Con apenas cuatro elementos de atrezzo, el único acompañamiento de un violinista y un sólido juego de luces. Así se plantó ayer Rafael Álvarez, “El Brujo”, en el escenario del teatro Campoamor. Lo que viene siendo a pecho descubierto, como un Gary Cooper moderno, para llenar hora y cuarenta minutos de teatro puro, encadenando versos clásicos, reflexiones personales e hilarantes improvisaciones, pero siempre sobre las tablas, haciendo gala de un carisma inabarcable y de una voz prodigiosa, con esa vocalización pulida durante años y años sobre las tablas, eso que solo se aprende en los escenarios. Si no salió a hombros es porque eso no se estila por esos lares, y porque la plaza de toros aún no tiene cubierta para acoger representaciones teatrales. Que todo se andará.

La función comenzó algo fría, como si alguien hubiera dejado la puerta abierta por eso de la ventilación y el viento se hubiera colado a ver la obra. “El Brujo” lo notó rápido, y se encargó de calentar al público por la vía rápida, picando al respetable para sacarle una sonrisa. “Este es un teatro de gente de alto nivel pero un poco fría: en otro sitio, a estas alturas ya se estarían aplaudiendo”, afirmó. Y la gente, embrujada, le hizo caso.

El hilo conductor del espectáculo, titulado “Dos tablas y una pasión”, eran los textos barrocos, principalmente de los grandes autores españoles, aunque Shakespeare se dejó caer por el escenario. Pero “El Brujo” no actuaba de rodillas, sino que retaba a los dioses del teatro, les replicaba, subvertía sus textos y sus intenciones. Un enfoque irreverente pero también sumamente respetuoso con el espíritu mismo del teatro de la época, muy proclive a esos juegos de enredo, a la metaficción y la parodia.

“El Brujo” sabe lo que se hace, y de quién se rodea. El violinista Javier Alejano era la otra figura sobre el escenario, la única aparte del actor. Aunque no gurgutó, se percibía la complicidad entre músico y actor, siempre articulada a través de las alusiones del segundo.

Entre guiños, versos y rupturas, “El Brujo” fue coleccionando las risas del respetable, que llegó a la hilaridad en algunos momentos de un espectáculo que fusionaba con naturalidad la alta cultura y el monólogo de humor ágil y conectado a la actualidad del “Club de la Comedia”. Porque “El Brujo” no dejaba pasar la oportunidad para poner un ojo en el mundo contemporáneo, hablando con desparpajo de la situación política, el covid y hasta el 8M.

Entre tanta digresión, casi daba la sensación de que el actor perdía el hilo del show en algún momento, pero su reacción era tan rápida, tan automática, que casi se diría que estaba todo calculado. Hasta ese final en el que “El brujo” dio las gracias al público por acudir al teatro en un tiempo tan complicado.