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La lucha contra los estigmas de la locura empieza en La Corredoria: “Putin es una persona mala, pero no esta loca”

Miembros de la Asociación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Asturias (AFESA) denuncian la situación de marginalización en la que a veces viven

"Estamos cansados de que la locura se banalice", reclaman desde la Asociación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Asturias

"Estamos cansados de que la locura se banalice", reclaman desde la Asociación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Asturias

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"Estamos cansados de que la locura se banalice", reclaman desde la Asociación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Asturias Elena G. Díez

Loco, esa palabra que designa los comportamientos perversos que la mente humana es incapaz de procesar. Loco, como concepto a todo aquello inexplicable o inusual. Loco, el personaje idolatrado que romantizan novelas y series de televisión. “Estamos cansados de que la locura se banalice”, denuncia Beatriz Pantiga desde la sede de la Asociación de Familiares y Personas con Enfermedad Mental de Asturias (AFESA) de La Corredoria. Padece una patología mental y acude de manera intermitente a diferentes actividades y terapias para mantener “el pensamiento ocupado, así como el espíritu activo”. Desde ahí denuncian el estigma que pesa en torno a los trastornos psíquicos: “Putin es una persona mala, pero no esta loca. Algunos, –más de los que quisiéramos– estamos locos pero no por eso somos malos”.

Nadie, afirma la trabajadora social de esta delegación de Oviedo, María Jesús González, está libre de encontrarse en una situación como esta: “Un tercio de la población padece problemas mentales o los padecerá”. Por eso, flaco favor hacen los medios, la campañas publicitarias e, incluso, la propia sociedad cuando señalan cuanto consideran diferente sin sentarse a conocerlo, afirman diferentes integrantes de la fundación.

De izquierda a derecha, Noelia Beatriz Corzo, Narciso Martínez, Marcelino Pérez y Francisco Javier Álvarez FERNANDO RODRIGUEZ

Ayer, acudieron a la sesión de arte terapia, para mejorar aptitudes cognitivas, físicas y sociales, miembros con trastornos catalogados de tipología grave. “Me llamo Marcelino Pérez, tengo 44 años y soy bipolar”, se presenta así porque es otra característica más de su personalidad y no le hace “ser menos que nadie”. Recurre a la ayuda de asociaciones y centros sociales desde hace años. A los 19 un brote psicótico derivado del consumo de estupefacientes fomentó la aparición de esta enfermedad hereditaria. Desde entonces ha sufrido acoso en todas las parcelas de su día a día. Y no se trata de un caso aislado.

Gloria Fernández llegó a tener que esconderse para desempeñar su puesto de trabajo: “Me pedían que me ocultase donde nadie pudiera verme”. También sufrió malos tratos durante su ingreso en un hospital al prescribírsele un tratamiento que no era adecuado para ella. “No tienen en cuenta nuestra opinión, para el mundo parece que no tenemos nada coherente que decir”, sostiene Fernández, que a sus 55 años recurre a AFESA como método de salvación: “Es lo que hace que me levante de la cama todas las mañanas”.

Mauricio González, Noelia Beatriz Corzo y Narciso Martínez FERNANDO RODRIGUEZ

El programa que realizan, no solo es útil para poner en práctica habilidades que en ocasiones se ven mermadas debido a la medicación: también es una puerta a nuevas amistades que se acogen sin juicio previo. “Los enfermos de este tipo normalmente estamos solos”, afirma Francisco Javier Álvarez, quien tacha el aislamiento social como una de las peores partes de esta patología que “nos ha tocado no sé muy bien por qué”. En esa apreciación coinciden todos, el grupo que han formado en la asociación les ha salvado de una vida en soledad; hacer equipo y la familia; en especial las veneradas madres. “Son las primeras que miran por ti y cuando hay un problema muy gordo se dan cuenta de que algo va mal”, coinciden. “La mía me sigue dando todos los días cinco euros y un paquete de tabaco”, cuenta Narciso Martínez como si se le abriese el cielo.

Aunque tampoco es necesario caer en la sobreprotección, reclaman. Porque además de propiciar el victimismo, cuando faltan los ángeles de la guarda “no hay quien pueda salir adelante”. Y los ocho integrantes allí presentes tratan de vivir con normalidad, sin que se les mida por otro rasero ni se les achaque características que son propias de una enfermedad. “No somos los representantes de un hecho traumático en la prensa”, aseguran. Son nombres y apellidos con historias individuales que contar y pidiendo que se deje de etiquetarles “a lo loco”.

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