Jaime Herrero fue "algo más que pintor, algo más que escritor y mucho más que poeta". Para quien pronunció estas palabras y muchos otros de los presentes, Herrero era también "más que un amigo". Con esa descripción comenzó ayer Javier Cuervo, redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA, su recuerdo del pintor ovetense, fallecido el pasado mes de agosto a los 83 años.

El homenaje, que llevaba por título "A Jaime Herrero, atropellado por las sombras", se celebró entre las piezas de la exposición que ocupa la planta baja del Colegio de Arquitectos. Allí se escuchó, más o menos, la voz de Herrero de la mano de la grabadora de Cuervo. Esa voz ronca, de lengua afilada y mordaz, que la ciudad ya echa "tanto de menos".

Oviedo, aunque también podría hacerlo el mundo. O eso dejó ver la historiadora del arte Julia Barroso. Que recordó a un personaje altamente singular, que trasladó las vanguardias europeas al "Oviedín del alma", a la visión particular del pintor asturiano. Un personaje arraigado a su ciudad pero con un estilo y una vocación "de todo menos local".

Conocido por unos como pintor, por otros como personaje único del paisaje ovetense, y por todos los que alguna vez tuvieron trato con él como un narrador. Un estupendo contador de historias. Según Cuervo, "un fabulador confabulado para fabularse a sí mismo". Cuervo y el crítico Luis Feás pusieron encima de la mesa una promesa que ya no podrán incumplir: una labor de rescate de todo aquello que le quedó a Jaime Herrero en el caballete y los cajones del escritorio. En ellos, al parecer, dejó unas memorias. O una buena parte de ellas.