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Dos vidas enteras tras el mostrador del Fontán

Dolores Prado y Enedina Solís encaran la jubilación desde sus respectivas carnicerías, donde llevan más de medio siglo: “Mereció la pena”

Enedina Solís en su puesto del Fontán. Irma Collín

Cogieron el relevo de sus madres. Estas a su vez habían tomado el testigo de las suyas. Ahora, tras más de medio siglo de total dedicación, “trabajando como burras”, Enedina Solís y María Dolores Prado, dos de las tenderas más veteranas de la plaza cubierta del Fontán, encaran la jubilación. No lo harán de manera inmediata. “Habrá que tirar hasta amarrar un traspaso”, coinciden ambas mujeres, cuyo retiro legal está fijado para junio, aunque aún prevén tirar unos meses “hasta que la cosa se ponga mejor”. Mientras tanto, coinciden en que el emblemático punto de venta sigue teniendo tirón, pese a que echan en falta a los turistas.

María Dolores Prado es de Viella (Siero), y a los 16 años se puso detrás del mostrador para ayudar a su madre, Covadonga, que había continuado la actividad de su abuela Cándida, una mujer de Valbona, en la parroquia de Bobes, donde el gigante Amazon prepara su planta de logística. Cándida, como muchos habitantes de esa zona, vio en el sector cárnico y las plazas de los grandes núcleos de población asturianos una manera de salir adelante.

Dolores Prado, en su puesto del Fontán. Irma Collín

Dolores estudiaba en las Dominicas, y a la salida de clase iba al puesto, donde su madre sacaba tiempo, a pesar de su elevada carga de trabajo, para darle de comer. “Cogía una bombona de camping gas y me preparaba arroz o lo que cayera”, rememora sobre aquella inolvidable infancia previa a su salto al negocio. Ahora, a sus 66 años, ve con lejanía aquellos viajes en el Castromocho –la compañía de autobuses que entonces cubría la línea a Oviedo– en los que ella y su madre iban “cargadas de bolsadas” para pasarse eternas jornadas laborales. “A veces te daban las siete y no habías comido.

En la actualidad afirma que el ritmo de trabajo es otro. En 2011 cambió el modelo de negocio. Dejó un poco de lado la exigencia de la carnicería pura y dura y se centró más en productos asturianos como el embutido o las fabas. “Mis mejores clientes son los turistas. Son lo que más echo de menos con esto de la pandemia”, deja caer en referencia al que califica como “el peor año” de su larga trayectoria, a pesar de que por delante de su pequeño puesto siguen pasando grandes multitudes. “Sigue habiendo mucha venta en la plaza, pero los míos eran sobre todo los forasteros”, subraya, sincerándose sobre sus ansias de coger la jubilación. “Nunca tuve vacaciones, y ya ha estado bien de trabajar”, suspira esperanzada en cerrar un traspaso a partir del 30 de junio, día oficial de su jubilación, que deberá esperar si no encuentra relevo.

Con la marcha de Dolores se pondrá fin a toda una estirpe de carniceras emblemáticas. “Mi hija, que tiene 20 años, estudia Educación Infantil y espero que le vaya bien”, narra rodeada de chorizos y paquetes de legumbres, mientras espera clientes y algún emprendedor interesado en ocupar su puesto. “Vino gente interesada en poner una pescadería y máquinas expendedoras, pero hasta hoy”, explica.

Un poco más allá, en la misma plaza, Enedina Solís despacha en un puesto donde la buena marcha del negocio se evidencia en las colas. Es miércoles, pero a sus 65 años sigue atendiendo con maestría y una sonrisa de oreja a oreja a sus numerosos incondicionales. “Cuando lo deje no podré ni asomarme por aquí, porque moriré de pena”, señala esta mujer que se autodefine como “una especie en peligro de extinción” por su amor al trabajo. “He dedicado toda una vida a esto, pero me gusta”. Lo suyo, cuenta, es un idilio con su lugar de venta iniciado cuando apenas tenía tres años. Y a sus descendientes, incluidos varios nietos, también les ha pasado lo mismo. “Mi abuela ya vendía en la Jirafa y abrió camino a una saga de siete carniceros”.

Al igual que Dolores, Enedina no dejará paso a una nueva generación. Su única hija es policía nacional y ella, que alcanzará la edad de jubilación el 7 de junio, se resiste a poner día a la retirada definitiva. “De momento escucharé ofertas por el puesto, pero seguiré al pie del cañón”, apunta esta vendedora de raza natural de La Corredoria, que siempre ha sabido organizarse para disfrutar de su trabajo sin dejar de hacerlo de otras facetas de la vida. “Siempre me cogí el mes de julio de vacaciones para desconectar”, subraya.

Especializada en todo tipo de derivados del cerdo, sus callos, sus pinchos morunos y una amplia gama de elaborados hacen las delicias de sus clientes. “A pesar de la pandemia estamos muy contentos, no cerramos en ningún momento y los incondicionales respondieron”, apunta. Trabajadora nata, divorciada, recomienda también la carnicería como terapia antiestrés. “Creo que esto me gusta porque cuando estoy enfadada me desahogo con la macheta”, indica con humor la titular de una de las carniceras con más solera de Oviedo que, al igual que Dolores Prado, dejará un gran vacío en el Fontán cuando decida colgar definitivamente los cuchillos.

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