El emotivo “dona nobis pacem” (“danos la paz”) con que finalizó el concierto extraordinario de Semana Santa de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), al margen de la carga simbólica por la vigencia del significado textual supuso el desenlace soñado a la agradable velada musical, y el punto y seguido a las actividades concertísticas de una formación tan relevante como el Coro de la Fundación Princesa de Asturias.
La cita musical, patrocinada por LA NUEVA ESPAÑA, estaba formada por un programa bien diferenciado, con una primera parte compuesta por la “Sinfonía número 25 en sol menor” (de Mozart), y una segunda donde todo el peso recayó sobre la “Misa en do mayor” de Beethoven.
En la primera mitad, una OSPA con cierta brillantez en la cuerda y los metales, resolvió sin apuros los cuatro movimientos de la sinfonía mozartiana, manejando acertadamente las dinámicas y la articulación. En la segunda mitad, y tras una breve explicación del ayer director de la Sinfónica asturiana (Óliver Díaz) sobre las dos obras del programa, llegó la ocasión de volver a ver en acción al coro de la Fundación por primera vez en Oviedo tras el inicio de la pandemia.
A los pupilos de José Esteban García Miranda se unió el cuarteto solista, integrado por Zvetelina Vassileva (soprano), Cristina del Barrio (mezzosoprano), José Pazos (tenor) y Christopher Robertson (barítono). A los “principescos” no les pesó la inactividad y lucieron, a pesar de las mascarillas, un volumen siempre acorde y un sonido homogéneo, bien empastado, salpicando la misa beethoveniana con momentos de gran expresividad. Hora y media donde el público, más numeroso que en citas anteriores, agradeció con sonoros aplausos el esfuerzo y la entrega de solistas, coro, orquesta y director.
