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La odisea de una familia que emigró a Oviedo tras perderlo todo tras una catástrofe en la que murieron 40.000 personas

El médico César Bazó, su esposa y sus hijos encontraron en la ciudad un lugar para dejar atrás un pasado marcado por la tragedia

César Bazó, segundo por la izquierda, y su esposa, Elia Vargas, cuarta por la izquierda. Con ellos, sus hijos: Teresa –de rojo–; Mónica, con gafas de sol; María, segunda por la derecha y José. | LNE

Cuando el cielo se vino abajo y la montaña arrastró todo por delante, la vida de la familia de César Bazó quedó pendiente de un hilo. “Sufrimos una tormenta tropical, ‘La Niña’; provocó un desprendimiento de tierras en una montaña y enterró a la ciudad entera. Quedamos atrapados en los edificios, con los tres niños pequeños”. La ciudad era La Guaira, en Venezuela, a unos 30 kilómetros de Caracas. Y la familia eran él mismo, 29 años, y médico en el hospital de la capital, donde hacía una residencia de ginecología y ostetricia; su mujer, Elia Vargas, abogada; y los pequeños Mónica, María y José. Crecían en un entorno feliz, que se vino abajo el 15 de diciembre de 1999. “El día que la montaña se tragó al mar”. Veintiún años después, César Bazó es médico del Servicio de Urgencias del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), especializado en neumonía. Muy conocido y respetado dentro de la profesión. Los chicos caminan adelante en la vida y Elia, que no pudo convalidar su título de Derecho, hizo un máster en mediación civil y familiar y actualmente trabaja en la resolución de conflictos familiares en la Diócesis. Pocos conocen lo que sucedió entre medias. Una historia de superación y fe inquebrantable.

En el último cuarto de siglo, más de 21.000 personas se han instalado en Oviedo desde otros países. Esa inmigración supone un activo humano esencial para el municipio, que ha sido capaz de compensar así un crecimiento vegetativo marcadamente negativo. Oviedo crece, y lo hace gracias a la inmigración. Pero las cifras encierran miles de historias humanas, de dramas públicos y tragedias privadas, también de esperanzas cumplidas o frustradas. Pocas igualan, en cualquier caso, a la epopeya de los Bazó, la familia que sobrevivió a uno de los mayores desastres naturales que se recuerdan, y que logró rehacer su vida en Asturias.

“En España algo tan sencillo como alquilar un piso era una proeza, y yo tenía que sacarme el MIR”

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Después del brutal desprendimiento, durante veinticuatro horas, todo un día con su noche, César Bazó y su familia permanecieron atrapada en la casa, sin poder salir de esa trampa, con la ciudad sepultada. Finalmente, lograron escapar del edificio por una ventana, y alcanzaron un exterior que ya nunca sería igual. “Llegamos a la playa y asistimos a un episodio dantesco, con centenares de cadáveres en el suelo, familias enteras”. El saldo final, nunca oficializado por las autoridades venezolanas, se estima en 40.000 muertos. En los libros de historia se conoce a la catástrofe como “La tragedia de Vargas”, en alusión al municipio afectado, cuya capital era La Guaira.

“Hay muchas sombras en torno a lo que pasó. Para aquel día se había convocado un referéndum para aprobar la Constitución, que la había cambiado el presidente Hugo Chávez. En los días previos ya se sabía de la gravedad de la tormenta, pero Chávez no fue partidario de decretar el estado de alarma para no entorpecer la votación”, señala Bazó. La noche anterior, Chávez había acudido a una cita de Simón Bolívar para desdeñar la amenaza de la tormenta: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”, afirmó.

“Lo perdimos todo: el trabajo, la casa, la familia cercana. Nos quedamos en la calle con tres hijos. Entre eso y el chavismo que se venía, decidimos emigrar. Primero pensamos en irnos a Australia, porque parecía que había opciones laborales. Pero hablé con un amigo sacerdote, Juan Carlos Ramos, un asturiano que nos había casado y que en ese momento estaba en Madrid. Y me propuso venir a España”, explica Bazó.

El médico llegó el 23 de julio de 2000, “con dos maletas y mil dólares, era todo lo que teníamos”. Su mujer y los pequeños se quedaron en Venezuela, esperando que se asentase para seguirle. “Llegué en una situación extrema, y sin saber cómo haría para ejercer. Mi amigo, Ramos, me explicó entonces que tenía que preparar un examen, que era la mejor vía”, relata. Se trataba del examen de Médico Residente Interno (MIR).

La ruta estaba clara, pero la dificultad era mayúscula. Aconsejado por Ramos, César Bazó se desplazó a Oviedo, aunque su situación no mejoró: “No podía trabajar y estudiar al mismo tiempo, y lo cierto es que al llegar a España estaba en shock”. Ahí entró la fortuna, y la bondad de una serie de personas que le ayudaron en esa situación. “Algo tan sencillo como alquilar un piso era una proeza. Venía de fuera, sin avales ni nada para empezar. Tuve la suerte de que se compadeció de mí un taxista, muy buena gente, que me lo alquiló. Y también pasó que una mujer gallega, que había vivido en Venezuela, supo de mi situación y me dio una beca que me permitía vivir más o menos un año: eran 700.000 de las antiguas pesetas”, relata.

“El cielo se vino abajo, la montaña arrastró todo por delante y quedamos atrapados”

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Así, comenzó a preparar el examen y pudo traer a su familia, pero el reto era aún mayúsculo. “No tenía ni ordenador. Fui a la academia Asturias a preparar el examen, y cuando supieron mi historia me dieron una beca”, explica. Entre medias, sufrió incluso un intento de deportación, antes de lograr un permiso de residencia por razones humanitarias.

Estas circunstancias se sumaban al lógico choque de todo inmigrante. “No sabíamos lo que era el invierno”, recuerda Bazó. Pero la voluntad del médico venció a todos los obstáculos y en el MIR se lució: “Saqué en el examen un número que me permitió hacer la residencia en Oviedo. Yo quería comerme el mundo y empecé a trabajar lo mejor que sabía y podía”, señala. Era el primer residente extranjero en el hospital. Al terminar la residencia, obtuvo su recompensa: le ofrecieron quedarse a trabajar en urgencias del HUCA. Y ahí sigue.

Dos décadas después, la familia Bazó Vargas disfruta de una vida plena en Oviedo. César Bazó es un miembro muy querido y respetado de la plantilla del HUCA, y hasta pudo completar su doctorado en la Universidad de Oviedo. Elia Vargas no convalidó su título en Derecho, pero trabaja en la resolución de conflictos y los tres hijos van viento en popa. La mayor, María, es enfermera; la segunda, Mónica, está a punto de terminar Medicina; José, el tercero, es musicólogo y cursa un máster en la Universidad de Oviedo. Ya en Asturias nació la cuarta, Teresa, que tiene quince años y estudia secundaria. Quiere ser médico, como su padre. “Nos ha costado mucho, ha sido una carrera de fondo con muchas dificultades, pero hemos tenido mucho apoyo de mucha gente, que nos ha acogido”, sostiene Bazó. En estos años, otros miembros de su familia se han unido a ellos en Asturias. “Nos hemos ido adaptando, ahora ya sabemos lo que son los inviernos. Yo me siento un asturiano más, y mis hijos están muy identificados con la región. La segunda está casada con un asturiano. Hemos echado raíces”, concluye César Bazó.

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