Dios y a los hermanos" y a "ser con su conducta ejemplo de vida". Así se resume la mutación vital experimentada ayer por seis asturianos que se convirtieron en presbítero (cura o sacerdote, en la jerga cotidiana) -uno de ellos- y en diáconos -los otros cinco- en una ceremonia celebrada en la Catedral de Oviedo, que se vio obligada a limitar su aforo a 250 personas que acudieron previa invitación por su particular relación con los ordenandos. Otros pudieron seguirla a través de internet.

Dos de estos diáconos tienen previsto convertirse en sacerdotes dentro de un año. Los otros tres son ahora diáconos permanentes: dos están casados y son padres de familia, y el tercero está soltero y seguirá siéndolo.

Lo de las "oposiciones" lo advirtió el ordenante, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, en su homilía. Asimismo, destacó que la llegada de estos refuerzos constituye "aire fresco y un viento de esperanza" para "un mundo huérfano y hasta fratricida". Lo de ser "ejemplo de vida" lo precisaba una de las múltiples oraciones e invocaciones que emplea la Iglesia para incorporar a sus ministros.

Estos nuevos ministros -palabra que deben asumir en su acepción estricta de "servidores", subraya la Iglesia- son Miguel Vilariño Suárez, ovetense de 27 años y ahora sacerdote; los seminaristas Marcos Argüelles Montes (nacido en Pola de Siero, 28 años) y Arturo José Marías Gutiérrez (gijonés de 46 años), ambos diáconos transitorios; y tres hombres ya veteranos que fueron ordenados diáconos permanentes (sin horizonte de ser curas): Alfredo Jesús García Baltar (avilesino de 58 años), José Luis García García (avilesino de 56 años) y Antonio Huélamo Huadamuro (de 62 años y natural de San Juan de Nieva).

Esta figura del diácono permanente estaba presente en la Iglesia primitiva, luego quedó arrumbada y hace algo más de medio siglo la recuperó el Concilio Vaticano II. Faculta para bautizar, presidir la celebración de matrimonios, proclamar el Evangelio o predicar, pero en ningún caso para celebrar misa o recibir confesiones. "No han sido llamados al ministerio presbiteral, pero sí a dar el alto testimonio de la caridad desde su ministerio como diáconos", explicó el Arzobispo en su homilía.

Las ordenaciones celebradas ayer deberían haber tenido lugar, como cada año, en la pasada fiesta de Pentecostés, el 31 de mayo. Pero fueron aplazadas debido a los rigurosos condicionamientos que impone la pandemia de coronavirus.

El acto estuvo caracterizado por las mascarillas y las distancias de seguridad. En la ceremonia del orden sacerdotal, la imposición de manos sobre las cabezas de los nuevos ministros cobra un simbolismo único. En esta ocasión, el arzobispo y los aproximadamente 60 curas concelebrantes fueron advertidos de forma pública que tenían que realizar este gesto "sin tocar las cabezas". Quizá por la emoción del momento, no todos cumplieron con esta indicación. También quedaron cancelados los abrazos clásicos en este tipo de eventos. El acto alcanzó su punto más emotivo cuando los ordenandos se postraron sobre una alfombra granate y beige.

En las lecturas de la misa estuvo presente el libro del Eclesiástico, que suele ofrecer pocas concesiones a la euforia: "Rencor e ira también son detestables; el pecador los posee". Luego un breve pasaje de una carta de San Pablo, en sintonía con un mensaje esencial para los nuevos ministros: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo". Y por fin el Evangelio de Mateo que recoge la respuesta de Jesús a Pedro, sobre cuántas veces hay que perdonar: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". A última hora de ayer, seis hombres asturianos se pusieron a ello.