La parroquia de San José de Pumarín difícilmente olvidará este Miércoles de Ceniza, que además de marcar el inicio de la Cuaresma, en esta ocasión coincidió con la despedida a Ángel González Suárez, el sacerdote de Amieva que se crió en el barrio y que hizo de su vida un auténtico servicio a los demás, hasta el punto de que ya jubilado, seguía colaborando y ayudando en sus tareas a Hilario Valdés, el párroco de Pumarín, que ayer participó en el funeral de cuerpo presente, presidido por el Arzobispo, Jesús Sanz Montes, al que asistieron más de 30 presbíteros de la Diócesis.

“Despedimos a un hermano que será ceniza también; pero esas cenizas no tienen la última palabra porque son esperanza, aseguró Sanz Montes ante los fieles que llenaban el aforo del templo. Entre los asistentes se encontraban numerosos feligreses de las parroquias por las que pasó González. Desde Olloniego llego Isabel Arias, que no tenía más que palabras de halago para el sacerdote de alma misionera. “Era un hombre poco hablador, pero siempre encontraba las palabras para ayudar a los demás”, explicaba Arias mientras esperaba por la entrada del féretro a la iglesia. “Sobre todo era muy buena persona”, aseguraba la feligresa, cuyas palabras secundaban vecinos de Santa Eulalia de Manzaneda, San Pedro de Naves, Santiago de Tudela Agüeria y San Julián de Tudela Veguín, en el concejo de Oviedo, que no quisieron faltar a la despedida a su expárroco. Precisamente fue en su traslado a Olloniego, en 2015, cuando Jesús Sanz Montes comenzó a tratar al sacerdote.

Ángel González.

Ángel González.

“Era hermoso poder encontrarme con un hombre de corazón bueno con el que era fácil hablar de inquietudes pastorales; quería ser un buen pastor”, resaltó el arzobispo. “Ángel González ponía su inteligencia al servicio de la verdad para poder servir mejor a los hermanos”, recalcó el prelado.

El arzobispo hizo hincapié en la vocación temprana misionera que mostró y que llevó a González a permanecer en Burundi durante casi 11 años, tras pedir marcharse al entonces arzobispo, Gabino Díaz Merchán, poco después de ser ordenado sacerdote.

“Quiso ir a comunicar la buena noticia a aquellas gentes y eso lo entendemos los que hemos sido bendecidos con el conocimiento de África”, añadió el responsable de la Diócesis.

“Ángel era muy querido, trabajador, humilde, y muy culto; le encantaba leer”, indicó Marcelino Garay, Arcipreste de Oviedo, uno de los sacerdotes presentes en la eucaristía, entre los que también estaba Fernando Fueyo, capellán del Real Sporting de Gijón y párroco de San Nicolás de Bari, iniciador de las tareas misioneras de Asturias en Burundi, donde coincidió con Ángel González hasta forjar una gran amistad. El arzobispo tampoco pasó por alto la fortaleza mostrada por Ángel González durante los cinco años de lucha contra la enfermedad que sufría. “Sabía que tarde o temprano llegaría el desenlace, pero nunca se dio por vencido”, explicó el Arzobispo. A su regreso de Burundi, el sacerdote compaginó la pastoral con estudios de Teología, siempre centrada en el servicio a los pobres y humildes. “Dios sabe los porqués y nosotros lo acatamos; descanse en paz nuestro hermano Ángel y que el señor nos bendiga con nuevas vocaciones sacerdotales para la Diócesis, a él también se lo encomendamos”, reflexionaba Sanz Montes durante el funeral.

Jesús Sanz: "Era hermoso poder encontrarme con un hombre de corazón bueno con el que era fácil hablar de inquietudes pastorales; quería ser un buen pastor”

Entre el ambiente de tristeza que impregnó ayer la despedida de Ángel González Suárez destacaba el dolor de Teresa, su hermana, con la que vivía en el barrio de Pumarín. El Arzobispo tuvo palabras de consuelo para ella. También de agradecimiento a Hilario Valdés, el párroco de Pumarín, “por cuidarle tanto”. Ángel González llegó a la parroquia como administrador y después, ya jubilado, fue sacerdote adscrito hasta su muerte.

Por la tarde y tras otra misa por su eterno descanso, el cura recibió cristiana sepultura en Cirieño (Amieva), de donde es originaria la familia. Ángel González nació en Sebarga (Amieva), en 1948, fue ordenado sacerdote en el año 1973 y su primer destino fue Besullo (Cangas del Narcea), donde fue diácono entre 1972 y 1973. Ese año se marcho a la misión de Gitega (Burundi) donde permaneció en hasta 1984.

Desde allí se fue a París y a su regreso a España, en 1986, desarrolló una intensa labor pastoral en el occidente de Asturias, como moderador de los grupos sacerdotes de Santa María de Cerredo, Santiago de Degaña, Santa Eulalia de Larón, Santa María de Sisterna, San Luis de Tablado y San Pedro de Taladrid y San Jorge de Tormaleo. Morcín y Avilés fueron otros de los enclaves en los que desarrolló su ministerio sacerdotal. En todos ellos dejó la estela de un hombre callado, firme en sus opiniones y siempre fiel a la Iglesia y a los encargos que recibió.