Solo hay una cosa que suene mejor que un Stradivarius: dos Stradivarius. Ayer, el Auditorio disfrutó de la música combinada de dos de los instrumentos fabricados a principios del siglo XVIII por el mítico Antonio Stradivari, en las manos de dos maestros: el violinista Joshua Bell y el violonchelista Steven Isserlis. Ambos estaban flanqueados por otro intérprete de primera fila, el pianista Alessio Bax. Y entre los tres regalaron al público ovetense uno de los conciertos más redondos y hermosos de los últimos años. Todo un prodigio de sonoridad y armonía.

Y eso que los prolegómenos no fueron los mejores. En vísperas del recital, el pianista inicialmente previsto, Evgeni Kissin, se cayó del programa. La amenaza de la suspensión sobrevoló el Auditorio, pero la Fundación Municipal de Cultura (FMC), organizadora de las Jornadas de Piano “Luis G. Iberni” en las que se enmarcaba el concierto y que patrocina LA NUEVA ESPAÑA, resolvió el problema reclutando a Bax.

Los tres músicos apenas tuvieron dos días para preparar el concierto, pero con el nivel que luce la terna no hacía falta más. Desde el primer minuto, con Bell y Bax sobre el escenario interpretando la Sonata para violín y piano n.º 32 en si bemol mayor, K.454 de Mozart, se percibió una compenetración ejemplar. Y es que pocas veces se ha escuchado en Oviedo un Mozart más cristalino, con un fraseo tan perfecto que parecía poesía. Una interpretación enriquecida además por la expresividad sobre las tablas de Bell, que porta el mismo Stradivarius que perteneció a George Alfred Gibson.

La siguiente pieza fue una de Shostakóvich, la Sonata para violonchelo y piano en re menor, op. 40, con Bax e Isserlis –armado con el violonchelo Stradivarius “Marqués de Corberon” de 1726, cedido por la Royal Academy of Music– sobre el escenario. Su interpretación fue muy noble, con una calidad extraordinaria del sonido, con bellísimo color.

El trío se reunió en el escenario para interpretar a Mendelssohn, en concreto su Trío para violín, violonchelo y piano n.º 1 en re menor, op. 49. En esa pieza final, el entusiasmado público comprobó que no había competencia entre Stradivarius, sino armonía. Resultó emocionante ver a los tres músicos pasarse los temas unos a otros, manteniendo siempre una uniformidad extraordinaria del sonido y del fraseo, como si fuera una sola voz. El público respondió enfervorizado, aplaudiendo a rabiar e implorando por una propina que nunca llegaría. Pero un concierto tan redondo como el de anoche no necesita de más aditamentos.