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Bailar sentados es bailar

El público de los conciertos del Auditorio sigue la música alzando los brazos

Público en el concierto de "Camela" en el Auditorio. JULIÁN RUS

Pasan unos minutos de las nueve de la noche y Ángeles y Dioni, "Camela", cantan "Corazón indomable", uno de sus grandes éxitos. Es la primera canción del concierto de la noche del miércoles en el Auditorio. En las primeras filas del patio de butacas una chica levanta una pancarta: "Hola, Camela, soy Estela, ¿puedo hacerme una foto con vosotros? Os quiero". Ellos la miran y se lo agradecen con un gesto. La joven guarda el cartel, que alzará en otras ocasiones durante la noche, y sigue disfrutando de sus ídolos. La chica está sentada, alza los brazos, mueve la cabeza y agita el tronco al ritmo de las canciones, siempre sentada en su butaca de gamuza azul. Es la nueva forma de bailar que ha impuesto la pandemia. En otras circunstancias, pongamos en el último concierto del dúo en la plaza de la Catedral, Estela estaría en primera fila desde horas antes del inicio de la actuación, habría colocado la pancarta pegada al interior de las vallas antiavalanchas y se pasaría la noche pegando saltos y gritos.

Ahora todo ha cambiado. El patio de butacas del Auditorio se llena cada noche de personas responsables que cumplen a rajatabla las medidas de seguridad. Nadie hace ni siquiera ademán de levantarse y ponerse a bailar en el pasillo, algo que sí pasaba en el mismo recinto en los conciertos de rock. El público se ha adaptado a la perfección a esta nueva forma de disfrutar de la música en la que todo lo que se puede hacer es alzar los brazos y agitarlos acompañando al cantante de turno. Tampoco se estila ya aquello de cientos de personas cantando a voz en grito impidiendo que se escuchase al artista.

Los artistas también se han acostumbrado. "Nos gusta veros bailar con las manos y las miradas", dijo al público Abraham Boba, líder de "León Benavente", durante su actuación en estas fiestas. "Tengo ganas de bailar", dijo Mikel Izal tras recordar que la mayor sudada en un concierto la había pillado precisamente en Oviedo, en una actuación en La Antigua Estación (hoy La Salvaje). Todos los artistas que han pasado por el Auditorio durante estas fiestas de San Mateo han destacado la responsabilidad del público. No hay aglomeraciones a la entrada de los conciertos, cierto que el aforo máximo son 709 personas, y todos cumplen con la distancia de seguridad, llevan puesta la mascarilla, se limpian las manos con gel hidroalcohólico a la puerta y dejan que miembros de Protección Civil les tomen la temperatura. En todos los conciertos las azafatas tienen que recordar a alguien, una o dos personas, el uso obligatorio de la mascarilla, pero es más por despiste que otra cosa. Nadie se la quita, a lo sumo, y según va avanzando la sesión, a alguien del público se le puede deslizar un poco y dejar a la vista la nariz. Se lo recuerdan, la vuelve a colocar en su sitio y no hay más. Tan solo en una ocasión, en toda una semana de conciertos, los responsables del Auditorio tuvieron que avisar a la Policía, que hace guardia a la entrada del recinto, porque una mujer se había negado en tres ocasiones a ponerse el tapabocas.

Es una forma distinta de asistir a conciertos de pop y rock y el público lo ha asimilado. Todos se han acostumbrados a que, como diría Sergio Dalma en una versión covid de su hit, "bailar sentados es bailar".

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