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Las llamas que arrasaron Oviedo en 1521 alumbraron el paso a la ciudad moderna

Un encuentro de historiadores y urbanistas organizado por LA NUEVA ESPAÑA destaca cómo la capital aprovechó las enseñanzas del suceso

El Oviedo que resurgió de sus cenizas

El Oviedo que resurgió de sus cenizas

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El Oviedo que resurgió de sus cenizas T. P.

Quinientos años después, el incendio que arrasó un Oviedo construido con materiales precarios y apelotonamiento urbano, y que puso los cimientos de una ciudad moderna, sigue dando mucho que hablar. Y así quedó demostrado en un encuentro celebrado en el emblemático edificio ovetense de RuaQuince, en el que expertos en historia y urbanismo debatieron en animada y didáctica charla sobre aquel episodio de la historia de la capital asturiana, que supo aprovechar las experiencias de una tragedia para corregir errores y evitar horrores. Y entrar en la modernidad con los deberes hechos.

El evento “1521. El incendio de Oviedo”, organizado por LA NUEVA ESPAÑA, contó con la colaboración de la Caja Rural de Asturias y del Ayuntamiento de Oviedo, patrocinadores representados en el acto de RuaQuince por el director de marketing de la entidad bancaria, Alejandro Díaz y el concejal de Turismo, Alfredo García Quintana.

Tres puntos de vista complementarios para profundizar en un evento decisivo. La historiadora medievalista María Álvarez –comisaria de la muestra “Camino Primitivo. Oviedo” que organiza LA NUEVA ESPAÑA–, la historiadora del arte Yayoi Kawamura, ambas profesoras de la Universidad de Oviedo, y el urbanista y arquitecto Víctor García Oviedo, protagonizaron el encuentro, moderados por Chus Neira, periodista de LA NUEVA ESPAÑA.

Todos ellos reconstruyeron aquellas horas de devastación sin precedentes que comenzaron en la calle Cimadevilla aquella “Nochemala” del 24 de diciembre de 1521. María Álvarez aludió, en primer lugar, a una “cuestión fortuita” como la causa más probable del fuego que convirtió en ruinas la ciudad en dos o tres horas. ¿El origen? Una casa donde vivía un armero. Fuego entre manos, pues. Además, el viento era “fortísimo”. Los materiales de construcción eran de madera y de poca calidad. Se acumulaban hierba y paja en los interiores, para aumentar los riesgos. Y los tejados y balcones de los edificios prácticamente chocaban entre sí en calles muy estrechas.

La tormenta de fuego perfecta.

Entre lo poco que se salvó, la Casa de la Rúa. La situación previa de muchos edificios era precaria y su futuro era oscuro. Las llamas, por lo tanto, que eran habituales en las ciudades de aquella época, destruyeron muchos que se hubieran venido abajo tarde o temprano. Álvarez contó que la destrucción empujó a las autoridades a potenciar “un uso más racional del espacio público”. Por ejemplo, prohibiéndose ampliar casas a costa de invadir las estrechas calles. También se sacó fuera “toda actividad que necesitara del fuego”. Y se puso fin a amontonar hierba y paja.

Importante: “Se revalorizó el espacio fuera de la muralla”, hasta entonces mal visto. Y nada de candelas encendidas los días de viento. En 1522 llegó una ordenanza para edificar mejor, con más seguridad: materiales más resistentes, máximo de dos pisos, construcciones a cordel para que la fachada vaya lineal... Y sin balcones que hicieran de propagafuegos de una casa a otra.

Las autoridades, “formadas por las familias más pudientes”, nombraron una comisión de fuegos para que “se cumpla la ley”. Destacó la historiadora que existe la sospecha de que se magnificó el incendio para obtener más ayudas del poder central: “Veníamos de una situación complicada. Una ciudad pobre económicamente, de acarreo de otros sitios. El incendio podía ser el golpe definitivo”. Lógico, pues, que se reclamaran ayudas importantes e inmediatas para reconstruir una ciudad clave en el Camino de Santiago. “Si los habitantes se van, los peregrinos dejarán de venir porque nadie los podrá acoger”. Y el motor económico se detendría.

