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Benito Gallego | Deán de la Catedral y exorcista

"Ni el 10% de las presuntas posesiones diabólicas realmente lo son"

“Los gastos de la Catedral nos van a subir mucho más por el alza del recibo de la luz: la calefacción es eléctrica”

“Llevo 45 años de canónigo penitenciario en Oviedo y siete de exorcista, que impone un poco”

Benito Gallego, deán de la Catedral de Oviedo.

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Benito Gallego, deán de la Catedral de Oviedo. Elena Vélez

Benito Gallego (Villamoratiel de las Matas, 1942) tiene el hablar pausado de quien está acostumbrado a mediar en conflictos y calmar los ánimos. Deán, canónigo penitenciario y exorcista, concede una entrevista a LA NUEVA ESPAÑA en la Catedral, un templo que ahora está cerrado por las tardes debido al auge de la pandemia. Este sacerdote leonés ligado a Oviedo desde hace 45 años, acaba de comenzar su tercer lustro como presidente deán de San Salvador tras se reelegido por el cabildo.

–¿Haber sido renombrado deán es un espaldarazo?

–Hombre, anima bastante que el cabildo, formado por diez personas, te elija. Denota confianza y para mí es motivo de alegría.

–¿Cuánto tiempo lleva en Oviedo?

–Desde diciembre de 1975 como penitenciario, 45 años, toda una vida. Y de deán va a hacer once años que ejerzo. Y si Dios quiere estaré cinco más de deán, porque es un cargo que se elige cada lustro y el cargo lo tiene que confirmar el obispo.

–¿Cuál es la labor de un canónigo penitenciario?

–Mi labor es atender esa función de penitenciaría, de sacramento de la penitencia, especialmente para pecados especiales en la diócesis de Oviedo. En mi caso ya es de por vida, hasta que yo tenga capacidad para seguir en esa tarea. Es decir, llevo 45 años en el cargo y siete de exorcista, que impone un poco.

–¿Cuántos exorcistas hay en España?

–Tendría que haber un exorcista en cada diócesis, pero no los hay. Se nombran puntualmente. Cuando hay un caso dudoso, el arzobispo o el obispo pide a un sacerdote que verifique esa situación y que la trate como él piensa que debe tratarse. Los sacerdotes antes de ser ordenados tenemos ese ministerio de exorcismo, pero es algo que luego se administra puntualmente por el obispo del lugar para que no se banalice.

–¿Por qué le escogieron a usted?

–Supongo que fue porque está relacionado con el cargo de penitenciario. Es un servicio especial que ya se me había pedido puntualmente en alguna ocasión, pero el nombramiento como tal fue hace siete años.

–¿Hace exorcismos con frecuencia?

–Veo personas habitualmente que, o bien te las envían los sacerdotes, o bien saben y llaman para quedar y que las veas. Ocurre con cierta frecuencia. El criterio que la mayor parte de los exorcistas seguimos es no dar mucho aire al tema porque tiene un efecto de llamada tremendo. Yo tengo esa facultad aquí en el Principado para todos los asturianos y para los asturianos que están fuera, pero nada más.

–¿Cuántas personas de las que trata de una posible posesión diabólica, están realmente poseídas?

–Ni el 10% de las presuntas posesiones diabólicas realmente lo son. Normalmente se trata de un tratamiento hecho desde el campo propio de un sacerdote para ayudar a superar determinadas situaciones. Sin embargo, cuando ves que aquello ya ha pasado por todos los médicos posibles… Hay que seguir un ritual que tiene la Iglesia, que no es arbitrario. Es un trabajo complicado que incluye expresiones que no te gustan al principio porque te chocan mucho, pero luego te compensa humanamente al ver cómo las personas lo van superando. No me refiero solo a los poseídos, sino a personas que han tenido que seguir algunas indicaciones y después han sentido curación.

Benito Gallego, esta semana, en la Catedral. | Luisma Murias

–¿El ritual es como el de las películas?

–El ritual de exorcismo no tiene mucho que ver con las películas, aunque tampoco las he visto todas. Es un ritual en el que se pide protección y ayuda de Dios a través de la interseción de los Santos con una letanía. Después, hay oraciones específicas según tú veas cómo está la persona. Generalmente al inicio es difícil. Es aconsejable que los supuestos poseídos no vengan solos, que vengan familiares o amigos porque las expresiones a veces son muy duras. También tienen una fuerza fuera de lo normal, muy desproporcionada a la persona que tienes delante. Todo esto es una labor bastante tangencial a mi labor de penitenciario.

