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Igor Postolache, una sombra rara y una mala mirada crecida junto al Nalón

El presunto asesino del rellano llevaba quince años viviendo con su familia en Trubia, donde fue al instituto y se relacionó poco: “Era puñón, rarín, no te decía ni hola”, resumen sus vecinos

El L1 que solía coger Igor Postolache para ir a Oviedo. | Fernando Rodríguez

La cuesta que lleva a la parada del L1 que cubre la línea entre Trubia y Oviedo conecta Soto de Abajo con Soto de Arriba. Son poco más de cien metros por los que los vecinos estaban acostumbrados a ver pasar a la carrera a un chaval calvo, alto, con chándal negro. El moldavo. En esa parada y en esos buses de ida y vuelta a la capital empezó Igor Postolache a acosar a las chicas, incidentes que le valieron una multa, 240 euros. Fue la única sanción conocida hasta ahora de un largo historial de incidentes que solo en unos pocos casos se saldaron con una identificación por parte de la Policía. Ahora se enfrenta a los cargos de asesinato y tentativa de agresión sexual por la muerte, a puñaladas, de su vecina, una niña de 14 años, en el rellano de las escaleras del número 69 de Vázquez de Mella.

En esa misma parada de bus, hace no más de tres semanas, Igor Postolache le contó a una vecina con la que siempre coincidía allí que había conseguido trabajo en Oviedo y que se mudaba. “Algo relacionado con la informática”, trataba de recordar ayer la mujer, en el mismo lugar donde tantas veces esperó el bus al lado del asesino del rellano.

Igor Postolache no era ningún desconocido en Trubia, pero tampoco nadie puede decir que lo conociera realmente. Su familia se instaló en la villa cañonera hace unos 15 años. Vinieron la madre, el padre, Igor y su hermana. Habían comprado un piso en Soto de Abajo, en uno de los pequeños bloques de las barriadas que conservan algo de esa tipología obrera de la primera mitad del XX, tres alturas y corredores entre uno y otro bloque. A orillas del Nalón y a pocos metros, aunque haya que dar un rodeo para llegar, del instituto de Trubia donde Igor Postolache y su hermana estudiaron.

En un bar cercano, los parroquianos murmuran lo que desde hace pocas horas se viene corriendo entre los vecinos. Chismes, suposiciones, pocas certezas y bastantes preguntas sobre la familia.

–Eran aquellos, los de donde el estanco

–Al padre haz mucho que no lo veo.

–El padre debió morir.

–Era muy borrachu.

Su primera vivienda. | Fernando Rodríguez

Hay coincidencia en que la familia sigue siendo propietaria del primer piso que compraron, en Soto de Abajo, que la hermana lo ocupó con su novio, que la madre compró luego al otro lado, en un edificio nuevo que se construyó muy cerca del cuartel de la Guardia Civil. Que esos pisos no fueron baratos y que nadie sabe decir en qué trabajaban.

Alejandro Castillo, detrás de la barra, no puede ocultar su perplejidad cuando da cuenta de las hijas de amigos que estudiaron con el asesino del rellano. “Lo que salvamos fue que marchó, que no la armó aquí”. Lourdes López Fernández, una clienta, mira por la ventana y apunta al verano pasado, no hace tanto, cuando los vieron pasar por ahí a los tres: la madre, el hijo y la hermana. Ella empujaba un carrito de bebé. Había sido madre hacía poco y ya no vivía en Trubia. No, al menos, de forma habitual.

En la primera vivienda no había signos, ayer, de ninguna actividad. Únicamente el nombre de la madre escrito en el buzón, escrito, quizá, cuando se mudaron a orillas del Nalón con letra clara pero algo tosca. El padre no figura.

A pesar de los quince años que Igor y su hermana pasaron aquí, la huella se difumina en los recuerdos del vecindario. Ella, cuentan, tenía relación con algunas chicas de su edad de etnia gitana que ahora ya no viven en la localidad. De él nadie da más noticias. “Era rarín, rarín”, repiten en todas partes. “Tenía mala mirada”, dicen los que van más allá.

En el supermercado más próximo a la segunda casa que compró su madre también lo conocían de bajar a comprar. “Pero no te daba ni los buenos días, era puñón, raru, en toda la vida solo le vi comprar lates de bonito, y para pagar sacaba ahí siempre un montón de monedas, toda la cascarria”, explica una de las cajeras.

En otros comercios guardan silencio. “No vamos a comentar nada”. “No sé quiénes son”. “Si me dejaran a mí hacer lo que tendría que hacerse con ese...”. Ayer acababan las clases del segundo trimestre y había en Trubia, al mediodía, muchos chavales de recreo y pandilla. Jóvenes que podrían haber sido víctimas de Igor Postolache. Pero el asesino del rellano no parece que actuara como un acosador en Trubia. Según los pocos procesos judiciales a los que se enfrentó, solo una vez tuvo problemas en la localidad en la que residía, y el acoso no se produjo en los límites de la villa, aunque sí con una vecina suya.

