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Juan Echanove Actor, protagoniza “La fiesta del Chivo”

“Los espectadores acuden al teatro para completar nuestro trabajo”

“Encarnar a un personaje como Trujillo, no me deja huella, no me voy a convertir en mala persona por hacerlo”

Juan Echanove, en una representación de "La fiesta del Chivo" Sergio Parra

Juan Echanove (Madrid, 1961) está deseando retornar a Oviedo, aunque estuvo en la ciudad por última vez hace apenas seis meses, cuando grabó “Egmont” con Oviedo Filarmonía. Este fin de semana, se reencontrará con el público asturiano en el teatro Campoamor, donde representará “La fiesta del Chivo”, la adaptación de la novela de Mario Vargas Llosa escrita por Natalio Grueso y dirigida por Carlos Saura. Serán dos funciones, el sábado y el domingo (ambas a las 19.00 horas). “Para nosotros, para toda la compañía, Oviedo se ha convertido en un punto de inyección moral y de ánimo tales que estamos deseando llegar allí”, asegura Echanove, al inicio de su entrevista telefónica con LA NUEVA ESPAÑA.

–“La fiesta del Chivo” se consideraba una obra imposible de adaptar. ¿Cómo lo resolvieron?

–Realmente, solo puedo dar una opinión y casi le tendríamos que preguntar a Natalio Grueso para desarrollarlo con más profundidad. Pero lo que creo es que el éxito de la adaptación de Natalio a la hora de adaptar una novela tan extensa reside en que utiliza una linea dramatúrgica y argumental muy clara, en vez de tratar de resumir todo lo que se dice en el libro. Es la historia de una mujer que con trece años tiene que huir de la República Dominicana a los Estados Unidos tras ser víctima del rapto, la violación y la tortura por parte del dictador Trujillo, ejecutado todo ello con el consentimiento de su padre, que había caído en desgracia y que solo tiene la salida de entregar a su hija en sacrificio al jefe. Esa mujer, Urania, vuelve años después para enfrentarse con su padre, que está en una silla de ruedas y es un guiñapo, para ajustar cuentas morales con él. Y ese pasado cobra vida con la dramaturgia, el montaje y la puesta en escena.

–Dirige un mito del cine español, como es Carlos Saura. ¿Qué supone para usted poder trabajar por fin a sus órdenes?

–Conozco a Carlos desde que empecé a trabajar en el cine y siempre ha sido un referente para mí, porque además hace un tipo de cine que siempre me ha interesado muchísimo. Toda mi vida quise trabajar con Saura, pero por desgracia cuando me llamó para salir en algunas de sus películas siempre estaba trabajando en otra cosa. Nunca hubiera imaginado que ese encuentro se fuera a producir en el ámbito del teatro, nunca lo soñé. Esta profesión es muy sorprendente.

–¿Cómo se enfrenta un actor a un personaje como Trujillo?

–En teatro he interpretado un friso de personajes malvados pero profundamente humanos, como Karamazov, Quevedo o el Rothko de “Rojo”. Pero no me considero especialista en nada, y siempre utilizo la misma técnica para elaborar un personaje: nunca me pongo por encima suyo y aparto las opiniones, dejo que fluyan paralelamente al personaje y me concentro en darle vida. Dejo que sea el espectador el que tome las decisiones morales, nunca voy a rubricar los personajes que hago en el escenario. Los espectadores acuden al teatro para completar nuestro trabajo. Tenemos que ser neutros, muy cuidadosos y detallistas, para construir personajes que valgan no para una representación, sino para que convivan con nosotros al menos un par de años. Más allá de eso, interpretar la extrema bondad o la extrema maldad no tiene diferencia, en el sentido de que no me deja huella. Cuando termine con “el Chivo” no me habré dejado permear, el personaje no habrá llovido sobre mí de tal manera que tenga que decir “ahora te vas a convertir en una mala persona”. Llevo más de cuarenta años trabajando en teatro y los personajes me han dado la humanidad con la que convivo. No sé si vivo mi mejor momento como actor, pero íntimamente es el más importante.

–Una de sus interpretaciones más celebradas se centró precisamente en otro dictador, aunque muy diferente a Trujillo: hablo del Franco de “Madregilda”.

–Sí. Para entendernos, Franco era la austeridad y Trujillo era la apariencia del gasto, el lujo, los excesos, un tipo que buscaba el sexo no consentido con niñas menores. A Franco, ni sus más absolutos detractores se lo van a atribuir nunca: fue lo que fue, pero era un hombre al que no le gustaban esos excesos. Era un general cuartelario y Trujillo era un depredador de la sociedad que él mismo creó al creerse su padre, dueño y señor. Hizo de esa sociedad lo que quiso, entre otras cosas genocidios, violaciones, torturas, desfalcos, robos. Hablamos de una pléyade de delitos que hoy en día están supercontrastados.

