Manuel Fernández de Castro, “Don Manolín”, fue un religioso asturiano que, a finales del siglo XIX, ejerció como rector penitenciario en la Catedral de Oviedo, antes de ser nombrado, en 1889, obispo de Mondoñedo. Pero Don Manolín es además una personalidad clave en la historia de la literatura en asturiano, como traductor del Evangelio de San Mateo y como autor de una serie de poesías destinadas a la catequesis. Su figura fue reivindicada ayer en el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) por Xuan Xosé Sánchez Vicente en el marco de su ponencia “Religión e historia de la llingua asturiana”, impartida íntegramente en lengua asturiana y enmarcada en el ciclo “Asturias, el asturiano y el hecho religioso”.

En la conferencia, Sánchez Vicente contrapuso el peso específico que la Iglesia tuvo, durante siglos, en la pervivencia del asturiano, y el posicionamiento contrario a la llingua que aprecia en la actual jerarquía eclesiástica. “¡Lo que va de don Manolín a don Carlos (Osoro) o don Jesús (Sanz)!”, exclamó Sánchez Vicente, tras recordar la negativa de Osoro a usar el asturiano durante el funeral del padre Federico G. Fierro Botas, en 2002, y el rechazo, este mismo año, de Sanz de participar en la presentación de una edición en asturiano de la Biblia, pese a que había escrito un texto introductorio.

Estos casos, a juicio de Sánchez Vicente, sintetizan “la actitud respecto al asturiano de la Iglesia católica, de sus jerarquías, en los últimos tiempos”. Una actitud que el escritor considera “de distancia, de hostilidad acaso, que contrasta con la que tuvo a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, afanada en traducir textos punteros al asturiano y utilizarlo como elemento de adoctrinamiento y enseñanza, especialmente en la catequesis”.

La relación entre la Iglesia y la llingua, según señaló ayer Sánchez Vicente, se remonta a los primeros testimonios escritos en asturiano que se conservan. “Recordar que Antón de Marirreguera es el primer escritor conocido es casi una ofensa”, señaló Sánchez Vicente, recordando que Marirreguera, que vivió en la primera mitad del siglo XVII, era sacerdote. “En el párroco candasín”, señaló Sánchez Vicente, “podemos destacar dos cosas: su capacidad inventiva, modificando el material tradicional y colocándolo en la Asturias contemporánea; su gracia y humor y su calidad escritural, y, finalmente, su carácter de escritor-creador, de escritor ‘altruista’, de escritor que escribe por el gozo creativo”.

El ejemplo de Marirreguera y de otros pioneros en la escritura en asturiano como Juan García y Antonio de Reguera (un cura de Prendes que ganó el tercer premio en un certamen poético celebrado en Oviedo en 1639 con un romance escrito en asturiano) llevó a Sánchez Vicente a señalar que “la Iglesia asturiana está en el comienzo de la literatura asturiana (quiere decirse, en asturiano) y es un sustento importante de la misma, por lo menos hasta finales del siglo XIX”. Es en esta época, a finales del siglo XIX, cuando proliferaban con fuerza los escritos en asturiano de temática o inspiración religiosa. Aparte del citado Don Manolín, Sánchez Vicente sitúa también en un “ámbito institucional” de la Iglesia escritos como “El protomártir asturiano Fray Melchor García Sampedro”, una obra que define como “un largo poema polimétrico de Teodoro Cuesta en el que se narra la vida, martirio y fastos del vecino de Cortes (Quirós)”.

Pero la fértil comunión de la Iglesia con la literatura en asturiano no se cierra en esta época. Siguiendo la estela de Manuel Fernández de Castro, Sánchez Vicente rastrea durante el siglo XX escritos en asturiano, algunos incluso de naturaleza humorística, que servían al “esfuerzo didáctico y propagandístico de la Iglesia”. Ya en las últimas décadas, Sánchez Vicente aprecia la difusión del asturiano en las iglesias protestantes, pero lamenta que, “a diferencia del protestantismo, el catolicismo asturiano manifestó siempre sus reticencias hacia el asturiano en la liturgia”.