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El último verso de “La Santolaya”

Amigos y familiares despiden a Felisa Granda, fallecida a los 96 años, y recuerdan su legado de poemas y canciones

Felisa Granda Martínez, leyendo junto a una ventana de su casa.

“La Santolaya”, escribiendo en los años ochenta del siglo pasado.

Felisa Granda Martínez les decía a sus hijos cuando eran pequeños que era bruja por haber nacido durante la noche de San Juan, concretamente en la de 1924. Era un truco que utilizaba para tenerlos a los cuatro distraídos y para que no hubiese alboroto, pero lo cierto es que algo tenía “La Santolaya” que la hacía muy especial. Amigos y familiares despidieron ayer a la poeta de la Tenderina, a una mujer que a lo largo de sus 96 años de vida fue capaz de editar más diez libros de poesía en castellano y en asturiano y de escribir canciones para artistas como Rosa María Lobo y Vicente Díaz. Y eso que, según contaba ella misma, aprendió a escribir “garabateando con un palo en el suelo y con un silabario”.

“La Santolaya” –así era conocida Felisa Granda por formar parte de la familia de “Los Santolayos”– nació y vivió toda su infancia y juventud en la aldea del Mercadín, por lo que se consideraba “de la Tenderina de toda la vida”. Pudo ir poco a la escuela porque le pilló de lleno la Guerra Civil, pero era “lista como una ardilla” y siempre se preocupó de aprender de forma autodidacta. Se casó pronto, a los 18, aunque también enviudó muy joven, cuando tenía solo 51. “Mi padre trabajaba como delineante para Hidroeléctrica del Cantábrico y a la vez era mecánico dentista. Se fue pronto y eso fue lo que motivó a mi madre a escribir, lo hizo para liberar tanta pena. Antes se había dedicado a cuidarnos a nosotros y también había estado muy involucrada con las cosas que se hacían en el barrio”, explica su hija Beatriz Cabal.

Felisa Granda siempre lo tuvo claro en ese aspecto. “Estoy muy orgullosa de haber conocido el amor de verdad. Eso ahora casi no se ve”, explicaba hace unos años durante una conversación con este diario. A partir de la muerte de su marido, “La Santolaya” no paró. Se iba a todas las partes con una libreta y un bolígrafo y no tenía inconveniente a la hora de hilvanar unos versos en cualquier sitio si en ese momento la iluminaban las musas. A veces, mientras se tomaba su medio vermú con hielo, un capricho que mantuvo casi hasta el final, “apuntaba las ideas en servilletas para que no se le olvidasen”, relata su hija. “Era muy curiosa para todo. Registraba todos sus trabajos y hacía siempre cinco copias. Una para cada hijo y otra para ella. Quería que tuviésemos todas sus obras y que las conservásemos”, añade.

Pero la vida literaria y creativa de Felisa Granda Martínez no se ciñó exclusivamente a la poesía. También escribió teatro y canciones que llegaron a interpretar algunos autores destacados. “Creo que la de ‘La lancha marinera’ de Vicente Díaz la escribió ella. También hizo algunas más, pero no lo tengo muy bien controlado porque no paraba de crear y era prácticamente imposible saber todo lo que hacía”, afirma con orgullo Beatriz Cabal.

“La Santolaya” fue a la Universidad para mayores hasta los 88 años de edad y nunca se cansaba de aprender. Después comenzó a apagarse, pero casi hasta el último día de su vida estuvo en contacto con la cultura y con los libros. “Me ponía con ella y quería que leyésemos cosas de Alfonso Camín. Era un autor que le encantaba y que siempre quería ensalzar porque decía que no se la había dado nunca la importancia que tenía”, señala su hija.

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