"No me preguntes si te amo / tú lo sabes todo, tú sabes que te amo". Un emocionado José Ramón Bascarán recitó ayer algunos versos de una de las canciones más populares de la cantautora chilena Hermana Glenda y uno de los temas preferidos de su hermano, el misionero Carlos Bascarán, fallecido hace diez días en João Pessoa (Brasil) víctima del coronavirus. Lo hizo en el altar de la iglesia de San Isidoro mientras oficiaba el funeral. Una labor difícil por lo emocional, pero a la vez gratificante por el apoyo que decenas de amigos y compañeros del misionero de la Congregación Comboniana mostraron a su familia. Allí estaban los otros cinco hermanos de Carlos: Antonio, Manolo, Carmen, María Teresa (Cuca) y Juan José junto a primos, sobrinos y familia política. Los versos de la Hermana Glenda fueron el ejemplo perfecto para explicar la vocación que llevó a Carlos a abandonar una vida cómoda en Oviedo por otra mucho más difícil ayudando a personas en riesgo de exclusión y pobreza en Latinoamérica; su amor por Dios.

El sacerdote José Ramón contó visiblemente emocionado cómo su hermano, "un hombre excepcional" había tenido "una total entrega a Dios" desde que sintió la llamada al leer un pasaje de la Biblia que dice: "Dios vomita de su boca a los tibios". Una frase que hace referencia a los que no acaban de decidirse por una vida religiosa. Tal y como contó el propio misionero en una entrevista a LA NUEVA ESPAÑA en 2005, desde ese momento se replanteó el sentido de su vida dejando en un segundo plano "la novia, la tuna y el fútbol".

Numerosas personas acudieron al funeral, aunque por razones de seguridad algunas debieron quedarse fuera evitando aglomeraciones. En la iglesia estaba, entre otros, el psiquiatra Julio Bobes, cuñado y amigo de Carlos Bascarán, que se deshizo en halagos hacia el religioso: "Era un misionero grandioso por su sencillez y bondad. Impresionaba su forma de ser y su estilo directo de decir las cosas. Además, era un conseguidor, lo mismo lograba hacer una escuela que inaugurar una emisora de barrio. Era muy convincente y transmitía mucho calor humano". A su lado, Alfonso García, antiguo compañero de fútbol en el Juventud Asturiana, subrayó su sentido del humor, una cualidad con la que "lo abarcaba todo". También estuvo allí el que fuera concejal de Cultura y portavoz de IU en Oviedo, Roberto Sánchez Ramos, "Rivi", casado con una familiar de Carlos Bascarán: "Era una persona entrañable que entregó toda una vida a las clases más desfavorecidas, desde la Iglesia y el pensamiento, pudiendo escoger una existencia mucho más plácida".

El de ayer fue en realidad el tercer homenaje que los seres queridos de Bascarán le rinden desde su fallecimiento. Sus compañeros de la Congregación Comboniana del Corazón de Jesús, en Brasil, organizaron allí un funeral el mismo día del deceso (antes del entierro) y el pasado martes se hizo una misa simultánea en el Monasterio de Las Pelayas (el lugar donde ofició su primera misa hace 50 años) y todas las parroquias brasileñas en las que sirvió. De hecho, una foto reciente de Bascarán apoyada sobre unas telas tradicionales hispanoamericanas presidieron ayer el altar de San Isidoro haciendo un guiño a su estancia en América del Sur. Y varios compañeros de congregación asistieron al funeral.

Hijo del oftalmólogo Antonio Bascarán, había cumplido el 15 de marzo sus bodas de oro sacerdotales. Ingresó en la Congregación Comboniana en 1962 y realizó estudios de espiritualidad, Filosofía y Teología entre Navarra, Valencia y Oporto. Trabajó después con jóvenes en Palencia y en 1973, tras un destino frustrado en Uganda, vio cumplido su deseo de ser misionero, concretamente en Brasil, dejando atrás una vida acomodada. pero sin olvidar sus aficiones; el fútbol y la música. De hecho, usó ambas para sacar adelante a la juventud de las favelas de Santa Rita, una población de 200.000 habitantes marcada por la droga y la violencia. Empezó a jugar al fútbol de pequeño en Oviedo. Primero en el equipo de su colegio, el Loyola, y después en el Foncalada, Juventud Asturiana y por el Vetusta, filial del Real Oviedo. Pese a que estuvo más de 45 años de misionero, mantenía una relación estrecha con Oviedo, ciudad a la que regresaba cada 2 años para visitar a la familia y acudir al médico.