"Belinda" es una hormiga rosa que tiene que llevar comida a su hormiguero. Y mientras cumple con su trabajo va descubriendo e identificando un montón de sentimientos nuevos que normalmente no se explican a los niños. Es una historia que surgió de la cabeza de la psicóloga ovetense Ana Cabeza Leiva porque, según explica, "hay que ponerles un nombre a las emociones para aprender a gestionarlas", y que plasmó en un cuento de treinta páginas para niños entre 3 a 7 años como método para aprender a canalizar la rabia, la frustración o la ira. Pero este libro solo es una herramienta más para una asignatura que ella considera básica y que ahora mismo no existe en la formación académica: la educación emocional.

En su trabajo como responsable del equipo especializado de trastornos graves de conducta del ámbito educativo de Almería, Ana Cabeza está acostumbrada a lidiar con niños cuyos problemas nacen de una gestión emocional inexistente. Por ejemplo, no conocen lo que es la frustración, no la saben canalizar y por eso estallan, llegando a darse situaciones muy graves y generando una inestabilidad emocional en quienes lo sufren. "Es gratificante, pero complicado, porque los cambios son muy lentos y no siempre hay respuesta por parte de los niños", cuenta. Por eso, según indica, es importante que exista una base desde que son pequeños. La carencia de ella repercute en los comportamientos que tendrá de adulto. "Y cuanto mayor sea, más complicado de corregir".

En muchas ocasiones, la mala educación emocional viene de un aprendizaje erróneo en su casa. Entonces hay que corregir una actitud entendiendo que "no hay sentimientos buenos o malos", sino que hay que saber autogestionarlos e identificarlos, como hace "Belinda" en su recorrido para llevar la comida a casa, ayudada por el oso hormiguero "Perezoso", la mariquita "Clementina" y la abeja "Zum".

El cuento es una herramienta de un aspecto básico en el desarrollo cognitivo del niño: la identificación emocional. Pero en este proceso también es necesaria la socialización. "En el confinamiento, los niños dejaron de ir a los parques y de relacionarse con gente de su edad, lo que puede ser un problema a la larga", afirma. Pero lo que más le preocupa a Ana Cabeza es aquello que vuelcan los padres sobre los hijos debido a las incertidumbres generadas por la pandemia.

A su juicio, los niños soportarían mejor un segundo confinamiento que los adultos porque "son más conformistas y se adaptan mejor". La palabra que a ella le gusta utilizar es "resiliencia": adaptación a las situaciones adversas. "Mi hijo tiene 4 años. Está contento en el colegio y también está contento en casa", cuenta. Son los adultos de la casa quienes "libran la mayor batalla": inestabilidad económica y laboral, frustración, preocupación por la salud y por los más mayores. Y a ello se le suma tener que hacerse cargo de sus hijos en hogares donde no siempre hay ordenadores disponibles, aunque las lecciones y actividades lleguen vía online.

"Yo quiero confiar en que va a ir a mejor y nos vamos a acostumbrar a vivir con la pandemia", afirma la psicóloga. Aunque en este nuevo curso escolar los niños no puedan relacionarse tanto y pese a que tengan que acostumbrarse a confinamientos parciales y medidas de seguridad, la nueva normalidad no tiene por qué suponer un trauma para ellos. "Su sociabilidad no se ve muy afectada; es de otra manera, porque viven en sus burbujas", cuenta. Dentro de las aulas, cambian las normas, y entre ellos, sobre todo los de Infantil, es muy complicado que mantengan la distancia de seguridad: "Ellos ponen sus reglas. Tienen la necesidad de jugar, relacionarse y aprender por medio de la socialización". Y lo más importante: hacerlo con seguridad.