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El bollo vuelve al Campo San Francisco tras un año en blanco: "Era hora de respirar un poco"

Los ovetenses llenan de vida los principales parques de la ciudad sin alcanzar la afluencia de las ediciones previas al coronavirus

El bollo vuelve al Campo

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El bollo vuelve al Campo Lucas Blanco

“Es una gran satisfacción poder salir y disfrutar de esta fiesta con los tuyos después de lo que hemos pasado”. Con la voz entrecortada y alguna lágrima asomando de los ojos, Pili Fernández trata de contener su emoción mientras sostiene en sus brazos a Victoria Ordóñez, su nieta nacida en enero, a la que debido a las restricciones no pudo ver hasta 60 días después. “Es una fiesta de siempre y da gusto celebrarla con los tuyos”, explica Fernández, que no dudó en coger a su consuegra, Marisé Fernández, y los otros dos nietos de esta, Briana Allende –también “pandemial”, pues nació en enero–, y Asur Allende. “Echamos de menos algo más de folclore, pero ya lo habrá”, coinciden desde el Campo San Francisco, donde, al igual que muchos ovetenses participaron en la recuperación de una celebración cuyo origen se remonta al siglo XIII y en 2020 fue cancelada a causa del virus.

El paseo del Bombé volvió más de 700 días después a ser el epicentro del culto al bollo con chorizo y la botella de vino. La Sociedad Protectora de La Balesquida repartió unos 4.000 bollos entre sus incondicionales, con el alcalde, Alfredo Canteli, a la cabeza. “Deseo a los ovetenses que disfruten y espero que sea el último Martes de Campo con restricciones”, apuntó el regidor, suplicando a los romeros “respetar las normas” para evitar “dar marcha atrás” en los avances realizados para derrotar a la pandemia. 

Los más valientes no dudaron en ponerse los trajes típicos asturianos. “Si en Valencia la gente se viste de fallera, ¿por qué en Oviedo no nos vestimos de asturianos?”, se preguntó Paula Palazón al recoger el bollo y la botella de vino junto a Macarena Castaño y el pequeño Guille Rodríguez también ataviados con la vestimenta regional. “Hay que mirar por las tradiciones”, subrayó. 

Al otro lado de la barra habilitada para despachar el alimento estrella de la celebración, José Antonio Alonso, presidente de la Sociedad Protectora, se mostraba más que satisfecho con el retorno de un reparto aparcado en la primavera de 2020 tras dos meses de confinamiento. “Los socios están respondiendo y el protocolo está funcionando a la perfección”, explicaba Alonso, satisfecho por el hecho de que “las altas de nuevos jóvenes” paliaron la caída de socios derivadas de la alta mortalidad provocada por el virus. 

Si por algo se caracteriza esta fiesta es por su carácter intergeneracional e internacional. Si no que se lo digan a Ana Cecilia Cordero y Onelia Jiménez, inmigrantes llegadas a la capital asturiana hace 25 y 15 años desde hispanoamérica y fieles del Martes de Campo desde el primer día. “Arepas venezolanas, arroz dominicano y el bollo preñao son nuestro menú”, explicaron, entusiasmadas con una cita que ni siquiera perdonaron hace un año. “Montamos una gran fiesta en casa para la familia, porque las tradiciones son para cumplirlas”, apostilló Cordero. 

Como es habitual, el día del bollo tuvo muchos escenarios. Los más veteranos se concentraron con sus familias en el Campo, aunque a diferencia de las ediciones previas a la pandemia, pocos se atrevieron a sentarse a comer en el verde. “El virus todavía no se ha ido del todo y hay gente que tiene reparos”, comentó Maruja Iglesias, satisfecha por disponer de más espacio para los suyos que en condiciones normales. “No hay mal que por bien no venga”, bromeó. 

En el parque de Invierno, matrimonios con hijos pequeños y algunos grupos de adolescentes se repartían a cuentagotas a lo largo y ancho del valle situado entre González Besada y la Casona de la Montaña. “Los niños son los que más lo agradecen”, indicó Isabel Díaz, madre de dos pequeños.

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La celebración del Martes de Campo más atípico

Lejos de dejarse llevar por los botellones, muchos jóvenes optaron por la bebida regional. Es el caso de Salomón Premió, quién acudió al parque de Invierno con sus botellas de sidra y no dudó de alzar el brazo para suministrar unos culetes a su pareja Carla Úrculo y sus amigos Celia Bravo y Jorge Amor. “Venimos a disfrutar un poco del día al aire libre”, explicaban, mientras un grupo de unas quince chicas de una casa tutelada de Cruz Roja hacían ejercicio. “Lo estamos pasando muy bien, pues ya tocaba”, apuntó Verónica Noriega.

En el Pura Tomás, la edad descendía según te adentrabas en el parque. Los más veteranos se instalaron en las laderas de la entrada, bollo en mano y, generalmente, con atuendo deportivo. “Todos los años venimos caminando con unos amigos y aunque fallamos en 2020 por razones obvias, aquí estamos de nuevo”, comentó Maribel Flórez en compañía de una decena de jubilados. 

Al fondo, los corrillos de adolescentes y veinteañeros tomaban buena parte del césped, eso sí, respetando las distancias más allá de sus grupos burbuja. “Estamos contentos porque después de un año sin apenas vida social empezamos a ver la luz al final del túnel”, declaró la joven Nerea Gómez, negando la mayor cuando se le pregunta por la vinculación entre juventud e incumplimientos. “No somos incívicos. Hay de todo, pero no se puede generalizar”, deja claro mientras comparte mantel en el suelo junto a cuatro amigos. 

Eso no impidió que se formaran algunos botellones. Para tratar de atajarlos, la Policía Local movilizó a más efectivos de los habituales. “Por la mañana, que se prevé más tranquila contamos con los nuevos agentes incorporados al cuerpo y por la tarde reforzaremos el control con varios vehículos policiales”, indicó el inspector Diego Cortina durante su paseo matinal con el concejal de Seguridad Ciudadana, el popular José Ramón Prado, por el Campo. “Pedimos, especialmente a los jóvenes, que sean consciente de que el virus sigue con nosotros”, advertía Prado.

Fiesta religiosa

La celebración trascendió más allá de estos escenarios festivos habituales, entre los que se incluye, la capilla de La Balesquida, como referente de unos actos religiosos reducidos, como el año pasado, a las visitas a la Virgen y el reparto del bollo en la calle Eusebio González Abascal. “Estamos satisfechos pues repartimos uno a cada uno de los 1.300 cofrades con los que contamos”, indicó el portavoz de la Cofradía de La Balesquida, José Luis Felgueroso. 

En el Talud de La Ería, unas 140 personas participaron en un picnic ofrecido por la Ruta de los Vinos para los emprendedores, personal y familiares de las instalaciones donde varios autónomos organizaron actividades para asistentes de todas las edades en la zona verde de la que disponen con vistas al Carlos Tartiere.

Además, también hubo Martes de Campo a menor escala en varios parques de los barrios. La Corredoria, Prados de la Vega o Ventanielles fueron algunos de los barrios en los que los vecinos ocuparon las mesas de sus zonas verdes para organizar comidas de confraternización, generalmente de familias y grupos de jóvenes de las viviendas cercanas.

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