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Una multitud arropa a la familia en la despedida de“El Pincho” en Trubia

Familiares y amigos acuden a Santa María de La Riera para decir adiós al conocido hostelero Cristian Fernández, fallecido al volcar su tractor

Gran multitud de personas se reunieron en la entrada de la iglesia de Santa María de Riera en Trubia. | Irma Collín

Las emociones a flor de piel y la zona contigua a la iglesia de Santa María de la Riera, en Trubia, repleta por la multitud que acudió ayer para arropar a los familiares de Cristian Fernández. Conocido como “El Pincho” en honor a su padre, el joven ganadero, hostelero y albañil de 39 años falleció el pasado viernes en un trágico accidente. Conducía el tractor de segunda mano que acababa de adquirir por el camino entre Perlín y Pintoria cuando un inesperado vuelco acabó con su vida en el acto. Esta tragedia dejó conmocionada a la localidad, donde aún este sábado reinaban la incredulidad y la tristeza. “Muy buen chaval y un gran trabajador”, son las dos cualidades que más se escucharon desde la devastadora noticia.

Antes del inicio de la misa ya se habían acercado a los aledaños del templo multitud de amigos y vecinos que, desde el jardín de la parroquia hasta el puente de acceso, sirvieron de barrera protectora a los seres queridos del fallecido. Fueron recibidos en el más absoluto silencio, que solo se interrumpió con el tañido de las campanas. Así, a lo largo de varios minutos se generó un ambiente cargado de respeto.

“La muerte siempre lleva incorporada dolor, y más en un caso como este en el que llega de una manera tan imprevista y prematura”, afirmó el párroco que ofició el funeral. Junto a la incredulidad, entre los allegados de Cristian Fernández crece una cierta rabia, al considerar que la empinada carretera que comunica Perlín y Pintoria pudo ser la auténtica culpable de la pérdida de estabilidad del vehículo. Algunos de los familiares lo tienen claro, tal como adelantaron hace dos días a LA NUEVA ESPAÑA: “Es una calzada que se encuentra abandonada por el Ayuntamiento. Tiene mucha pendiente, es estrecha y está llena de maleza si pisas el freno te vas hacia abajo”.

El trubieco recorría ese camino casi a diario para ir a ver al ganado de su cooperativa, a la que puso el mismo nombre que su mote: “El Pincho”. Desde pequeño sentía devoción por el mundo animal, primero quiso ser veterinario y después se convirtió en ganadero tras descubrir su afición a las ferias que se celebraban a lo largo de la región. “El ganado era su vida, se pasaba trabajando de lunes a domingo en ello”, relataban sus tíos, el mismo día del fatal accidente.

Aunque también regentaba un negocio de hostelería que perteneció a sus progenitores, el bar “La Espuela”, hacía trabajos como albañil y se volcaba en la paternidad a jornada completa. Tenía dos hijos, de 11 y 12 años, a los que protegía con gran ahínco. “Era un padrazo”, tal como le describen sus más cercanos. Y no solo se volcaba con sus pequeños, también cuidaba de sus sobrinos o cualquiera que lo necesitase: “Era muy bueno”.

Ese era otro de los atributos del hostelero, se caracterizaba por ser un hombre familiar. El vínculo con su madre era innegable: la mujer, que trabajó durante mucho tiempo en Química del Nalón, pasaba mucho tiempo en casa de su hijo. “Estaban realmente unidos”, contaron sus familiares. También tenía gran relación con su padre fallecido, que fue el precursor de su apodo. Minero retirado y hostelero conocido en la zona, siempre acercaba sándwiches a los trabajadores de la fábrica. “Le empezaron a apodar cariñosamente ‘el bocadillo’ y como no podría ser de otra manera sus hijos eran ‘los pinchitos’”, recordó el marido de su tía.

Gracioso, natural, espontáneo y laborioso, así es como le describieron y de esa manera lo recordarán. Este sábado, en una tarde gélida, más por el ánimo de los trubiecos que por la meteorología, le dieron el último adiós, aunque como recordó el cura: “Nunca es un adiós, todos volvemos a vernos”.

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