Con una ovación tremenda el público del Auditorio agradeció ayer a la joven violinista María Dueñas toda la pasión, genio, expresividad y talento puesto en su interpretación del Concierto para violín en re menor, op. 47, de Sibelius junto a la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. La intérprete mostró una madurez increíble y una personalidad poco frecuentes para sus 18 años.

Esa sensación de juventud y regusto clásico se incrementó aún más, no solo por una forma de enfrentarse a la música con alma, genio y una expresividad tan gozosa que hace disfrutar al tiempo al espectador. También, porque María Dueñas tiene maneras con el violín que recuerdan a las de los grandes maestros de la primera mitad del siglo XX, fruto, quizá, del magisterio de Vladímir Spivakov, como se vio, en concreto, en el gusto por los glisandos.

Por otra parte, Dueñas se comportó como una violinista muy técnica, con un sonido limpio que brilló aún más en los pasajes virtuosísticos, muy inteligibles y muy expresivos.

A ese sonido, más allá del gusto de escuchar a una intérprete tan joven expresándose de esa forma, contribuyó el maravilloso instrumento con el que toca, un Gagliano (S. XVIII) cedido por la Nipon Music Foundation, con unos graves asombrosos.

A todo ese derroche de fuerza, técnica y genio respondió muy bien la OSPA, muy involucrada en el acompañamiento de Dueñas. La orquesta ofreció una sonoridad muy grande y fue especialmente hábil a la hora de cederle los temas a la solista. Había competenetración y funcionaba.

María Dueñas, después de Sibelius, regaló al público una golosa pieza para violín solo, “Applemania”, de Alekséi Igudesman, en la que volvió a desplegar esa asombrosa técnica y capacidad de expresión.

La OSPA completó el programa con la Sinfonía n.º2 en si bemol mayor, op. 15, de Svendsen, una composición que se sale un poco del canon del repertorio orquestal, pero que ofrece esa sonoridad a la que acostumbra la OSPA en todos los conciertos de abono. Especialmente interesante fue el segundo movimiento, muy expresivo, conmovedor, con los “tempi” bastante contrastantes. También cumplió bien el director Ari Rasilainen, de gesto muy grande y maneras de dirigir personalísimas.

A pesar de las restricciones, el concierto logró una aforo superior a los que se están registrando en esta temporada.