La de Santa María la Real de La Corte, una de las parroquias del Oviedo Antiguo, es la Cofradía del Silencio. Su procesión transcurre en un solemne recogimiento, solo rasgado por los golpes de tambor que marcan el ritmo de la marcha. Pero el día que se montan los tronos de la Santa Cruz, del Santo Cristo Flagelado, el Santísimo Cristo de la Piedad y la Virgen de la Amargura, que procesionan el Martes Santo, no se puede andar con miramientos. Todo son prisas y bullicio. Ese día, en el reducido espacio en el que se guardan las imágenes durante el año, los cofrades se afanan, contra reloj, para que todo esté listo en el momento en el que se dé la salida.

Paloma Frechilla González (Oviedo, 1981), Juan Alberto Álvarez Bobes (Oviedo, 1976) y Pelayo Sánchez González-Izquierdo (Oviedo, 2002) forman “el equipo del Marqués”. El Marqués era el apodo de Luis Miguel Álvarez Botamino, el padre de Juan Alberto, fallecido hace unos años, todo un carácter y una personalidad que forma parte de la historia de la Cofradía del Silencio y de la Semana Santa carbayona.

La víspera de su ingreso en el HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias), Álvarez Botamino supervisó el montaje de los pasos y, ya hospitalizado, mandó a sus hijos, entre ellos Juan Alberto, a la procesión. Aquella Semana Santa, la última del Marqués, el Silencio no pudo salir porque la lluvia lo impidió. La Cofradía empieza con los preparativos de la procesión del Silencio de cada Semana Santa en el mes de enero, con la revisión del estado de lo pasos; se arregla lo que haya que arreglar con la maña de los cofrades: un golpe, algún daño en la pintura... Hay quien sabe de ebanistería, quien de soldadura, todos ponen sus habilidades a disposición de la Cofradía.

La Real Cofradía del Silencio y la Santa Cruz es heredera de la hermandad de los trabajadores de la antigua Fábrica de Armas de La Vega. Juan Alberto dice haber oído que los obreros recibían un incentivo económico si se unían a la procesión. Algunos participaron en la refundación, el 25 de abril de 2001, pero a estas alturas aquel vínculo con La Vega ya es historia. “Lo singular nuestro es el silencio, eso lo heredamos de la cofradía de la Fábrica de Armas: lo único que se oía en la procesión era el silencio y las racheadas de los pies de los penitentes”, cuenta Paloma. Este año quieren recuperarlo y solo la Amargura avanzará acompañada por una banda, de Avilés.

El Silencio no tiene hermano mayor. La máxima dignidad de la Cofradía corresponde al abad. Esa es una de sus singularidades. Otra son las paradas que hace en su camino. La procesión del Silencio se detiene siempre ante la residencia de las Hijas de María Inmaculada, las Domésticas. Con ellas colabora la Cofradía del Silencio desde hace años en la recogida de alimentos para la Operación Kilo. También mantiene una estrecha relación con la Cofradía de La Balesquida, así que las puertas de la capilla de la Virgen de la Esperanza se abren el Martes Santo al paso del Flagelado.

Los tres amigos, Paloma, Juan Alberto y Pelayo, hablan de la dureza de la estación penitencial que es la procesión. Bajo el trono, a los pocos metros de marcha, los hombros se cargan y se siente un dolor que, de tan intenso, acaba por insensibilizarlos. Paloma, como muchos otros cofrades, tiene un truco: al acabar se coloca una bolsa de hielo para aliviar la inflamación. Quien le toca dirigir tampoco lo tiene fácil. “El primer año que saqué el Flagelado la puerta de la iglesia se me hacía cada vez más pequeña”, bromea Juan Antonio. El trono pesa unos 300 kilos, otros 200 la imagen del Cristo, más faroles y flores. Lo tienen calculado: cada bracero carga al hombro entre 35 y 40 kilos.