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Pedro Álvarez de Miranda Académico de la RAE, inaugura el miércoles con una conferencia el año del centenario de Alarcos

“Alarcos se habría mostrado disconforme ante el mal llamado lenguaje inclusivo”

“Don Emilio fue un pionero como lingüista y un hombre sensato, alejado de posiciones rígidas y puristas; desde luego, era alguien necesario”

Pedro Álvarez de Miranda. | Efe

Pedro Álvarez de Miranda (Roma, 1953), es catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid y académico de número de la RAE, donde ocupa además el puesto de bibliotecario. Ha dirigido la vigesimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española, publicada en 2014. Este miércoles, 26 de enero, acude a Oviedo invitado por la Cátedra Alarcos para impartir la conferencia “Un hombre necesario: Emilio Alarcos Llorach”, en el Aula Magna del edificio histórico de la Universidad, a las 19.30 horas. Con su intervención la Cátedra inaugura el año del centenario de Alarcos, que culminará con una semana central de congresos y homenajes en abril.

–El título de su conferencia es muy expresivo.

–Sí, aunque he de decir que la denominación no es mía. La he tomado de un artículo de Ángel González, que se refirió así a don Emilio en una necrológica que le dedicó. Pregunté a Josefina (Martínez) si no le parecía mal que tomase esta denominación de Ángel González, que yo suscribo, y me dijo que lo veía bien.

–¿En qué sentido cree usted que era necesario?

–En muchos, porque era una persona con muchas facetas. Desde el punto de vista científico, fue un pionero como lingüista, introduciendo en España las tendencias más modernas de la lingüística del siglo XX. Estuvo una temporada como lector en Suiza y conoció tendencias y teorías que en España no circulaban, y las introdujo en el país. Por otro lado, era un hombre muy sensato en cuestiones lingüísticas, alguien muy alejado de las posiciones rígidas y puristas. Pero su desaparición fue tan repentina... justo el día de la conferencia se cumplen 24 años de su fallecimiento, y el 22 de abril hubiera cumplido los cien. Era un hombre necesario, desde luego, en el punto de vista lingüístico, y en el humano.

–¿Lo trató usted?

–Lo traté un poco. No fui alumno suyo, pero sí que lo traté algunas veces en Madrid, y en algún congreso, y siempre me mostró mucha amabilidad. Era bondadoso, un poco socarrón también, pero una gran persona. Y era un gran lingüista, un gran científico.

–¿Cómo cree que hubiera reaccionado ante esta moda del lenguaje inclusivo?

–Desde luego, con muchísimo sentido común y muchísima sensatez, pero ejerciendo también algo que era muy propio de él: cierta actitud crítica hacia los excesos. A diferencia de otros lingüistas, siempre se posicionó en actitudes flexibles, no rígidas, y tampoco puristas. Recuerdo una vez que dijo algo así como que hay que dejar a la lengua en paz. No quería decir que valga todo, sino que no hay que estar tan obsesionado. La actitud del lingüista debe ser la de un observador. Pero ante el mal llamado lenguaje inclusivo, que en realidad es un lenguaje duplicativo, don Emilio se hubiera mostrado disconforme. Pero también creo que hubiera reaccionado frente a esto con cierto sentido del humor, que tenía y ejercía. A veces es más eficaz, más persuasivo, que el puro ataque o la condena.

–En Asturias, el magisterio de Alarcos sigue muy vigente. ¿También más allá de nuestras fronteras?

–Por supuesto, no hay la menor duda. Y también fuera de España es conocido por los muchos hispanistas que se dedican al estudio de la lengua y la literatura españolas. Y no solo la castellana: no hay que olvidar que el segundo apellido de don Emilio, Llorach, es catalán, y que tiene incluso un libro sobre lingüística catalana. Don Emilio, además, siempre hizo por mantenerse en contacto con la Academia: me impresionaba verle llegar todos los jueves en Madrid, en una época, los ochenta y los noventa, en las que las comunicaciones entre Asturias y Madrid no eran las de ahora. Se metía auténticas palizas para llegar, viajando de noche en el expreso, pero nunca faltaba. Eso da fe de su compromiso.

–La última: ¿es usted solotildista?

–¿Solotildista? ¡Nunca lo había oído! Me lo anoto, pero no. Tengo que decir que las últimas reformas en la ortografía se hicieron en 2010, y yo ingresé en 2011 en la Academia, no intervine para nada y además sostengo siempre que lo mejor es no tocar ya la ortografía. Pero en el caso de “solo” no es verdad que antes fuese obligatorio tildarlo: nunca lo ha sido. Lo fundamental, en cualquier caso, es que si la Academia dice algo en términos de ortografía, yo lo acato. No tiene sentido adoptar una actitud cismática o disidente frente a la ortografía, que es una convención y como todas hay que respetarla. Si en España se conduce por la derecha, no puedes decidir que haces como en Inglaterra y conducir por la izquierda, porque evidentemente te matas. Y no es cosa de matarse por poner o no poner una tilde.

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