La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pianista, presenta el miércoles en el Campoamor su homenaje a Segundo de Chomón

Jordi Sabatés: “El algoritmo nunca te hará llorar como un nocturno de Chopin, la máquina no llega a eso”

“Barcelona, en los sesenta, con Tete, con Mompou, era una ciudad privilegiada; hoy es un desierto, no pasa nada”

Jordi Sabatés, fotografiado el año pasado en Oviedo. | Fernando Rodríguez

Jordi Sabatés (Barcelona, 1948) es uno de los pianistas vivos más destacados en el ámbito nacional. Su larguísima carrera incluye grabaciones cimeras en el terreno del jazz como el “Vampyria” (1974), junto a Tete Montoliu, su fructífera alianza con Toti Soler e infinidad de solistas y una sólida relación con las bandas sonoras que le ha valido para acercarse a “Nosferatu”, Buster Keaton –espectáculo con el que estuvo en Saco hace justo un año– y las películas del pionero aragonés del cinematógrafo Segundo de Chomón, con el que estará el miércoles a las 19.00 horas en el Campoamor –reserva de entradas un día antes en la web de entradas.oviedo.es.

–¿Qué se propone con Segundo de Chomón?

–Dar a conocer la obra de Segundo de Chomón, pero con una música totalmente actual, sin connotación historicista. Lo hemos llevado por todo el mundo con el Instituto Cervantes, tengo aquí el programa en 27 idiomas, y lo que ofrezco es una nueva lectura de Chomón, que es de una modernidad impresionante. Así que me salgo del pianista palizas del cine mudo para destacar a Chomón, que no es ninguna antigualla. ¡He puesto hasta un preludio de Bach!

–¿Qué más utiliza?

–Yo cojo películas que van de 1902 a 1912, y ese periodo es una perla para el músico, es ese “jardín de los senderos que se bifurcan”, en palabras de Borges. Tienes jazz, ragtime, impresionismo... Eso significa armonías modernas, ritmos que cambian, alteraciones, un lenguaje musical que es de una modernidad tremenda.

–¿Las películas también lo son?

–Yo las he visto miles de veces y siempre me sorprenden. La patente del cinematógrafo de los Lumière es de 1895. Méliès es superconocido, pero Chomón, no. Nuestro programa ha sido acogido en filmotecas de gran prestigio y la gente se sorprende al ver que no tiene nada que envidiarle uno al otro. Están muy hermanados y son dos artistas que trabajan en el mismo sentido, pero si Méliès es el truco de magia, Chomón embruja los objetos para que ellos generen magia. Lo hace con el “pas à pas”, girando la manivela poco a poco y haciendo luego que los objetos cobren vida. Pero él utiliza estas cosas no como truco, para avanzar en la narratividad. Aunque aporta cosas fundamentales. El “pas à pas” es el “stop motion”, y lo inventa él. También, los elementos mecánicos (el carril) para hacer el travelling. Y la animación. En siluetas y sombras es el primero del mundo, y en dibujos animados es el primero en Europa. En el maravilloso Campoamor pondré “Las sombras chinas”, que probablemente es la primera animación que se hizo en el mundo. Y luego Chomón también aporta el color, con su sistema ce cinemacoloris.

–Esa modernidad de principios del siglo XX. ¿Cómo explicas su vigencia? ¿Se ha detenido la evolución artística?

–Estamos en una época muy conflictiva. Hay grandes avances tecnológicos, pero artísticamente está pasando muy poco y las obras geniales siempre ofrecen relecturas. Yo también soy físico y conozco muy bien eso de que el mero hecho de observar modifica lo que estás observando. En la Cultura, eso significa que tienes armas nuevas para ver nuevas bellezas en las Variaciones Goldberg, el Bosco o Borges. Pero si los contenidos son huecos, no hay relecturas. Llevado a la música... Bueno, yo he grabado con Tete, tengo dúos con Chick Corea, pero vengo de la música clásica, y cada día estoy con Bach, con Chopin, con Mozart. Son los míos. La música actual en dos meses no tiene ya vigencia. En cambio, yo vuelvo a escuchar a Louis Armstrong y cada día descubro algo nuevo.

–¿Y la máquina? ¿La música electrónica? ¿El algoritmo?

–Eso lo explica muy bien Ernesto Sábato. La máquina nunca lo va a conseguir porque el terreno del arte es el terreno del inconsciente. También lo explica la poética musical de Stravinski. Estamos en el mundo de lo oscuro, no interviene la razón, aunque luego la atención vigilante pueda descubrir a posteriori patrones. Pero que escuches un nocturno de Chopin y llores, eso no te lo va hacer nunca el algoritmo.

–¿La facilidad tecnológica de reproducir el pasado nos impide avanzar?

–La acumulación de información es la manera más perfecta de desinformar. Como decía Chesterton, el hombre sabio escondería una hoja en un bosque. Esto es lo que está pasando en internet, que no puedes saber qué es fundamental y qué no. Y así llegas a los que programan. El noventa por ciento son bastante analfabetos, y utilizan la coartada de lo contemporáneo para ignorar todo el pasado. Hay cosas buenas en el arte contemporáneo, pero parece que solo es válido lo que se hizo últimamente.

–Cada nueva generación rompe con la anterior. A usted le habrá pasado.

–Parker graba con Coleman Hawkins. Stravinski se enfada mucho cuando le dicen que “La consagración de la Primavera” es revolucionaria, porque para él es una evolución de Korsakov. Y en los 60 yo fui un privilegiado. Allí estaba Mompou, que sin hacer grandes revoluciones dio un giro a la música... Eran solo tres notas, pero tenían que ser aquellas tres. Barcelona era entonces una ciudad privilegiada. Era una época en que todos los viernes estaba con Tete Montoliu, con Mompou, con gente que hacía música electrónica, unas eran una paliza, otras interesantes... Podía ser todo lo experimental que quieras, pero estaba anclado en el pasado. Ahora Barcelona es un desierto, no pasa nada. Y esto del rock catalán es un desastre.

–A usted también le interesó el rock.

–Muchísimo, pero mi pena es que el rock que se hace ahora está totalmente integrado, hecho con máquinas. Yo grabé “Dioptría” a Pau Riba, estuve en “Pic-nic”, me encantaba “Jefferson Airplane”, el primer Dylan, “Simon & Garfunkel” hasta el “Bookends”, “Los Beatles”. Pero es que ahí, en “Eleanor Rugby”, en “Blackbird”, perdón por la barbaridad, está el Espíritu Santo. Hoy lo busco en los grupos y no lo encuentro. Porque las cosas del espíritu no se dan con ecuaciones.

–Por más que haya tutoriales para aprender a tocar todo al instante.

–Esa es la gran mentira. Tuve un profesor en Física, Sancho, un genio, que nos decía que la pedagogía es el arte de engañar a la verdad para hacerla agradable. Tú coges a un chaval y le puedes dejar un hilo para que encuentre el proceso con el que Bill Evans armoniza. Pero si le das la formulita de mano, lo estás matando. El camino es lo importante, y ese culto desmesurado a la pedagogía que hay en Cataluña es repugnante. Al final, es lo que decía Tete Montoliu: solo hay una forma de aprender a tocar el piano.

Compartir el artículo

stats