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El cura que lee las señales del cielo desde la Catedral de Oviedo

José María Hevia, astrónomo y canónigo de San Salvador, vigila con celo las estrellas veinte años después de su gran descubrimiento, la galaxia “SMNR”

José María Hevia, en una imagen reciente, ante la Catedral. Irma Collín

El cielo está minado de secretos y basta con saber dónde y cómo mirar para desentrañarlos. Entre las piedras de la Catedral, el canónigo José María Hevia observa el infinito a través del cristal templado de su teléfono móvil. Busca la dirección en la que se encuentra su galaxia, la que descubrió en el año 2000. Cuando la localiza gracias a una aplicación da un grito de emoción casi infantil y señala: “Ahí estaría, concretamente a 35,6 millones de años luz”. Desde hace 20 años, hay un misterio menos en el firmamento y lleva el nombre “Seminario” –SMNR 1050, en idioma científico–. Bautizada en honor a la institución de la ciudad de Oviedo. Aquella galaxia estaba oculta tras “una banda de masa oscura”, era invisible a la vista –por supuesto–, pero también al telescopio. La historia de cómo un “humilde cura” pasó a la historia de la astronomía comienza por donde tiene que hacerlo, por el Génesis.

“Y lo llevó fuera, y le dijo: Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas”. La frase del primer libro de la Biblia en la que Dios le pide a Abraham una tarea imposible suena algo distinta en alemán, pero encierra el mismo significado. Así la pronunció el canónigo ovetense José María Hevia en Manheim durante el verano de 1988, donde sustituía al párroco titular durante las temporadas estivales. Aquellas palabras, en un alemán con acento español pronunciadas desde el altar de la Jesuiten Kirche tuvieron la buena fortuna de calar en el director del Instituto Max Planck de Astronomía, que se encontraba en uno de los bancos de la iglesia. Intrigado por el sermón de aquel cura extranjero que parecía saber bastante de ciencia se acercó a él tras la eucaristía y la relación cristalizó en la concesión de una beca de investigación para el canónigo asturiano. “Y, menos mal, porque si tengo que pagar las nóminas de los telescopios con el sueldo de cura...”, celebra con una sonrisa.

Fue providencial, pero no una locura. José María Hevia, además de ser canónigo de la Catedral, es matemático y siempre mostró un interés especial por la astrofísica. Aquella beca, que sigue teniendo abierta, le permite acceder al carísimo instrumental con el que estudia el cielo en su vertiente científica. “Solo durante los veranos”, recuerda, porque el resto del tiempo se lo dedica a la diócesis de Oviedo a la que dice que se “debe en cuerpo y alma”. Niega tener mayores aspiraciones, aunque admita que ha tenido ofertas –cual estrella– para irse, por ejemplo, al telescopio que tiene el Vaticano en Tucson, California. Pero no hay tutía. El cielo siempre puede esperar, porque primero está la tierra y, más aún, si es la de uno.

El religioso ciñe a los veranos su tarea de investigación: “Me debo en cuerpo y alma a la Diócesis”

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Su amor por la diócesis ovetense y por Asturias no está reñido con los viajes al extranjero. Más bien es una oportunidad para predicarlo. Cuenta Hevia que la primera vez que fue al gigantesco telescopio de Effelberg para investigar, un ingeniero había colocado bajo el inmenso aparato una pequeña Virgen. Aquello se podía mejorar, y el canónigo dejó allí la clásica imagen de la de Covadonga con el lema “yo conduzco, ella me guía”. Y allí sigue, velando por que Effelberg siempre apunte a donde toca. Pero no es la única aportación local al instrumental alemán. Cuenta Hevia que parte de la maquinaria tiene factura asturiana, la “montura de calibración” es de la firma Asturfeito.

Pero el descubrimiento de la galaxia SMNR lo hizo, como quien dice, desde casa. En 1998 le regalaron un telescopio de aficionado que, ahora, descansa en el Seminario de Oviedo. Con él, el canónigo empezó a ver cosas “extrañas” en un punto del cielo. Aquellas anomalías gravitatorias, dedujo, las tenía que estar ocasionando “alguien”. Y, ese alguien tan enigmático era una masa oculta. Esa cosa, pensó, solo podía ser una galaxia y la NASA terminó por confirmar su lectura del cielo y así, una galaxia pasó a tener nombre ovetense.

Ulrich, aquel ingeniero de guiado alemán con el que el canónigo asturiano terminaría trabando amistad, no es el único creyente que se dedica a la astronomía. Hevia no tiene dudas sobre la relación entre ciencia y fe. Explica que se hicieron dos sondeos en 1916 y 2016, y los parámetros de creyentes y ateos en el mundo de la ciencia no han variado especialmente. Pero sí “la adscripción profesional”. Si el siglo pasado la cantera de ateísmo estaba en la astronomía, hoy lo está en “la genética”, el ámbito de la ciencia en la que, dice el cura, está la “Torre de Babel moderna”. Abrumados por la inmensidad de los datos obtenidos del estudio del universo, la astronomía dejó de parecer concluyente sobre la inexistencia de Dios, algo que “terminará pasando también con los genetistas”.

Aunque solo dedique un mes al año al estudio del firmamento, el canónigo cuenta con una ventaja. Y, no, no es la guía divina con la que cuenta que se ironizó cuando se hizo público su descubrimiento en el año 2000. “Voy para mayor y hago buenos amigos”, explica encogiéndose de hombros. Así, le cede horas de telescopio a jóvenes que tienen muchas ganas y poco tiempo para observar. En contrapartida, los estudiantes le dejan ver en qué andan trabajando. “Se fían de que el cura tiene ética y no les va a hurtar el trabajo”, dice y asegura a renglón seguido que no lo hace, pero ese asomar la cabeza a lo desconocido le ayuda a entender la ciencia desde un ámbito más amplio y le ofrece nuevas líneas de investigación. Y, aunque su gran descubrimiento fue hace dos décadas podría estar cerca de encontrar algo grande, muy grande.

Las últimas investigaciones del canónigo le han llevado a estudiar una “hipergigante azul” con un nombre menos sugerente que “Seminario”, y que responde la aparentemente azarosa sucesión de caracteres “r136a1”. Cuenta el canónigo que están llegando a la conclusión de que se trata de una “fusión de estrellas”. Esta investigación, explica, tiene la ventaja de que puede hacerse desde casa. Ya que su amplia red de amigos le facilita los datos desde distintos puntos del globo, como el telescopio Hubble o un laboratorio japonés.

Aunque el día a día le lleva más a lo terrenal. El pasado día 21 de diciembre Saturno y Júpiter, a nuestros ojos, se juntaron en el cielo. La última vez que habían pasado tan cerca fue en marzo de 1224. Esta conjunción es conocida como la “Estrella de Belén”, pero el cura –voz autorizada– dice que está demostrado que no tiene nada que ver. Y, si no tiene más valor histórico que el anecdótico, menos vale el horóscopo. “Hay que poner a la gente en paz con la razón”, explica el canónigo. “En el nacimiento de un niño influyó más la gravedad de la comadrona, aunque sea flaca, que la conjunción astral...”.

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