–¿No va usted a los domicilios?

–No. Son situaciones que requieren mucha paciencia, saber estar y no perder la calma. Hay convulsiones, gritos, insultos... Cuando por ejemplo hay ruidos en un domicilio hablo con el sacerdote de su parroquia para que vaya a bendecir la casa. Hay un ritual de bendición para casas, para coches, para personas… Pero yo no salgo. Tienen que venir ellos aquí. De otra manera, no se debe.

–Antes habló de que un canónigo penitenciario se ocupa de las personas que han cometido “pecados especiales”. ¿Qué pecados son?

–Hay un confesionario muy llamativo en la capilla del Rey Casto con el cartel “Penitenciario”. Es para toda la diócesis y la labor que se hace allí es muy necesaria en la Iglesia desde siempre. El perdón de algunos pecados está reservado a la Santa Sede, como la profanación formal de las sagradas especies o la eucaristía dándote cuenta y queriendo. Luego, hay otros pecados reservados al ordinario de lugar, es decir, al penitenciario. Por ejemplo, la herejía y la apostasía –que incluso ha tenido campañas de promoción por parte de algún partido político en momentos determinados–. En este caso, cuando esa persona quiere volver a la Iglesia, como está bautizada no vuelve a ser bautizada, sino que se confiesa con el penitenciario. Hasta hace tres años, en la lista de esos pecados estaba el aborto provocado, pero el Papa dio la facultad de esa absolución a todos los sacerdotes.

El ritual de exorcismo no tiene mucho que ver con las películas, aunque tampoco las he visto todas

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–Entonces, es usted una persona acostumbrada a lidia con el mal a diario.

–Sí. Aunque eso también es muy bueno. Yo no hago cosas porque me dé la gana ni tengo poderes personales para absolver. Hago llegar a la gente la misericordia de Dios, que Dios nos quiere a pesar de todo. Es algo que compensa interiormente y te da fuerza porque sabes que consuelas mucho.

–¿Siempre tuvo claro que quería ser sacerdote?

–Dios va llamando poco a poco y te va dando pistas. Fui ordenado cuando tenía 22 años con dispensa, cumplía los 23 en septiembre y me ordené en junio. Tengo días peores, que estoy más decaído, pero siempre tengo la seguridad de que es cosa de Dios y veo su providencia en todo, hasta en el día de mi nacimiento.

–¿Cuándo nació usted?

–El 8 de septiembre. Cuando de niño me preguntaban cuando cumplía años decía que el día que los cumple la Virgen, porque eso fue lo que me enseñó mi madre. Años después, al llegar a Asturias vi que el día del nacimiento de la Virgen era Covadonga.

–¿Cómo repercute la pandemia en la Catedral?

–Está afectando de manera decisiva a en muchas cosas. En esta tercera ola de la pandemia no hemos cerrado para el culto. Me refiero al de todos los días, domingos y fiestas. Ahora bien, las entradas y visitas turísticas se han suprimido. La Catedral solo abre durante la semana hasta la una porque no tenemos posibilidad de mantener a los empleados, que están en ERTE. Solo tenemos dos sacristanes para que se puedan relevar. Todas estas medidas también se notan en los recibos, en pagar la luz…

–¿Qué es lo más caro de mantener en la Catedral?

–Indudablemente son las nóminas y la luz. Por ejemplo, aquí la calefacción es eléctrica y como ahora ha subido el costo de la energía los recibos nos van subir más. Luego está la compra del vino y las formas para el culto, los seguros… A lo mejor tenemos un pago fijo de 3.000 euros al mes. Aunque ahora no estén encendidas las luces, hay que poner la calefacción porque la Catedral es muy fría, y con las nuevas normas anti covid-19 nos piden tener las puertas abiertas.

–¿La crisis económica generada por la pandemia también ha afectado a las obras de restauración del templo?

–Terminamos recientemente los retablos de la girola y la capilla de los Vigiles. El dinero de los retablos lo comprometimos antes de saber que iba a venir la pandemia, así que nos hemos quedamos algo descolgados en el tema económico; la reserva de emergencia para imprevistos está muy floja.

–¿Le sigue sorprendiendo la Catedral?

–Estoy siempre fijándome. Me dicen que veo el último papel que han tirado. De hecho, fui muchos años fabriquero, que es el que atiende las obras. Fue un encargo temporal y al final estuve 24 años. En un edificio así, cuando arreglas una cosa pasa algo en otra.

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