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De terrazas para “echar un cable”

Con el sol, los vecinos vuelven a llenar las pocas mesas que le quedan a la hostelería de la ciudad, en un clima de apoyo al sector

Emma Álvarez y Andy Benito se disponen a comer en una terraza de la avenida de Galicia. | Irma Collín

Incluso en los tiempos más oscuros hay días de sol. Y hay quien sabe sacarles partido. Para la caja de los hosteleros la pandemia, con sus consecuencias –el riesgo y el miedo (tan justificados como duros) y las restricciones sanitarias (tan duras como justificadas)–, se lleva mal con las lluvias. Al irse las nubes y secarse las aceras, el buen tiempo arrastra a los ovetenses a las calles y las calles los llevan casi inevitablemente a las terrazas. El último reducto de la gastronomía se presenta ya en muchos casos a mesa puesta. Cuatro platos relucientes por mesa invitan a los viandantes a sentarse. Una petición sutil a los vecinos para que se abstengan de ocupar una mesa para tomar un café o una caña. Preferiblemente que sean comidas completas y para cuatro. Aunque se hace lo que se puede. Con una sonrisa de oreja a oreja que se saldría de las costuras de la mascarilla, Mario Álvarez explica que “siempre que se pueda hay que echar un cable”, mientras disfruta de un cocido en la terraza del Ovetense. Explica que es cliente habitual, que los dueños son “amigos” y que, por ello, la comida ahora es un placer que se disfruta el doble.

Solidaridad y comprensión con quien vive de la vida en las calles, y respeto por quien la pierde en las UCI. Es una balanza delicada que se lleva con resignación. Con el “ye lo que hay” de muchos hosteleros, aunque les duela el bolsillo. Aunque les duela tener que trabajar al 20 por ciento de ocupación o tener trabajadores, compañeros y amigos engrosando la fila del paro. Pero sale el sol y las terrazas, las que quedan, se llenan. Lo que, dicen algunos, “no es difícil”. Juan Ancinas, dueño de un restaurante en la avenida de Galicia, explica lo que es obvio: “Teniendo solo la terraza es fácil que la llenemos”. A poca gente que quiera sentarse, no cabe un alfiler. Entre la distancia de dos metros entre mesa y mesa y el espacio que hay que hacer para los calefactores que ahuyentan el frío, el sitio para los comensales se reduce a la mínima expresión. Lo que termina de complicar la viabilidad de los negocios.

Mario Álvarez, en la terraza del Ovetense.

Y, en tiempos duros, la solidaridad es la clave. No solo la de los clientes habituales, que se esfuerzan por mantener el trabajo de los hosteleros. También entre los locales, donde más que competencia hay compañerismo. En la misma calle en la que Ancinas colocaba la vajilla de los siguientes comensales, un hombre salía desconcertado de un restaurante para entrar en el siguiente. Para aprovechar al máximo las posibilidades de los negocios vecinos dos establecimientos hosteleros comparten una única terraza. “Nosotros damos desayunos y ellos comidas”, se oye desde la puerta del local, “entre en el siguiente, que ahí le atienden”. Repartirse la franja horaria en comunión. Cafés y pinchos por las mañanas, comidas al mediodía y persianas echadas una vez avanza la tarde.

Pero mientras brilla el sol hay vida, y en las zonas del Antiguo donde más pega es prácticamente imposible encontrar mesa a la hora de comer. Uno de los que han logrado una silla es el artista visual Toño Velasco, que disfruta de su comida frente a la Catedral. De pie, acechando, algunos vecinos se posicionan para hacerse con el próximo asiento que quede libre. Mientras que en la mesa contigua al pintor una pareja comenta un rumor que ya suena manido: “Dicen que nos cierran el lunes”, comenta uno de ellos. Ajeno a las habladurías de su alrededor, Velasco sigue bajando, cucharada a cucharada, el plato que le han puesto sobre la mesa, y admite que hay que “disfrutar” mientras se pueda.

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