El teatro Campoamor no entiende de géneros, solo de calidad. Encasillado durante años, décadas incluso, en su rol de “templo de la lírica”, costaba imaginar que ese vetusto y hermoso teatro pudiese albergar, con la misma dignidad, un concierto de pop o un festival de jazz. Pero este año, con el cambio de perfil operado por la Fundación Municipal de Cultura (FMC), empeñada en abrir el teatro a una mayor diversidad de géneros, le sienta fenomenal a esta singular “vecchia signora”, que ayer despidió en pie, agradecida y vibrante, a “Alberto & García”, tras un memorable concierto que se prolongó más de dos horas y que la banda bautizó como “la primera fiesta de prao indoor”.

Fue llamativa esa despedida, con todo el público en pie, en una ciudad a la que le cuesta un mundo levantar las posaderas de la butaca para despedir a los artistas. Pero en honor a la verdad, el respetable ya quería levantarse desde el primer tema, no tanto para ovacionar al grupo como para arrancarse a bailar entre las vetustas butacas, esos temas que todo el público conocía, que todo el público tarareaba y celebraba. Los pies iban a su rollo, meneándose al ritmo que marcaba la banda, mientras el resto del cuerpo luchaba por mantener el decoro, una fea costumbre en un concierto de pop.

El Campoamor se entregó hasta el alma. De hecho, parecía otro Campoamor, con un público inesperado, con una media de edad pocas veces igualada en juventud, con una florida decoración preparada por ese monstruo de las artes plásticas que es Manu García, que cuando no hace bolos con el grupo hace virguerías con los pinceles.

Sobre las tablas, Alberto, el carismático vocalista del grupo, se movía con una seguridad que no se le recuerda ni a Celso Albelo, que prácticamente ha hecho del Campoamor su sala de juegos. Con boina a lo “peaky blinder” y chaqueta Adidas, el tipo se hizo con el control desde el minuto uno. Entre tema y tema, habló con el público, con historias ingeniosas y divertidas, con revelaciones como la de que descubrió que tenía vértigo en el gallinero del Campoamor. Ayer, reveló Alberto, volvió a subirse a lo más alto del teatro, para comprobar si el vértigo seguía allí. “Las pasé canutas”, reconoció, despertando las carcajadas del grupo, antes de asegurar que ese problema le había valido el apodo de “Alvértigo”, que en otras circunstancias podía perfectamente ser un nombre extraído de “La guerra de las Galias”.

Como si fuera un caudillo romano, Alberto dirigió a sus huestes, que a esas alturas eran ya la banda y todo el respetable, hacia la victoria. “Veni, vidi, vici”, y además por goleada. Uno a uno, todos los éxitos de la banda fueron cayendo: “Acalorado”, “Animales Escondidos”, “Tus Tías”, “Fruta y chocolate”... Entre medias, el grupo presentó al público “Río Bravo”, canción que se estrena en dos semanas y que huele a “hit” a la legua. Al final del concierto, en medio de la ovación entregada de un público agradecido, la banda cumplió con su liturgia de las grandes citas: se sentó en el escenario y cantó, sin micro ni instrumentos, la ranchera “El Rey”. Y el Campoamor, ese teatro que tanto sabe de música, cantó con ellos.