“En cuanto se enteran de esto, la gente me busca, me encuentra y nace algo mágico. Es el sonido del pueblo”, explicaba el músico Llorenç Barber en el Jardín de los Reyes Caudillos cuando daba las últimas indicaciones a los voluntarios mientras la ciudad empezaba a arremolinarse, expectante, en la plaza de la Catedral. El valenciano daba un repaso de última hora a la partitura y hacía cambios de último minuto, incluso de ubicación para la banda de gaitas “Ciudad de Oviedo”.

Montserrat Palacios, esposa de Llorennç Barber, dirigiendo a los voluntarios en el campanario de la Catedral. | Luisma Murias

–¿Improvisación?

–No, improvisación no, libertad– sentenció Barber entre el barullo previo a que los voluntarios escalasen hasta el último campanario para arrancarle al viejo metal el sonido de la ciudad. Una aparente anarquía de badajos golpeando campanas, voluntarios repicando con varillas de hierro y otros haciendo sonar tubos de plástico. Las campanas sirvieron para despertar a la ciudad de la siesta. Unas mil personas se congregaron bajo la torre de la Catedral para atender a la solista del concierto, la Wamba y otras muchas al calor de los otros seis campanarios que participaron del concierto. Sin saber muy bien a qué atenerse y sin saber muy bien qué esperar de aquello. “Yo creía que iban a tocar ‘La Bamba’”, ironizaba una señora, que no tuvo con quien bailar.

Los conciertos volvieron a la plaza de la Catedral. Antes de empezar parecía uno de los de antes, de los del San Mateo “de toda la vida”, y el día, el color de la piedra del Antiguo al ir poniéndose el sol y el ambiente parecían más cercano a San Mateo que a la Semana del Arte Profesional en Oviedo.

El pistoletazo de salida de la historia hizo explotar la burbuja de expectación a golpe del ronco sonido del campanario, roto por la pequeña pieza que corona la Balesquida. “Esto son los cuartos, lo bueno viene ahora”, le comentaba una asistente con una sonrisa a su acompañante, mientras otros vecinos le pedían silencio. Mientras tanto, el concejal de Cultura, José Luis Costillas sacaba pecho del poder de convocatoria y bromeaba esquivando vecinos por la plaza de la Catedral “no lo hacemos todo tan mal, ¿no?”. Y poder de convocatoria hubo. No cabía un alfiler y por estar, estaba hasta la oposición y sin ejercerla. Ana Taboada atendía al sonido del campanario “como vecina”.

El resultado, en el plano sonoro, fue desigual a oídos de unos y otros. Pero en algo coincidían, en definir el concierto como “original”. Santiago Ponce, un peregrino que se acercó a la Catedral, reflexionaba que las campanas sonaban con una “voz ronca, como de persona mayor”. Unos metros más atrás, Perfecto Rodríguez coincidía, argumentando que “la Wamba es la campana más antigua del mundo”.

18

Concierto de campanas en Oviedo Luisma Murias

A otros les pareció “aburrido” o “incomprensible”. Es cierto que todo el mundo escuchó las campanas de Barber, pero pocos sus palabras. La idea, explicaba el músico antes de encaramarse a dirigir en uno de los campanarios, era que la gente se moviese, que buscase espacios abiertos, lejos de alguno de los focos sonoros. Casi nadie le hizo caso. “Todo Oviedo está aquí”, decía un vecino sorprendido al llegar a la plaza de la Catedral. La gente escucha “campanas” y, por lo menos, tiene claro dónde hay. Y en la Catedral está la más famosa.

El evento de la Semana Profesional del Arte fue una fiesta con más tintes de performance que de concierto al uso. Cuentan en la barra del Ovetense que Llorenç Barber, que está alojado allí, pidió a los camareros que le ayudasen a buscar voluntarios. Terminó rodeado de montañeros, percusionistas de las bandas de música locales y vecinos “rasos”, todos con una función en el desempeño de la actividad. Incluso los bomberos se involucraron. Ahora, alguno pedía que el concierto de campanas no se quedase solo en eso. Que sirviera para “recuperar” un patrimonio que cuelga de los campanarios, en muchos casos olvidado. Barber le dio rápido la solución.

–En otros sitios ha funcionado una asociación de amigos de las campanas.

De momento, oyentes no les faltan.