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Algo más que un puñado de horas

Oviedo, una ciudad que recompensa a sus expatriados con regresos apoteósicos

El campo de fútbol del Vallobín, embarrado, cuando aún era de arena. Eladio LÓPEZ

Por vicisitudes del destino, aparecí en este mundo en Lugo; meses después recalé en Oviedo, donde a mi papá y mamá, oriundos de Taranilla y Palazuelo de Boñar (dos pueblecitos de la zona Noreste de León), les destinaron. Al poco nació mi hermana, única asturiana de los cuatro. Sin embargo, cuando me preguntan, de dónde soy, –con ya más de 10 años fuera de España, no son pocas las veces– digo que de Oviedo. Luego ya, dependiendo del nivel en geografía del interlocutor, me suele tocar simplificar a Spanish North Coast (costa Norte de España), Nortwest of Spain (Noroeste de España), o el comodín que hace poco descubrí, y que me funciona bastante bien, arriba y a la derecha de Portugal.

Son ya dos lustros en otros continentes, pero la cabra tira pal monte y los mochuelos a su olivo, y pocas son las navidades que falto. Para el ovetense emigrado, no hay mejores días, ni más divertidos, óptimos y eficientes que esos entre Nochebuena y Nochevieja para comer, beber y ver a la mayor cantidad de gente buena, no hace falta quedar, solo aparecer. (Este año, con esta muralla china reforzada para el forastero, pintan bastos para poder cruzarla fácilmente).

Al terminar el “tuto”, el Alfonso II, puse ya pies en polvorosa; de aquella Caminos aún no estaba en Mieres, y tocó irse a Santander a estudiar y volver todos los findes que podía. Por aquel entonces, la nueva carretera de entrada a Oviedo no había partido en dos al Luis Oliver. Al igual que tantos otros, el campo del Vallobas aún era de arena, terrenos de juego que ya son historia, en los que tocaba dejar el pie de apoyo listo para cambiar de dirección por si el último bote modificaba la trayectoria de la bola, o ese charco en la línea de fondo amarraba el balón para que no se saliese fuera. Campos de fozar y llegar al vestuario con arena hasta en las orejas, que a todos nos forjaron como futbolista, no de los de más calidad, pero sí correosos y peleones, de lo que aún sigo sacando tajada, lateralucu...

Luego tocaba encontrarse meando al lado en cualquier baño del antiguo con el que te habías enzarzado en un córner; y después de un par de bromas, todos tan hermanos. Con el tiempo, me di cuenta de que en pocas ciudades del país se empezaba a salir tan pronto como en Oviedo; desde los 13 años, Rosal arriba, Rosal abajo, recién entrada la tarde del sábado en la calle con cuidado de que no te dieran el palo, de meterte en algún jari, o llegar a casa más perjudicado de lo esperado. Aún tintinean en mi memoria Katedra, Paul&cia, Kapital o Dolce locales con nombre y esencia cambiante, aunque localización permanente, que aún hoy día al pasar por delante evocan recuerdos con sabor a chicle de cola o sonidos de cinturón. Tardes y noches que me enseñaron desde bien temprano a lidiar con la realidad de la sociedad y a aprender cómo es el mundo real, con el coste de unos cuantos duros y cachis de mocho.

La noche ovetense fue una de las más divertidas que he saboreado y tiene varias peculiaridades que la convierten en una joya. Por un lado, es esa zona céntrica peatonal con, historia centenaria y calles preciosas donde se alojan los bares; por otro es que la población de Oviedo genera la demanda perfecta para que todos los ambientes se aglutinen en una misma zona. Al contrario que en las grandes urbes, en las que hay demanda suficiente para que pijos, punkis, heavies o raperos tengan su zona particular de fiesta y varios bares, en Oviedo todo se concentra en un mismo sitio. A la amalgama de la demanda le toca reunirse y mezclarse en los diferentes garitos de la ciudad, de ahí que en nuestras generaciones no haya tanta polarización sino más bien un denominador común. Aunque siempre hay alguno que quiere navegar a contracorriente, así es que varias veces me negaron la entrada por llevar rastas.

Oviedo tiene además una noche muy especial. En palabras de mi amigo Nacho, “la mejor noche del año”, mucho mejor que Nochevieja, en la que aparte de tener disfrazarte con traje, la noche se concentra en tan solo unas horas, de dos a seis de la mañana. En aquella época, cuando aún estábamos en el “tuto”, no siempre se alargaban las noches, pero era el día de los fuegos, la noche en la que se podía salir de casa a las cuatro de la tarde y volver de día el día siguiente, rara avis en la vida del adolescente ovetense.

Esos fuegos que en una ciudad como la nuestra en la que escasea el viento siempre acaban convirtiéndose en destellos camuflados, salvo esa palmera gigante, que sacaba esos “ohhhh” y “ahhhh” y algún que otro aplauso, con la que mi papá me decía, abre la boca, para proteger mis oídos del estallido, (más tarde tendría que haber estado en algún que otro festival para recordarme guardar distancia con los bafles).

Pero retrocediendo un poco más en el tiempo, quizás le guardo más nostalgia a esas tardes mateínas, dando vueltas por el Campo San Francisco, con Pinón y Telva merodeando en su madreñogiro, o ese trenecito que cruzaba el campo entero, los zancudos pirueteando por el paseo de los álamos y el sinfín de pasatiempos que te ibas encontrando a lo largo de la tarde. San Mateo está puesto a propósito, guinda del verano, pues a pesar de haber empezado las clases, unos días antes, el periodo estival no termina hasta que no pasa San Mateo, en mis tiempos, el día 22, los dos patitos, siempre llegaba el otoño, y la cruda realidad.

Y ahora, dando un salto a la realidad, no ya a esta realidad, o nueva normalidad, (dejemos este artículo covid-free) Oviedo flaquea, lejos de aquella urbe que fue, la fuga de cerebros y talento al extranjero o a otras urbes del estado, la han hecho dar un frenazo, ha envejecido de repente y se resiente. No es momento, ni mi labor, la de señalar a nada ni a nadie. Pero se ha ralentizado, y ha perdido dinamismo y adaptación a los tiempos modernos, pues hay vida más allá de la Zarzuela. Este año, desde la distancia no he parado de ver stories de forasteros paseándose por la ciudad y la provincia, elección de muchos y de la que ninguno se arrepiente. Hay recursos, talento y ganas de hacer cosas, esperemos no se quede en otro “habría que...” de barra de chigre.

Cuando la gente que me he encontrado en el camino, me decía que apenas habían pasado media tarde en la ciudad, fue cuando me decidí a hacer un vídeo de mi ciudad y subirlo a Youtube, con más de 40 cosas que hacer, para que a quien nos visite le lleve algo más que unas horas. Una ciudad y unas personas que me han hecho tanto bien merecen más que un puñado de horas.

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