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El campus que hizo barrio: treinta años del Milán

La conversión del antiguo cuartel de Pelayo en sede de las facultades de Humanidades, consumada en enero de 1992, conectó Teatinos y Pumarín

Vista general del campus del Milán. A la derecha, el edificio departamental, que antes albergó el seminario y el cuartel del Ejército. A la izquierda, los inmuebles añadidos al complejo al convertirse en campus, en la década de 1990. | Franco Torre

Don Luciano López y García-Jove, sacerdote lavianés convertido en hijo adoptivo de Oviedo, contaba 107 años cuando las aulas retornaron al Milán. En esos mismos espacios, a principios del siglo XX, había impartido clases el sacerdote, en los tiempos en que el peine neogótico de Luis Bellido había acogido el seminario de Santo Tomás de Aquino. Por esa misma razón, don Luciano, como era conocido en la ciudad, no podía faltar a la inauguración por todo lo alto, con ministro y todo, del Campus del Milán, el 28 de enero de 1992. Una puesta de largo de la que se cumplirán treinta años este próximo viernes.

Esa sería una de las últimas presencias públicas de Luciano García-Jove, figura icónica de la capital, siempre ataviado con sotana, manteo y teja: el anciano sacerdote, el más viejo de España en la época, fallecería en agosto de ese mismo año. Pero aquella mañana de enero, en el naciente Campus del Milán, don Luciano tuvo la ocasión de contar sus experiencias nada menos que a Javier Solana, entonces ministro de Educación y Ciencia, que presidía la inauguración escoltado por el rector de la Universidad (en la época Juan López Arranz) y los alcaldes de Gijón (Vicente Álvarez-Areces) y Mieres (Gustavo Losa). El alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, que llevaba apenas unos meses en el cargo, llegó dos horas y media tarde, algo que achacó a un malentendido con la Universidad, y que en la época se explicó por una disputa por unas obras, o por el hecho de que el proyecto lo había dejado atado su predecesor, Antonio Masip.

Planeamiento

El urbanista Ramón Fernández-Rañada fue el encargado de acometer la ordenación del barrio para desarrollar el campus. “Aquel fue el primer campus que implicó una modificación del planeamiento. Motivó la ordenación de todo el barrio, e incluso se reguló que una serie de edificios nuevos, que se hicieron en esa época, tuviesen en las fachadas un color ocre claro con el edificio antiguo del Milán. Lo que no se me ocurrió es que, al hacer los edificios nuevos, que también tenían que ser de ese mismo color, los iban a recubrir con plaqueta”, recuerda.

A su juicio, aquel proyecto marcó el desarrollo de toda esa zona de la ciudad: “Fue determinante, un auténtico motor de ordenación para el barrio, con los edificios del campus pero también con las zonas verdes, el parque y los espacios libres”.

Javier Solana y el rector Juan López Arranz, en la inauguración del campus, el 28 de enero de 1992

La presencia de Solana se explicaba por la importante aportación del Gobierno central en la obra: en aquel momento, la cuantía ascendía ya a los 2.715 millones de pesetas de la época, a los que habría que sumar otros 1.187 millones para edificar dos edificios que ni siquiera se habían iniciado: la biblioteca y el hoy denominado “La casa de las lenguas”, en cuyos bajos se localiza la cafetería. Una inversión enmarcada además en un esfuerzo global por modernizar la universidad ovetense, que también propiciaría durante toda esa década el desarrollo de los campus de Viesques y Mieres, y ampliaciones en el Cristo, incluyendo la facultad de Biología.

La primera facultad en instalarse en el Campus del Milán, llamado a aglutinar a todas las Humanidades, fue la de Geografía e Historia, cuyo decano era, en la época, el prehistoriador Adolfo Rodríguez Asensio. “Es curioso porque me tocaron los dos traslados. Nosotros estábamos repartidos entre el edificio el de la plaza Feijoo y el del Seminario Metropolitano, porque el de Feijoo no aguantaba más. Y cuando Emilio Murcia abandonó el decanato porque fue nombrado director del Instituto Geográfico Nacional, en 1985, le sustituí como decano en funciones. Desde ese puesto, me tocó completar el traslado de la facultad al Cristo, donde nos ubicaron en un edificio destinado a la facultad de Derecho, que en la época no quería trasladarse allí”, relata.

Clase magistral de Noam Chomsky en el Milán, en diciembre de 1992

Barrio

Profesores y alumnos que vivieron aquel período de Geografía e Historia en el Cristo coinciden en definir aquel enclave con una misma palabra: “frío”. “Lo que pasaba es que no estaba diseñado para nosotros. Las aulas eran grandes y escalonadas, no había despachos suficientes ni laboratorios. En Prehistoria y Arqueología tuvimos hasta que comprar muebles para poder hacer un laboratorio. Aquella facultad no estaba prevista para satisfacer nuestras necesidades”, añade Rodríguez Asensio.

Por aquella situación de incomodidad, el traslado al Milán se recibió en la facultad como agua de mayo: “El espacio era mucho mayor, y tuvimos la oportunidad de participar en el diseño. No mucho, pero sí que pudimos hacer algo. Teníamos despachos suficientes, teníamos almacenes... a Prehistoria nos asignaron una de las alas del peine del antiguo cuartel y ahí pudimos diseñar dónde iría todo. Y eso fue algo muy importante para nosotros”.

Paul Auster, apoyado en el monumento a Alarcos localizado junto al campus, en 2006.