Un bar próximo a su primera vivienda. | Fernando Rodríguez

Fue en agosto de 2019, la misma fecha en la que trató de poner una bolsa en la cabeza a una chica en plena calle Uría. En esta ocasión, Igor Postolache viajaba de vuelta a Trubia en el L2 que cubre el viaje de vuelta a la villa desde Oviedo. Se sentó al lado de una vecina suya y empezó a hablarle. La chica se quitó los auriculares, no entendía bien lo que le decía, y en ese momento el hombre le agarró de la mano y empezó a tirar de ella. La chica consiguió quitárselo de encima, y casi hubiera olvidado el incidente si no fuera porque un mes más tarde, cuando esperaba el mismo autobús en la parada de la calle Uría vio venir a Igor Postolache hacia ella. Esa vez le pidió el número de teléfono, ella se dirigió a un grupo de jóvenes para pedir ayuda y él se marchó. La vecina tuvo que dejar de coger ese autobús pero sentó a Igor en el banquillo el 30 de enero de 2020. El acusado reconoció de alguna forma que había cometido el delito leve de coacción que le imputa la sentencia, pero que había sido “porque intentaba conocerla”. Le pusieron una multa de 480 euros (8 euros al día durante dos meses), pero recurrió y consiguió suavizar los hechos probados (no le habría “agarrado”, sino “cogido la mano” y no habría “tirado de ella” ni le habría pedido el teléfono) y ver rebajada a la mitad su multa.

Fue ese mismo agosto de 2019 y en mayo de ese año cuando acosó a otras chicas en la calle Uría, quizá mientras esperaba el bus de vuelta a Trubia, el L2, en la parada junto a la esquina con Milicias Nacionales, frente al Campo San Francisco.

Aunque según los vecinos Igor Postolache seguía viviendo entonces en Trubia, ya habría empezado a hacer prácticas en alguna empresa en Oviedo, algo relacionado con la informática. “Tenía formación”, admite uno de los abogados que le asistió las pocas veces que tuvo que verse delante de un juez. Igor habría hecho algún tipo de estudios, no eran trabajos no cualificados.

Si de su paso de al menos quince años por Trubia queda poco rastro, tampoco en la web ha dejado demasiado. Hay un perfil de Facebook de hace diez años, cuando tenía 22, donde compartió un par de enlaces en ruso sobre el horóscopo del año y se puso de foto un avatar en el que nadie en Trubia lo reconoce. También consta un registro suyo como deportista de lucha libre “wrestling”, aunque a la Federación no le consta ese nombre. Poco más.

Los edificios nuevos donde su madre compró otro piso. | Fernando Rodríguez

La vecina de Soto que cogía muchas tardes el bus de las seis con él resulta, al final, una de las que más palabras cruzó con el asesino de Vázquez de Mella en todos estos años. A pesar que Igor Postolache se lo puso difícil:

“Yo le tiraba mucho de la lengua, porque soy muy hablante, pero él chaval era rarín, rarín, que si no le dices nada él no te iba a decir ni hola”, cuenta. En ese tirarle de la lengua en la parada del L1 hubo de todo, hasta momentos en que aquella mujer tuvo que “apartarse de él”. “Hubo un día”, explicaba ayer al borde de la carretera, a punto de subirse al autobús, “que él me sacó un tema de mujeres, una cosa muy extraña, que siendo yo una señora mayor, no sé, no me gustó esa conversación, y entonces quedamos en hola, buenos días y poco más”.

Pero la conversación, con el tiempo, volvió puntualmente. En ese no hablar mucho él, en ocasiones, si ella le preguntaba qué le parecía Trubia, el moldavo se quejaba. “Que aquí éramos un poco cotillas o algo así, no sé si era por los problemas que había tenido”. Todavía hace pocos meses pudieron hablar de la guerra en Ucrania, de cómo le perjudicaba a su país. Y ella conoció también, de primera mano, sus planes para mudarse a Oviedo. Cuando le preguntaba en qué trabajaba siempre se quejaba de que no encontraba nada porque en todos los sitios pedían experiencia. “Pero un día me dijo que sí, que había encontrado algo”.

Ese trabajo en Oviedo habría sido lo que llevó a Igor Postolache a buscar un piso en Vázquez de Mella, en el número 69, el lugar donde este martes, presuntamente, esperó en el rellano a su vecina de 14 años y la asesinó impunemente apuñalándola en el cuello por la espalda.

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