Soledad García Muñiz contempla con emoción una foto en la que su padre la abraza. La imagen no tiene muchos años, ella no está muy distinta. Para encontrar una foto anterior de los dos hay que ir al inicio del álbum: es una instantánea en blanco y negro, tomada en La Habana, en Cuba. “El padre que llegué a pensar que era una fantasía acabó siendo real, y descubrí a una persona diferente a lo que pensaba”, señala Soledad García.

La reflexión no es baladí: su progenitor, Pedro Manuel García Peláez, recientemente fallecido y tratado con honores en la hora de su muerte, no es apenas conocido en Asturias, pero en Cuba era toda una institución, un genuino “barbudo” de Fidel, de la máxima confianza del líder, que llegó a general y ejerció de guardaespaldas de los Castro.

García Peláez con su hija, Soledad, durante una visita a Asturias en 2011.

García Peláez fue compañero del Comandante Fidel en Sierra Maestra, logró la máxima graduación en el ejército cubano, con mando efectivo sobre varios cuerpos de ejército, y hasta lideró la misión militar cubana en Angola desde 1979 a 1982. También fue miembro del primer comité central del Partido Comunista de Cuba y diputado en varias ocasiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Y tanta era la confianza de Fidel Castro en Pedro Manuel García Peláez que fue quien le acompañó, como responsable de su seguridad, en su periplo de 1959 por los Estados Unidos. Pedro Manuel García Peláez falleció hace poco más de un mes en Cuba y sus cenizas han sido depositadas en el panteón de veteranos de la necrópolis de Colón.

Pero, al margen de condecoraciones y carrera militar, esta es otra historia. La de cómo Soledad García Muñiz recuperó a ese padre ausente durante décadas, y cómo el aguerrido militar recuperó, ya en su vejez, la relación con su familia asturiana, que vive aún hoy en Las Regueras.

El general, primero por la izquierda, con su mujer Margarita y otros amigos por Avilés.

La vida de Pedro Manuel García Peláez estuvo marcada por una guerra y una revolución. Nacido en Cienfuegos, de descendientes asturianos, la prematura muerte de su padre les trajo a él y a su madre de vuelta a Asturias. Instalados en Oviedo, vivieron en primera persona la Guerra Civil y ambos estuvieron a punto de perder la vida. Tras la contienda, su madre se casó con un militar y la familia se instaló en Avilés.

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El álbum familiar del general García Peláez: las raíces asturianas del militar que le cubrió las espaldas a Fidel Castro en Nueva York

Allí conoció a Margarita Muñiz y, tras casarse por poderes, ambos se reunieron en Cuba, adonde García Peláez había emigrado, con apenas 20 años, para trabajar con un tío. Los dos jóvenes tuvieron una hija, Soledad. Pero la creciente implicación política de García Peláez comenzó a minar el matrimonio, que se acabaría rompiendo. Margarita Muñiz retornó a España en 1955, trayéndose con ella a la niña, mientras García Peláez se metía decididamente en el movimiento revolucionario: su destino sería Sierra Maestra.

Pasaron muchos inviernos. Margarita Muñiz retornó a España con su hija, Soledad, que aprendió a convivir con la esquiva sombra del padre ausente. Durante la dictadura, la mera alusión a quién era su progenitor podía traer problemas a toda la familia, y en el nuevo estado cubano tampoco era cómodo el pasado familiar del revolucionario. Por eso, desde un lado y el otro del Atlántico se hizo un pacto tácito, una desconexión para la mutua protección.

Todo cambió entre 2004 y 2005. Durante una feria, en una conversación casual con una artesana cubana, el marido de Soledad reveló el nombre de su padre. La artesana quedó sorprendida: “Está casado con mi mejor amiga”, les dijo. Unos días después, llamaron a casa a horas intempestivas. “Es el abuelo de Cuba”, le dijeron sus hijos a Soledad.

García Peláez, en Riviella, en 2011, recordando andanzas juveniles.

La familia puso rumbo a Cuba y se produjo el reencuentro. Los primeros contactos fueron cuidadosos, pero pronto comenzaron a caer las defensas. Las dos familias, en realidad las dos ramas de una misma familia, mostraron una gran complicidad desde un primer momento y Soledad García descubrió que, bajo la gravedad marcial de su padre, había un hombre atento y cariñoso. Nunca volvieron a perder el contacto y ahora, fallecido el general, se mantiene la relación con sus otros hijos. “Son mis hermanos cubanos”, sentencia Soledad García.