La combinación de una gran soprano de casa como Beatriz Díaz y de un director “de la casa” como Kynan Johns –dadas sus habituales colaboraciones con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias– hicieron del Concierto Extraordinario de Semana Santa de ayer en el Auditorio una apuesta segura de la que tanto público como músicos salieron contentos y agradecidos. Fue, además, un concierto con muy buena entrada, pese su carácter extraordinario.

Beatriz Díaz firmó uno de los momentos álgidos de la tarde con su interpretación del conocido motete de Mozart “Exultate jubilate”. El público la ovacionó nada más verla aparecer, dejando notar en la sala las ganas que había de escucharla.

Díaz no defraudó. Se le vio muy cómoda en todo momento, cumpliendo muy bien con todas las necesidades vocales, respondiendo muy bien a la composición y con un fraseo muy bonito y muy arropada por la orquesta. El público la aplaudió mucho tras su intervención y la soprano asturiana salió hasta tres veces a saludar. Las ansias del público llegaron a dar la impresión de que se esperaba una propina, pero finalmente no se produjo.

La actuación de Beatriz Díaz se enmarcó en un concierto en el que la OSPA funcionó muy bien, y a ello contribuyó la labor de Kynan Johns en el podio. Johns lleva una década colaborando con la orquesta y siempre que viene ha dejado buenos conciertos, con aplauso de crítica y público. Ayer no fue una excepción. La orquesta conoce bien al director y él conoce bien a la orquesta. Eso se notó durante todo el concierto y el público lo agradeció al finalizar la sesión, tras la Sinfonía n.º 1 en si bemol mayor, op. 38 “La primavera” de Schumann. Esa satisfacción, la química, se notaba también, pese a las máscaras, en las caras de los profesores de la orquesta y del propio director.

Johns fue muy claro dirigiendo, se le entendía muy bien y llevó todo el repertorio de memoria, aunque es cierto que eran obras canónicas, habituales en el repertorio orquestal. Se le vio muy concentrado y eso lo transmitió también a la orquesta, que ofreció una sonoridad muy compacta y muy expresiva pero sin perder nunca un punto de refinamiento. Y eso se notó desde el principio, nada más que arrancó la obertura de Coriolano de Beethoven.