Con la destreza de quien lleva muchos años haciendo lo mismo, don Dositeo Méndez dobla el pañuelo blanco y cubre la copa de vino tras finalizar la misa matutina. Ayer fue la última que ofició, su despedida de la parroquia de Priorio, de la que lleva siendo cura 23 años. "Probablemente el más longevo, aunque no se ha estudiado", afirmaba el historiador Ángel de la Fuente. Y hasta allí se desplazaron sus feligreses para darle un último y caluroso adiós a quien "tanto trabajó, luchando contra el mal que aqueja a muchos pueblos de iglesias vacías". La suya, ayer estaba llena; todos los bancos ocupados e incluso había quienes vieron la ceremonia desde el exterior del templo.

"En la vida del Espíritu, solamente hay reencuentros, no despedidas", recuerda con voz trémula el sacerdote, que "no tiene la sensación de marcharse" y volverá "cada poco de visita". Tras su discurso, termina la misa y comienza el de sus parroquianos. Son tres los que suben al estrado, Carlos Rodríguez, Patricia Fernández y Ángel de la Fuente; el mismo número que el de las iglesias en las que Dositeo oficiaba misa: Las Caldas, Priorio y Caces, a las que se le suma el santuario de Siones. Y todos ellos comparten un sentimiento: el agradecimiento a Dositeo Méndez.

Las mismas manos que antes se doblaban firme a la tela blanca tiemblan a la hora de desenvolver los regalos de sus parroquianos. Primero, una placa conmemorativa por su labor y después un collage enmarcado de los cuatro lugares donde oficiaba misa, con el sacerdote delante. La emoción se pinta en su rostro y en sus palabras. Y para terminar, al sonido de gaita, vino y empanada en el prau de la iglesia que tanto luchó por reparar.