Conocía a Víctor Riera desde hace muchos años, fue en la Universidad de Zaragoza, allá por el año 1973, yo estaba realizando mi tesis doctoral en esa Universidad y él regresaba de realizar su posdoc en la Universidad de Bristol (Inglaterra), regresaba con un gran entusiasmo para aplicar los conocimientos allí adquiridos con sus nuevos doctorandos. En aquella época no había muchas plazas en la Universidad y el profesor Riera opositaba con brillantez a las plazas que salían, así, en 1975, obtuvo una plaza de profesor agregado de la Universidad Autónoma de Barcelona, regresó a la misma plaza de la misma categoría a Zaragoza y un año más tarde obtuvo la plaza de catedrático de la Universidad de Valladolid, Universidad en la que permaneció hasta 1982, cuando por concurso de traslado obtuvo la plaza de Oviedo y también fue profesor emérito después de su jubilación de nuestra Universidad. Fue precisamente en Valladolid cuando el profesor Riera demostró su capacidad de liderazgo y donde empezó a formar un grupo que después se trasladaría con él a nuestra Facultad de Química de Oviedo.

En la Universidad de Valladolid tuvo lugar mi reencuentro con Víctor, donde pudimos establecer una estrecha amistad, ya que en mayo de 1981 concursé y obtuve una plaza de profesor agregado de esa Universidad, en la que estuve el curso 1981-1982 impartiendo mi docencia y esperando ese curso el traslado a la Universidad de Oviedo a la plaza vacante que existía de profesor agregado. En Valladolid encontré a una familia de acogida que era Víctor, Irene, su mujer, y sus hijos Víctor, Pepe y Lucía. Indudablemente la soledad se me hizo mucho más llevadera por las constantes invitaciones del profesor Riera con su familia a su casa, además en la Facultad nos veíamos diariamente y ya pensando los dos en regresar a Oviedo para aportar nuestro granito de arena a esta Facultad. Como yo viajaba todas las semanas a Oviedo, una parte de nuestra conversación era darle información de la Facultad a la que después de algunos años volvía, la casa de donde salió. En febrero de 1982 tomamos posesión juntamente los dos de las plazas de Oviedo y permanecimos en Valladolid hasta terminar el curso, siendo nuestra incorporación real a esta Facultad con la apertura del curso 1982-1983, él como catedrático y yo como profesor agregado.

Antes comentaba la excelente labor que realizó el profesor Riera en Valladolid. En pocos años (1977-1982) formó un excelente grupo de doctorandos poniendo a un gran nivel el departamento de Química Inorgánica de aquella Universidad. Cuando llegó se encontró con dos jóvenes, Gabino Carriedo y Francisco García Alonso, que iniciaron sus tesis doctorales con él. Más tarde se incorporarían otros químicos como Daniel Miguel San José, Miguel Ángel Ruiz, Javier Ruiz Pastor, Marilín Vivanco. Todos seguirían al maestro a la Universidad de Oviedo y, excepto Daniel, que volvió años más tarde a Valladolid, donde fue rector, los demás son actualmente profesores de esta Universidad. Este liderazgo corroborado por el seguimiento de sus alumnos hizo que el área de Química Inorgánica de nuestra Facultad ocupara en pocos años un papel de vanguardia en la química española, y esto se debió a la constancia y al trabajo, a veces en condiciones precarias, del profesor Riera. En Oviedo enseguida sembró ciencia, y licenciados y licenciadas de esta Facultad se fueron uniendo al grupo, como los actuales profesores Ester García, José Manuel Fernández Colinas, Julio Pérez y Ángeles Fidalgo. También se incorporó a su grupo Javier Cabeza, que realizó la tesis en la Universidad de Zaragoza, además de un buen plantel de doctorandos a los que dirigió la tesis doctoral, como a su propia hija Lucía, científico titular del CSIC asociada al centro mixto con la Universidad de Oviedo.

La labor científica del profesor Riera fue realmente excepcional. Además me consta que ha sido siempre muy querido por sus discípulos. Desde hace casi 50 años que le conocía, he podido comprobar que, además de haber sido un excelente científico y profesor, era una gran persona, a veces demasiado humilde. Riera no quería nunca protagonismo y muchas veces se mantenía en un segundo plano, dedicándose exclusivamente a su trabajo y a ayudar a sus colaboradores. Siempre estaba abierto a ofrecer ayuda a los demás, y sabía ganarse siempre el respeto de sus colaboradores y alumnos. Fue siempre una persona conciliadora y, en el interior de esa persona de aspecto serio e introvertido, había un hombre de gran sensibilidad. Sus discípulos siempre han respetado a Don Víctor, como seguían llamándole, y en ese respeto ha habido una gran confianza con ellos, siempre dispuesto para ayudarles en cualquier problema que le exponían.

El 25 de febrero de 2021 va a ser siempre un día triste para mí, cuando me comunica su hija Lucía el fallecimiento de su padre. He perdido a un amigo, a un compañero. Ya jubilados charlábamos de vez en cuando de la familia, de sus kiwis y, cómo no, de la Universidad. Sus comentarios eran siempre muy atinados y sensatos. Cuánta falta hace que haya personas universitarias como Víctor.

Como ya he comentado, fue un gran universitario. Pero por encima de este reconocimiento académico, fruto de sus méritos profesionales, destacaba su carácter conciliador, su bondad, su seriedad por el trabajo y su afán por ayudar especialmente a alumnos y discípulos.

Aunque estaba jubilado desde hace años, creo que la Universidad de Oviedo ha sufrido una gran pérdida con su fallecimiento por el legado que dejó, y con estas breves líneas quiero expresar mi admiración por su figura. Sin embargo, su esposa, Irene; hijos, nieto, familiares, amigos, discípulos y colegas nos podemos sentir orgullosos del excelente investigador, profesor, pero especialmente de la extraordinaria persona que fue Víctor.