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Orizaola: “Chernóbil nos enseña las mejores vías para conservar nuestra fauna”

El biólogo relata en una conferencia su trabajo en la zona de exclusión ucraniana, convertida en “una reserva natural como hay pocas en Europa”

Germán Orizaola, durante una de sus estancias en Chernóbil. | LNE

La zona de exclusión de Chernóbil es un vasto territorio de 4.700 kilómetros cuadrados, una extensión equivalente a toda la zona central de Asturias. Es la zona afectada por la radiación expulsada por el accidente de la central nuclear de Chernóbil, 35 años atrás. Un lugar que, contra toda lógica, se ha convertido en una reserva natural de primer orden. Hasta allí se ha desplazado, en diversas ocasiones, el biólogo Germán Orizaola, Investigador Ramón y Cajal de la Universidad de Oviedo, que ayer desgranó la naturaleza de sus investigaciones y las enseñanzas de su actividad en Ucrania en la conferencia “Un biólogo en Chernóbil”, que impartió en el Aula Magna del Edificio Histórico de la Universidad.

“Chernóbil nos enseña cómo funciona la ciencia: una zona que se pronosticaba que sería un desierto nuclear, es justo lo contrario: una reserva de fauna y naturaleza como hay pocas en Europa”, explicó Orizaola. La razón es la ausencia del ser humano, que ha propiciado el florecimiento de una voluptuosa vegetación, y la recuperación de esos espacios por parte de diversas especies animales.

“La experiencia en Chernóbil nos enseña algunas cosas a nivel de gestión. Si queremos conservar nuestra fauna, nuestros osos, urogallos y salmones, Chernóbil nos dice cuáles son las mejores opciones, y la importancia de intentar reducir la presión humana en los ambientes en los que ellos viven, algo que aquí apenas se hace”, explicó Orizaola.

A juicio del biólogo, la divulgación de la situación que se vive en la zona de exclusión de Chernóbil, y de las conclusiones que los científicos sacan de su experiencia allí. “Tenemos la necesidad de comunicar lo que hacemos, para que la sociedad esté bien informada de la situación actual y del tipo de acciones que se pueden hacer para conservar la naturaleza. Porque estas enseñanzas que traemos de Chernóbil nos pueden servir para promover actuaciones de protección de la naturaleza en otros lugares, y también a escala de Asturias, si es eso lo que queremos hacer”, reflexionó Orizaola.

“Chernóbil muestra la importancia de reducir la presión humana en los ambientes en los que viven los animales”, dice Orizaola

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Buena parte de la conferencia del biólogo se centró en una explicación, de primera mano, de cómo se trabaja en esa zona, en qué época del año se va y que hace allí la Universidad de Oviedo. Orizaola ha investigado en territorio ucraniano la evolución de la ranita de San Antonio, una especie cuyos ejemplares localizados en la zona de exclusión han experimentado un cambio en su pigmentación, acaso como medida de defensa ante el aumento de la radiación en la zona.

“La última vez que estuvimos en Chernóbil fue en 2019. Queríamos haber vuelto el año pasado, porque tenemos un proyecto financiado por la Sociedad Británica de Ecología para estudiar los caballos salvajes de la zona, pero con la pandemia se paró todo, y sigue bastante parado. Esperamos poder volver ya el próximo año”, relataba Orizaola, en conversación con LA NUEVA ESPAÑA, antes de la conferencia.

En concreto, esa investigación se centra en el caballo de Przewalski, una variedad de caballo salvaje procedente del centro de Asia que estuvo al borde de la extinción a mediados del siglo XX, y del que están registrados apenas dos mil ejemplares en todo el mundo.

En Chernóbil, se soltó un primer grupo de ejemplares en 1998: dieciocho hembras y trece machos. Fue el origen de una manada que, pese a verse golpeada durante algunos años por la caza furtiva, se sitúa ya en torno a los 150 ejemplares. El objetivo de la investigación en la que participa Orizaola pasa por hacer estudios genéticos a estos caballos.

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