Adolfo Rodríguez Asensio experimentó en primera persona dos de las vidas del peine de Bellido, pues además de disfrutar esta tercera encarnación en campus universitario, le tocó hacer el servicio militar en ese mismo edificio. Lo que durante los últimos treinta años ha sido el edificio departamental del Campus del Milán se inauguró en 1903 como Seminario de Santo Tomás de Aquino. En agosto de 1917, durante una huelga general, el Regimiento de Infantería “Príncipe” n.º3 se instaló en el inmueble, que el obispado vendió de forma definitiva al ejército en 1921.

El edificio pasaría a conocerse, desde entonces, como Cuartel de Pelayo y, más adelante, Cuartel del Milán, en atención a la denominación que, entre 1935 y 1977 adoptó el regimiento: “Milán” n.º3. Recuperada la denominación de “Príncipe”, el regimiento pasó al actual cuartel de Cabo Noval, en tierras sierenses, en 1985, y dos años después los terrenos fueron adquiridos por el Ayuntamiento de Oviedo, que presidía Antonio Masip, y cedidos a la Universidad de Oviedo, para propiciar la creación del nuevo campus.

Solana saluda a Luciano García-Jove, en presencia de Arranz, en la inauguración del campus. |

“Cuando estaba allí, toda esa zona que ahora hay detrás del campus, ese parque que discurre por la calle Emilio Alarcos, y hasta llegar a General Elorza, era un espacio cerrado: era parte del cuartel. Y era un espacio que bloqueaba el crecimiento de la ciudad y que impedía la unión, por ese lado, de los barrios de Pumarín y Teatinos: si querías pasar de un lado a otro tenías que rodear los terrenos del cuartel, yendo bien a General Elorza, bien a Aureliano San Román”, explica Rodríguez Asensio. Por esta razón, el Campus del Milán fue, a su juicio, una obra clave en el desarrollo de toda esa parte de la ciudad. Pero el destino pudo ser otro, de no mediar una decisión, en el seno de la comunidad universitaria, que no todos compartían.

“Había un debate sobre si debíamos vallar o no el campus, como se hacía habitualmente. Pero primó la consideración de que podía ser precisamente esa unión entre Teatinos y Pumarín, una zona de tránsito de los vecinos y un elemento que uniera ambos barrios”, recuerda Rodríguez Asensio. “Así que se decidió no vallar, y creo que acertamos: fue muy positivo que la gente del barrio siguiera pasando por allí. Eso convierte al Milán en un campus perfectamente integrado en la ciudad, en un campus que hace barrio”.

Vida cultural

Aunque el edificio de Bellido ya estaba a buen rendimiento en aquel enero del 92, el resto del campus estaba aún en pañales. “De los cuatro edificios que hay enfrente del peine, dos estaban sin acabar, que eran el de administración y el aulario, y los otros dos directamente no estaban ni empezados”, señala Rodríguez Asensio. Esos dos inmuebles se completarían en pocos años, pero el tercero, la biblioteca, no estuvo operativo hasta mediado el curso 1997-1998, y el cuarto inmueble, con la cafetería en sus bajos, dos cursos después. Por su parte, en los primeros años acogió la cafetería un edificio anexo al antiguo cuartel, en origen residencia de suboficiales, en el que bullía una emergente vida cultural. Y mientras el campus se iba desarrollando, nuevas titulaciones se incorporaban al Milán: en los años siguientes a su inauguración, se integrarían en el campus las Filologías y la facultad de Filosofía, y en el propio Milán surgiría el departamento de Historia del Arte y Musicología, escindido desde Geografía e Historia, con titulaciones propias, en el otoño de 1995.

El actual director del Museo de Bellas Artes de Asturias, Alfonso Palacio, vivió el Milán como alumno, como becario y como profesor. “Empecé a estudiar la carrera en el 93, y recuerdo que las instalaciones llamaban la atención de lo nuevas que estaban. Era un barrio todavía por hacer, por edificar, y veíamos cómo pasaban los años y se iban construyendo todos esos edificios que al final acabaron rodeando el campus, y cómo iban apareciendo los servicios típicos de un campus: las cafeterías, para que los estudiantes pudieran tomar el café o quedarse a comer, las librerías y las fotocopiadoras. Empezaron a aparecer fotocopiadoras por todos lados, era matemático”, recuerda.

Pero lo que más impactaba a Palacio era la vida cultural que reinaba en el campus: “Aquella primera cafetería aglutinaba la emergente vida cultural, en lo musical y en lo literario, de Oviedo, Gijón y Avilés. De allí salieron muchos grupos, en los que participaban estudiantes de Filología, Filosofía y Geografía e Historia, que hicieron de esa cafetería una especie de laboratorio creativo de todo tipo”. Esto reverberaba en la Semana Cultural del Milán, una cita anual que movilizaba a todo el campus y que, como explica Palacio, “tenía mucho músculo a todos los niveles, en lo festivo y en lo musical”.

Esa vertiente cultural se ha perdido en los últimos años. “El concepto de campus hoy es distinto, parece casi una academia: los estudiantes van a clase y poco más, no hacen vida en el campus”, reflexiona Rodríguez Asensio. Alfonso Palacio tiene clara la causa: “Fue a raíz de los cambios en los planes de estudio, sobre todo la reforma de Bolonia. Las clases ya no son solo por la mañana, sino que son mañana y tarde, y la asistencia es absolutamente obligatoria. Eso ata mucho más a los alumnos al espacio académico, lo que en parte es bueno, pero no deja espacio para nada más, para esas cosas que surgían de la libertad al combinar el aula y otros entornos”.

En cualquier caso, ambos coinciden en que, en muchos aspectos, el legado del Milán prevalece: “Era un privilegio estudiar en ese campus, en el que siempre se respiró un buen ambiente y que consiguió reactivar un barrio de Oviedo que estaba por hacer y que hoy es una auténtica realidad”, concluye Palacio.

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