–Ambos acabaron juntos: en el cementerio de Mingorrubio.

–Sí, y no solo ellos. Mingorrubio es la última morada de lo peorcito de cada casa.

–Apenas unos días después de su paso por Oviedo se celebra el centenario del nacimiento de Luis García Berlanga. Y en agosto, el de Fernán-Gómez. ¿Buen momento para reivindicar el cine español?

–Cualquier momento es bueno para reivindicar nuestro cine. Y sí, también lo es recordando a estos dos grandes maestros del arte cinematográfico, y del teatro como también lo era Fernando. Su recuerdo nos tiene que seguir comprometiendo con nuestro trabajo más allá de la componente del entretenimiento. Porque este trabajo sigue consistiendo en ser un reflejo de la sociedad que somos, y nunca dejará de serlo. Tenemos que propiciar que el espectador encuentre en el teatro muchas de las respuestas a las preguntas que nos plantea.

–Póngase en la piel del ministro y dígame una medida que aprobaría para ayudar a nuestro cine y a nuestro teatro.

–Espero con mucho ánimo que antes de acabar la legislatura esté aprobado el estatuto del artista. Ya debería estar, pero la pandemia lo ha retrasado, y creo que va a dejar claras muchas cosas, es un estatuto importante. Dicho esto, es absolutamente impensable que yo fuera ministro de algo, soy muy ignorante y ya se he hace bastante difícil pensar, con equilibrio y proyección de futuro, sobre lo único que yo conozco, que es mi profesión.

–Más allá del “Chivo”, ¿con qué está ahora?

–Estoy rodando la segunda temporada de “Desaparecidos”, y además muy a gusto y muy bien. Llegamos al plató con la ilusión de los actores que trabajan por primera vez. Hemos visto peligrar la vida y, aunque ahora estemos en una pequeña zona de confort, seguiremos hasta el final con los protocolos. Tengo la sensación de que cuando no exista la reducción de aforo, no vamos a dar abasto para todos los espectadores que vendrán a los teatros.

Echanove aplaude a Juan José Otegui (a la derecha), en presencia del hijo de éste, Sergio Otegui, tras entregarle el premio de la Unión de Actores, en 2004. | Efe

“Me voy a emocionar muchísimo en el camerino de don Juan José Otegui”


Las dos funciones de “La fiesta del Chivo” en el teatro Campoamor (sábado y domingo, 19.00 horas) serán muy especiales para Juan Echanove por una cuestión puramente personal: su estrecha relación con el actor ovetense Juan José Otegui, fallecido el pasado abril. Un intérprete que ha dejado una huella profunda en Echanove, a quien no se les escapa que en el teatro Campoamor hay un camerino, el número 1, que lleva el nombre de Otegui.

“Cuando me vista de Trujillo en el camerino de mi amigo don Juan José Otegui me voy a emocionar muchísimo”, revela Echanove, que habla con hondo cariño del intérprete ovetense. “Siempre decía: ‘no salgamos a ganar el partido, salgamos a empatarlo’. Era el rigor y la humildad, y me enseñó Oviedo en las grandes convivencias que hicimos a lo largo de los años”, señala el actor madrileño.

La amistad entre Echanove y Otegui era bien conocida en el mundillo. En 2004, cuando la Unión de Actores otorgó un premio al ovetense por su trayectoria, fue el propio Echanove el encargado de hacerle entrega del premio, en una gala celebrada en el Auditorio Príncipe Felipe de Madrid,y acompañado por el hijo de Otegui, Sergio, que también se dedica a la interpretación.

Dos años después, Echanove elegiría a Otegui para que compartiese escena con Pere Ponce en “Visitando al Sr. Green”, la producción con la que el intérprete madrileño se estrenó como director teatral. Una producción que se estrenó en enero de 2006 en el teatro Bellas Artes de Madrid y con la que giraron durante más de un año por toda España, con gran éxito.

“Fue una de las cosas más bonitas que he hecho en mi carrera”, asegura Juan Echanove sobre aquel montaje de la obra de Jeff Baron. El protagonista de “La fiesta del Chivo” demuestra además lucir con orgullo las enseñanzas que le transmitió el añorado intérprete ovetense. “Llevo conmigo su legado, si me preguntan de dónde salí siempre diré que fue de los circuitos de Juan Diego y de Juanjo Otegui, de los grandes maestros”, sostiene un Juan Echanove que se confiesa muy ilusionado por actuar en el teatro Campoamor, en la que fue la casa de su añorado amigo.

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