Yayoi Kawamura trazó un preciso mapa de la reconstrucción de lo que pasaría a ser el “Oviedo redondo”, calles paralelas y más anchas, “sin curvas tortuosas”. Y destacó la importancia capital de la incorporación de las fuentes intramuros al entramado urbano. El siglo XVII trajo decisivas intenciones de imitar el urbanismo de Valladolid, reconstruida tras el incendio de 1561 y convertida en modelo a seguir. “Los habitantes descubrieron, además, que fuera de la muralla ya no viven ogros”. Surgen nuevas zonas para la construcción, sobre todo para satisfacer a “una burguesía emergente” que ya no encontraba espacio intramuros.

Un momento del encuentro celebrado en Ruaquince. | Irma Collín

Víctor García Oviedo, autodefinido como “agitador”, señaló que “los mismos ovetenses no acaban de entender que es la ciudad más importante de Asturias en urbanismo. Las Asturias de Oviedo. Una ciudad-región que llegaba a los confines desde su fundación”. Alfonso II, apuntó desde posiciones intuitivas, “tenía una visión a la romana. Oviedo siempre ha dominado los aledaños. Avilés no se puede entender sin Oviedo, por ejemplo, era su puerto”.

Que se quemara era, pues, como si se quemara el gran castillo de todos. De aquellas llamas surgió una reconstrucción necesaria y trascendental: “Se obliga a hacer público lo privado. Haga usted su fachada pero que la disfrutemos todos”. Es el camino abierto a la “modernidad absoluta” y muestra una ciudad con gran capacidad de reacción. Convencido de que “la intrahistoria es más interesante que la historia lineal”, destacó que lo importante no es que la ciudad se queme, sino “la estructura que permite reconstruirla. Que se quemaran ciudades en aquellos días estaba a la orden del día”. Un evidente interés histórico a tener en cuenta en esta materia: de dónde se viene y adónde se va. Oviedo, destacó, “era la segunda ciudad más importante de Europa”.

María Álvarez coincidió en que era una ciudad “muy importante de la Europa cristiana”, y quiso puntualizar que cuando se tomaron las primeras iniciativas para la reconstrucción hubo unas primeras medidas guiadas por cuestiones prácticas: que fueran baratas y que fueran rápidas en su ejecución. Pero, subrayó, “atendiendo también a la belleza, al ornato”. Atrás quedaba, pues, la ciudad sin airear, cerrada. Los tiempos del llamaban a invertir en la belleza urbana.

Se puso de manifiesto en la charla la importancia fundamental de Oviedo como ciudad de peregrinación. Tan es así que la población se quintuplicaba por aquel “turismo” de las reliquias. De ahí que se insistiera en hacer llegar a la Corte la necesidad de salvar esas vías de peregrinación, porque una ciudad despoblada está llamada a morir. Se recordó la distinción entre morador y vecino: que se fuera el primero era insignificante, que lo hiciera el segundo era demoledor.

Yayoi Kawamura matizó que una destrucción tan importante como la que sufrió Oviedo puede llevar aparejada, si se aplica una visión amplia, una actuación que acabe siendo positiva para el lugar: “Si el incendio no hubiera puesto fin a las edificaciones que existían entonces se hubiera tardado mucho más tiempo en llegar a construirse el Oviedo moderno”. Y García Oviedo puso la guinda en clave de humor para recalcar la importancia de los tiempos a la hora de cocinar el ambicioso y complejo plato urbanístico: “Las cuestiones de la ciudad son como el bacalao el pil-pil, no se puede hacer al microondas”. Y Oviedo las cocinó bien a fuego lento.

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