Llevaba años sin actuar en casa. "Desde el 2015", recuerda el ilusionista José Armas (Oviedo, 1985). Pasea bajo el techo de cristal del Palacio de Congresos del edificio más conocido como Calatrava. Mientras tanto, su equipo se afana por preparar la actuación de hoy en el mismo espacio, la que cerrará la programación mateína dedicada al público infantil. Mueven paneles, cajas, espadas y paraguas. Muchos paraguas.

"Con todo esto voy a atravesar a una de las chicas", asegura pasando el dedo por el filo de una de las espadas que, sí, corta. Hoy se clavará (aparentemente) en el cuerpo de uno de sus ocho empleados. Con una sonrisa que se intuye bajo una mascarilla negra afirma que la empresa tiene "una alta rotación". A sus asalariados los corta, atraviesa, separa su tronco de sus piernas y les hace "un poco de todo". Cosas de magos.

Pero hoy, en un espectáculo para el que ya están agotadas las entradas, habrá magia de todo tipo. Trucos de cartas, de ilusionismo o escapismo. Será una función completa y adaptada a "los tiempos que corren". Una celebración de su vuelta a Oviedo, algo que remarca en varias ocasiones. La ciudad, dice el mago, no solo ha presentado una "programación plural e impoluta", también "ha sido un ejemplo para el resto de ciudades". La cultura sí puede hacerse en pandemia. Y eso es algo que Oviedo "le ha enseñado al mundo".

El ilusionista algo sabe de eso. Durante su etapa fuera de la capital de "la tierra más mágica que existe", ha pasado por Lisboa, Madrid o Bruselas. Una trayectoria que sigue celebrando. "Yo estudié ingeniería informática, pero ¿cómo vas a compararlo a esto?", pregunta mientras señala a las butacas vacías. Mucho mejor de vivir de la magia. Algo que parece fácil de hacer cuando se es capaz de convertir, en un instante, un billete de diez euros en uno de quinientos. Lo de llenar teatros lo hace por vicio. Igual que el resto de trucos. Confiesa que al salir de casa se palpa, como todo el mundo los bolsillos. Cartera. Móvil. Llaves. Él incluye una cosa más, cartas.