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Una monja al pie de la letra

La ovetense Sor María Dolores Díaz de Miranda, una de las mayores expertas en restauración, recupera en Toledo documentos del archivo de la Casa de Medinaceli

Sor María Dolores Díaz de Miranda, en su taller del Hospital de Tavera, en Toledo. | LNE

A Sor María de los Dolores Díaz de Miranda, religiosa benedictina nacida en Oviedo y una de las mayores expertas en papel y pergaminos de España, no le gusta revelar su edad. “Tengo esa debilidad femenina”, dice, divertida, esta monja que no es de clausura “pero casi”. Ha pasado por varios conventos, entre ellos el de las Pelayas de su ciudad natal, pero ahora vive sola, en el Hospital de Tavera, en Toledo, donde se dedica a la restauración de documentos y libros del archivo histórico de la casa de Medinaceli. En la ciudad que respira tres culturas por las piedras de sus muros, la patria sentimental de El Greco, dirige el taller-laboratorio donde se restauran y se conservan documentos gráficos de la citada familia ducal.

Si se le aprieta un poco, admite que nació en la década de los sesenta. Lo hizo en Oviedo, aunque el registro de su nacimiento la sitúe en Grado, donde pasó buena parte de su infancia. Tuvo, cuenta, una infancia feliz entre la frondosa arboleda de la vivienda familiar. Su hermano Felipe –arquitecto y vicepresidente de la Sociedad Ovetense de Festejos–, llevaba “a mucha gente a casa” y, por lo que fuera, siempre necesitaban a uno más para completar sus juegos. La pequeña María Dolores empezó a jugar al fútbol con los chicos, a boxear, a construir cabañas entre los árboles al tiempo que, en su fuero interno, explica, crecía una “llamada”, una vocación. Un secreto que no se atrevió a confesar hasta pasados los años, porque eso, “en casa era una bomba”. A la edad de catorce se lo confesó a un cura –“creo que quiero ser monja”, le espetó– pero no a sus padres. “¿Cómo se lo iba a decir? ¿Estás loco? Se hubieran reído de mí”. Hoy habla vistiendo el hábito desde una celda toledana, una imagen que su familia no hubiera podido imaginar. “Me consideraban un trasto, creo que no hubo día en el que me dijeran que ‘qué buena había sido’”, cuenta con una sonrisa que se intuye al otro lado del teléfono. De niña soñaba con ser médico y acudir a las misiones, a sanar vidas y almas, pero en los juegos con sus cinco hermanos le tocaba tanto el papel “de mosquetero como de princesa”. Ahí, explica, es donde empezó a fraguarse una personalidad activa, inquieta que se transformó en resistencia pacífica durante su paso por un convento de Cataluña, el nacionalismo llegó a colarse por la piedra porosa de los muros del monasterio. Una personalidad que logró almacenar un currículum profesional inmenso, repleto de logros como el de haber restaurado el Fuero de Avilés, colaborado con universidades extranjeras o formado parte de un grupo de investigación del CSIC.

Es cierto que el currículum empezó a llenarlo pronto, pero de manera un tanto errática. Con dieciséis años empezó los estudios de Medicina en la Universidad de Oviedo. A los veinte ya había entrado en un convento y, con veintiuno ya paseaba su título bajo el brazo. Cuenta que, en el colegio, hizo varios cursos en uno, de ahí que pudiera matricularse antes de cumplir los 17. Es médico de carrera, aunque nunca llegó a ejercer. El azar, o, más bien la fe, la llevó frente a una pila de fascículos a los que quitarles las grapas, frente a un montón de libros que desmontar para que otra religiosa los volviese a encuadernar. Ese fue el trabajo inicial que le encomendaron en el monasterio de San Pelayo de Oviedo. Las Pelayas más jóvenes recibían este tipo de encargos durante los primeros compases de su etapa en el convento. La aspirante a cirujana, de manos hábiles y “gran memoria visual” –lo que, explica, dice con total humildad y solo por hacer honor a la verdad– se enamora del papel, de su estudio, su cuidado y su conservación.

Con las Pelayas de Oviedo empezó sus trabajos como restauradora. Tras ocho años la hicieron directora del Taller de Restauración del convento, en el que permaneció hasta 1998. Bajo su dirección, las benedictinas desempeñaron un prolífico trabajo en el que se restauraron unas 3.500 piezas. Entre ellas algunas de alto valor como el mencionado Fuero de Avilés. Este documento, expedido por Alfonso VI en 1085, es el más antiguo de todos los que se conservan en Asturias y contiene las primeras palabras escritas en asturiano. También se encargó de la restauración de los Libros de Acuerdos Capitulares de la Catedral de Oviedo y, descubrió que los 26 valiosos grabados de J. B. Piranesi que custodia el Museo de Bellas Artes de Asturias no son una primera edición, sino una segunda, impresa por el hijo del artista en Francia. El papel, sobre todo el papel bueno, tiene unas marcas de agua denominadas filigranas. Unos pequeños surcos y relieves a través de los que se cuenta su historia. Explica la monja que, estudiándolos, se puede saber de qué época y de qué zona geográfica procede cada documento. Así, cuenta, fue como llegó a la conclusión de que los grabados del Museo ovetense procedían de una papelera parisina donde emigraron los hijos de Piranesi tras su fallecimiento. En esta técnica se basa su tesis doctoral, cuya defensa se puede encontrar en su canal de YouTube, pues también es activa en las redes sociales.

Cuando cerró el taller de restauración del monasterio de las Pelayas de Oviedo, Sor María de los Dolores se trasladó a Barcelona para continuar con su trabajo. “El ora et labora en la orden lo llevamos a rajatabla”, cuenta con otra sonrisa que le cambia la voz. Su trabajo de restauradora, explica, es una ofrenda a Dios, porque, a sus ojos, “el mundo está creado, pero no acabado” y eso es labor del hombre o, en este caso, de la mujer. En el monasterio catalán se dedicó a hacer lo que mejor sabe, además de rezar: tratar con tanto mimo y precisión a los libros y documentos como había visto hacer a los médicos con sus pacientes durante sus prácticas en el hospital. En ese convento barcelonés, el conflicto independentista le pasó factura, pero es un asunto del que no quiere hablar y del que se ha escrito mucho. Explica que no desea abrir viejas heridas, sino cerrarlas. A sus ojos, en nuestro país falta comprensión y capacidad para perdonar.

El caso es que el dramaturgo Albert Boadella noveló su historia, por no comulgar con las ideas separatistas; y más recientemente fue citada en un artículo de la prensa nacional por idéntico motivo. Hoy, entre los muros del hospital de Tavera escucha las noticias políticas con cautela, teme por la crispación creciente que inunda España y por el enfrentamiento entre opiniones tan distintas como distantes. Ella no se siente mártir, ni útil, ni ariete de nadie. Ella es una restauradora que reza.

Sor María de los Dolores no quiere abrir de nuevo esas páginas dolorosa, prefiere refugiarse en sus libros, en esos viejos legajos que maneja con mimo y que ayuda a rejuvenecer, sin perder el gusto añejo que el poso de las años deja en el lomo de cada volumen. Porque, como la religiosa dice, en restauración el peor piropo es “que has dejado un libro como nuevo”.

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