El sacerdote avilesino Fermín Riaño Menéndez, exmisionero diocesano en Tailandia, colabora este año en la difusión de la campaña contra el hambre de Manos Unidas, que en los arciprestazgos de Oviedo, Siero y El Fresno tiene como objetivo lograr 123.149 euros para financiar un proyecto de mejora del acceso de los jóvenes a la Educación Secundaria en la ciudad de Shar (Chad). Manos Unidas gestiona en Tailandia siete centros de recogida de enfermos de sida con los que Riaño colaboró en la misión de Udon-Thani, en la región de Issan, al norte de Tailandia, en la frontera con Laos y Camboya. Riaño también participó activamente en un proyecto de mejora para mujeres rurales. En el año que lleva en España ha tenido que enfrentarse a una pandemia que para él, curtido en mil adversidades, no resulta nada tan nuevo.

–Llegó a Tailandia en 1991, con 29 años, y después de 30 ha regresado a España, ¿Ha sido peor el choque cultural del regreso?

–El aterrizaje en Tailandia fue duro, los primeros cinco años sobre todo. En Tailandia solo un 0,5 por ciento de la población es católica. El 96 por ciento es budista, el 3 por ciento musulmana y el resto se corresponde con cultos animistas. Yo fui tres años coadjutor en la parroquia de Sama de Langreo y le pedí al arzobispo, Gabino Díaz Merchán, irme a las misiones, la verdad es que tenía muy claro que quería hacerlo. Llegué a una zona donde el principal modo de sustento es el cultivo de caña de azúcar y arroz en grandes propiedades regidas por terratenientes. Las familias de campesinos eran numerosas y los hijos emigraban a trabajar en los emporios turísticos.

–¿El país que usted encontró es el mismo que ha dejado ahora?

–Bastantes cosas han ido cambiando, aunque en la práctica la sociedad tailandesa es muy diferente a la nuestra. Con los proyectos de Manos Unidas tomé contacto con el mundo del sida y cuestiones de desarrollo de la mujer rural. En los últimos años ha avanzado mucho el turismo y poco a poco la democracia ha querido abrirse paso. La sociedad sigue siendo muy rural y el salario medio es de 250 euros al mes.

–¿Algo de lo que se sienta especialmente orgulloso de su labor?

–Ha habido elementos positivos como el desarrollo educativo y la promoción de la mujer. El país también ha tenido una primera ministra, algo que parecía impensable. Esos elementos están unidos a otros más negativos y a otros positivos como el descenso del turismo sexual por la pandemia.

–Llevar el mensaje del Evangelio a un país budista tampoco debe ser de sencillo.

–Nuestra labor consiste en anunciar el Evangelio no solo de palabra, también de obra, que al final es que lo que se queda en la gente. Otras cosas les resultan más difíciles de entender. Todo ese trabajo ha sido muy importante para poder transmitir que Dios existe. Partimos de la base de que muchas personas no se van a convertir porque la mayoría es budista y esas creencias están muy afianzadas.

–¿Qué importancia tiene la labor de Manos Unidas en un país como Tailandia?

–Esos medios que les llegan son realmente importantes para ellos. Hablamos de zonas en las que carecen de servicios básicos como agua potable. Una cosa es contarlo y otra vivirlo en el día a día. La campaña de Manos Unidas es muy valiosa y allí donde llegan los fondos siempre se agradecen.

–¿Cuál es el objetivo que se marca este año la campaña contra el hambre en el Arciprestazgo de Oviedo?

–Este año, el Arciprestazgo de Oviedo, junto a los de Siero y El Fresno, tiene asignado el proyecto de mejora del acceso de los jóvenes a la Educación Secundaria en la ciudad de Shar, con un coste de 123.149 euros, que son los que tratamos de recaudar a lo largo de la campaña.

–¿En qué consiste?

–La Dirección Diocesana de la Enseñanza Católica de Shar solicita la colaboración de Manos Unidas para llevar a cabo la construcción de un colegio de Enseñanza Media que contará con un edificio de dos plantas con seis aulas y dos bloques de letrinas. La idea es que el colegio vaya creciendo de forma progresiva. Al frente del proyecto, en una zona donde faltan infraestructuras y material educativo, se encuentran los misioneros Combonianos, que atesoran una gran experiencia.

–Cuando regresó a España se encontró de lleno con la crisis del coronavirus. ¿Cómo le afecta esta pandemia a alguien que ha luchado contra el dengue, el cólera o la malaria, sin dejar de lado cinco golpes de Estado?

–El ser humano es un animal muy adaptable y con memoria histórica que nos hace entender que la vida es un proceso en el que van produciéndose cambios. Pienso que ahora el choque cultural que yo pasé en Tailandia lo está atravesando nuestra sociedad, que debe acostumbrarse a otras formas de comportamiento, sin tocarse y manteniendo la distancia social, cosas que son habituales allí. Es curioso ver cómo las tornas han cambiado.

–Así que ahora casi debe hacer de misionero en Asturias...

–Sin llegar a eso, está claro que hay que acompañar a las personas en este choque cultural que estamos viviendo en un mundo donde la calidad de vida aún sigue siendo muy alta. Noto que a las personas les cuesta adoptar este nuevo ritmo que nos impone el covid.

–¿La situación sanitaria en Tailandia es comparable a la española?

–El Gobierno está intentando acompañar a la sociedad aportando medios. Para el tercer trimestre del año está prevista la llegada de cinco millones de vacunas, que serán claramente insuficientes. Eso te hace pensar en un proceso largo de la enfermedad, otra cosa sería tratar de producir vacunas genéricas como se ha hecho en el caso de los medicamentos para el sida, pero eso ahora es casi imposible.

–Hay quien ha llegado a decir que esta pandemia es un castigo de Dios.

–No, no. Más bien es la respuesta a un maltrato a la naturaleza. Todos tenemos que cuidar nuestra casa para que no entren las enfermedades. Nuestra casa común es el mundo, si no la tratamos bien el medio ambiente se deteriora. También debemos cuidar las relaciones fraternales.